Cuando la gente recordaba el pasado con historias, se explicaba el presente con historias y predecía el futuro con historias, el mejor lugar junto al fuego le pertenecía al narrador de cuentos.
Aquellos con más años en sus costillas —la frase también la tomo prestada— recordarán que mi inicio se corresponde, casi literalmente, con el del famoso serial televisivo de Jim Henson, pasado en la Televisión Cubana en la década del 90. Y dirán: «bueno, qué tiene que ver esto con el deporte».
Resulta que uno de los capítulos en cuestión versaba sobre un personaje que desconocía el miedo, y por ende, a toda costa quería experimentar la sensación de temor, desafiando hasta lo inimaginable para abrazar al menos un susto y quizá, darle sentido a una vida sin pálpitos desenfrenados.
Hoy en el mundo del músculo una disciplina parece emplantillar a todos los Juanes de los cinco continentes.
Los nervios siempre tensos, a punto de colapsar en ese último trenzado con dedos de navaja. Las pupilas dilatadas, los poros abiertos expulsando pura lava y una extraña mueca en la cara que supone ausencia total de cordura.
¡No están locos! Al menos no tienen aquella locura ordinaria que describen los psiquiatras en esos intentos de catalogar el frenesí humano.
Debatirse entre la vida y la muerte parece ser el impulso que le da sentido a la vida de cada practicante de deportes extremos.
Una mezcla de adrenalina desbordada, necesidades incontrolables y hasta demostración de coraje los llevan en ocasiones a ir más allá, a rebasar la barrera de lo seguro.
Muchos lo hacen por puro instinto de supervivencia ante circunstancias límites, otros por simple amor al peligro, una práctica compleja.
Los deportes de riesgo son todas aquellas actividades de ocio con algún componente deportivo que suponen una real o aparente peligrosidad por las condiciones en las que se practican.
Bajo este concepto se agrupan varias disciplinas ya existentes que implican cierta dosis de gran preparación física y sobre todo, mental. Se incluyen los deportes más exigentes dentro del excursionismo (escalada en hielo, en roca, etc.), y otros como el surf, los saltos al vacío, el paracaidismo desde estructuras fijas y el motocross.
Pero, ¿qué hace tan atractiva estas prácticas, qué llevan al hombre a exponer su vida en un pestañeo?
La disyuntiva de vivir en una inercia carcomida por la rutina o arriesgarlo todo en pos de ese orgasmo de emociones parece un atractivo en sí mismo, pero si le agregamos la posibilidad de sentirse vivo ante el desafío a la parca, el coctel resultante podría ser un fármaco irresistible.
Algunos científicos han determinado que esta pasión por el peligro puede tener una raíz fisiológica, pues se encuentra relacionada con los niveles de determinadas sustancias, como la adrenalina o ciertos neurotransmisores que hacen que algunas personas sean más audaces que otras.
Hace apenas unas días los montañistas sudcoreanos Park Young Seok, Dong-Min Shin y Gi-Seok Gang fueron reportados desaparecidos, después de su temeraria incursión en la vertiente sur del Annapurna, la montaña más temida del Himalaya y primera elevación de 8 000 metros hallada por el ser humano (1950).
Este santuario del alpinismo, tan rico en gestas como en desgracias y dueño de 55 muertes en 137 ascensiones, parece haberse tragado al trío asiático al mismo tiempo que lanzó una interrogante al globo entero: ¿Cuánto vale la vida realmente?