CARACAS.— Uno, que en el Cuartel de la Montaña visitó la tumba de Hugo Chávez, que silenciado por la emoción deslizó sus yemas por el mármol con la esperanza de que, al otro lado, el titán de Sabaneta conociera sus huellas y le alumbrara el camino; uno que se sobrecogió al presenciar el cambio de guardia de honor y escuchar el cañonazo que cada tarde recuerda la tarde que se nos fue… no podía imaginar que se llevaba en el bolsillo un motivo para sonreír.
Tal vez por cubanos o por chavistas —que en La Habana o Caracas es casi una redundancia—, a la salida del sitio donde se le venera, un militar nos hizo un obsequio: el disco compacto 58 canciones con el comandante Chávez.
Oyéndolo, muchos días después, comprobé que cada tema era una fiesta. El disco es apenas un trozo en la evidencia rotunda de que Chávez vive, el canto sigue. Él solía recordar el dictamen de un llanero: «No canta bonito, pero canta bueno. No canta bonito porque es desafinado y tal… pero canta bueno porque canta desde el alma».
Esa opinión, que tanto le enorgullecía, explica por sí sola por qué, reconociéndose «el rey de los desafinados», no dejaba de entonar, aun en eventos públicos.
«Me voy a meter a mariachi», dijo el 19 de septiembre de 2012, al recibir del mexicano Vicente Fernández, astro de la ranchera, una guitarra y un CD de corridos. Una semana antes, el presidente lo había galardonado en Miraflores.
El hombre que peleaba a la brava en la ONU y no creía en diablos ni en imperios, el que se conmovía al andar por los barrios pobres, el líder que con Fidel tomó las pesadas riendas de América, no cesó jamás la convocatoria a la alegría: sus Aló, presidente eran espacios para oírle decir… y cantar. «Yo también parrandeé, yo también comí arepas a las tres de la mañana», diría una vez.
La «culpa» la tuvo, años atrás, su abuela Rosa Inés, que le pedía «Canta, Huguito…», tras lo cual el muchacho se inspiraba, ratos interminables, bajo el chorro rústico del baño.
¿Cuántos artistas profesionales habrán dejado semejante latir en sus canciones?, piensa uno al escucharlo atreverse con los Motivos llaneros, de Eneas Perdomo: «Sobre el espejo del viento,/ voy mirando la sabana,/ y no soporto las ganas/ de decirle lo que siento», para oírle más adelante: «Tú sabes que soy tu hijo, llanura venezolana,/ y en mi mente se desgrana tu belleza soberana».
Así era el «intérprete» que en octubre de 2007, en Santa Clara, armó un trío vocal con Rafael Correa y Aleidita Guevara para cantarle al Che Hasta siempre, Comandante, y el que dos años después en Bolivia, ante Evo, desafió a la Sinfónica Nacional al entonar Alma llanera.
El 8 de diciembre de 2012, en su última aparición pública, Chávez se despidió con el Himno de los blindados Bravos de Apure: «Patria, patria, patria querida/ Tuyo es mi cielo, tuyo es mi sol/ Patria, patria, tuya es mi vida,/ tuya es mi alma,/ tuyo es mi amor». ¿Casualidad?
Admiraba profundamente a Alí Primera y «su canto que fue siembra», y varias veces interpretó aquello de «El yanqui teme que tú te levantes,/ América Latina obrera,/ no sé por qué no lo haces,/ el yanqui teme a la revolución,/ el yanqui teme al grito yanqui go home, yanqui go home».
El legado musical de Hugo Chávez radica en enseñar a Venezuela, más que a cantar, a vivir el Himno Nacional, no como texto de coros sino como sentir de patriotas. Si su versión disgusta tanto a la oposición es justamente porque en ella el Comandante se revela eterno y subversivo.
Era sin duda un cantante «peligroso». En septiembre de 2012 elogió la voz de Vicente Fernández: «Hizo retumbar el despacho nuestro; menos mal que es antisísmico», dijo, pero él, que estremece Venezuela cada vez que esta le escucha entonar Gloria al bravo pueblo, es un terremoto mayor.
Hugo Chávez no fue una estrella de espectáculo, es un sol americano. Si alguien cree que no regresa, escúchele esta canturía: «Adiós mi llano querido,/ me voy pero pronto vuelvo,/ a recorrer tus sabanas para avivar los recuerdos/ que dejaste en mi mente desde que estaba pequeño,/ Cuando estoy lejos de ti/ con más cariño te quiero,/ fuiste mi mejor maestro/ en la escuela de guerrero».