Anda por ahí un estilo regañón que siempre busca la raíz de los males en la conducta del individuo. Como si la gente fuera per se indisciplinada y díscola. Como si la holgazanería, la indolencia y otros males vinieran en el código genético. A nalgaditas creen algunos que se mueve el mundo.
Ese espejismo sociológico de confundir consecuencias con causas, de no distinguir reflejos y esencias, me recuerda los estereotipos de aquel malogrado realismo socialista en la literatura: eres malo porque eres malo, y soy bueno porque sí.
A esa «regañonería» no han escapado ciertos funcionarios que dan puñetazos en las mesas de las presidencias mientras discursan, y tratan a las audiencias como niños traviesos. De esa manera, llegan a emprenderla con las personas, sin reparar en las coordenadas y los fermentos donde se generan ciertas reprobables conductas y tendencias de las primeras.
En la familia y en la escuela, el estilo restrictivo de ciertos padres y maestros, respectivamente, es casi siempre el corolario de su propio fracaso en la labor educativa. Son represivos y gritones, tienen el castigo a flor de labios, porque no han sabido fomentar el bien y la virtud con inteligencia y atractivo. Ni siquiera con su ejemplo. Y porque es más fácil prohibir y vetar que promover y estimular.
El culto a la reprimenda se ha filtrado por momentos en nuestro periodismo, cuando al abordar un fenómeno negativo, el que discursa solo percibe la manifestación terminal o fenoménica del asunto y arremete contra el comisor, porque es incapaz de percibir las condicionantes socioeconómicas de lo que censura.
Claro que tampoco este razonamiento deductivo nos debe llevar a justificarlo todo y exonerar la responsabilidad individual que cada ciudadano tiene con su conducta en sociedad y en familia. La vida ha demostrado que, por más perniciosos factores coadyuvantes y escenarios propicios que haya, las fuerzas morales del individuo siempre pueden crecerse por sobre los determinismos del entorno.
Pero a fuer de marxista, uno llega a concluir que algunos de esos «regañones» consuetudinarios, por lo general voluntaristas y desconfiados, coquetearon ligeramente con la teoría de los dos geniales alemanes, y nunca comprendieron la herramienta científica que estos nos legaron para interpretar la esencia o raíz de los fenómenos sociales y humanos.
Lo digo porque, ante la propia introspección crítica de nuestros problemas y defectos como sociedad que hemos hecho en los últimos tiempos, estimulada por los análisis y alertas de la propia dirección del país, los «regañones», por ejemplo, condenan a los vagos, y no se preguntan por qué el trabajo perdió valor en estos años de crisis, con la inversión de la pirámide social; ni por qué la marginalidad ha cobrado éxito.
Es como no relacionar el reprobable fenómeno de esos que creen merecerlo todo como pichones, con la influencia dejada por tantos años de paternalismo estatal inmovilizante. Es como culpar a los ciudadanos, desentendiéndose de los propios diseños y configuraciones instituidos como sociedad, que fomentaron fenómenos negativos.
Lo mejor de todo es que en el actual proceso de cambios del socialismo cubano, podamos hacer prevalecer la sinceridad absoluta y la transparencia para, democráticamente, ver de raíz las razones últimas o esenciales de nuestros propios defectos y problemas endógenos, por aquello de: «Tú me acostumbraste a todas esas cosas…».
Y que las transformaciones de nuestro modelo sigan cimentándose en enfoques científicos y conceptualizaciones. No, con regaños excluyentes, de los errores y desaciertos que tienen razones estructurales.