Árboles gigantes en los Jardines de la Bahía (Gardens by the Bay). Al final se puede apreciar la cúpula de uno de los enormes invernaderos del Jardín Sur. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 28/10/2017 | 08:53 pm
En Cuba, me atrevo a asegurar, no se sabe mucho sobre Singapur. Se conoce, claro está, que se trata de uno de los cuatro tigres o dragones asiáticos de “primera generación”, junto a Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán, llamados así por las altas tasas de crecimiento económico e industrialización mantenidas entre 1960 y 1990, que les han permitido ubicarse entre las economías más desarrolladas del mundo.
Es posible que se tenga información acerca de algunos aspectos de las relaciones bilaterales, por ejemplo que existe un acuerdo de exención recíproca de visado firmado en junio de 2015 por nuestro canciller, Bruno Rodríguez Parrilla, y el entonces Ministro de Relaciones Exteriores y de Justicia singapurense, Kasiviswanathan Shanmugam, durante la visita oficial de este último a nuestro país; que productos como el nimotuzumab, anticuerpo monoclonal humanizado de promisorios resultados en la terapia contra distintos tipos de cáncer, y la vacuna terapéutica cubana contra el cáncer de pulmón, ambos del Centro de ingeniería Molecular, gozan de gran prestigio en Singapur; o que la terminal de contenedores de la Zona de Desarrollo Mariel, inaugurada en 2014, es administrada por PSA International, un grupo empresarial líder mundial en operación de puertos, con sede central en la nación asiática.
Pero, apenas unos pocos trabajos periodísticos han acercado a los cubanos a la realidad de Singapur, realizados por profesionales nuestros que han asistido al Programa de Visita para Periodistas del Foro de Cooperación Asia del Este-América Latina, cuya edición 18, en la que tuve la oportunidad de participar, se desarrolló del 25 al 29 de septiembre del presente año.
En especial me llamó la atención que muchos de aquellos con que compartimos, entre ellos funcionarios de distintas esferas y niveles, incluyendo ministros, del Gobierno singapurense, estaban familiarizados con la Cuba real —específicamente con sus logros en salud, biotecnología y el desarrollo científico en general—, no con la caricatura que usualmente presentan los grandes medios de comunicación transnacionales, y que algunos la habían visitado recientemente.
Por otra parte, asombra encontrar no pocos aspectos en común entre naciones tan distantes geográficamente y con una cultura y una historia tan diferentes, así como con un desarrollo económico muy desigual, que establece inevitablemente un límite particular a la realización de los sueños.
No pasa inadvertido, por ejemplo, que como sucede con los cubanos, los singapurenses viven orgullosos de cuanto los identifica, lo cual no es como pudiera pensarse algo tan frecuente en este mundo cosmopolita y globalizado que habitamos, y resulta tanto más sorprendente en el caso de Singapur, con una población residente de origen muy diverso (según el censo del 2010, 74,1 por ciento era de ascendencia china, 13,4 por ciento de ascendencia malaya, 9,2 por ciento de ascendencia india, y 3,3 por ciento de otras ascendencias) y donde poco más del 20 por ciento de esta no nació en el país.
La determinación de no amilanarse ante obstáculos que parecieran insalvables, y el empeño por encontrar soluciones ante circunstancias adversas y salir adelante, es también un rasgo que caracteriza a Singapur y Cuba.
Pongamos por caso la situación que enfrenta Singapur con la disponibilidad de agua. Parte de la que necesita la obtiene mediante la recolección del agua de lluvia o a partir de procesos de desalinización de la de mar, otra parte debe importarla de Malasia, y el resto, hoy cerca del 30 por ciento de la que demanda el país (se prevé que para el 2060 sea el 50 por ciento), es el resultado de la purificación de aguas usadas en la industria o en el sector residencial.
Es así, como lo ha leído. Se ha creado un sistema de alcantarillado en la ciudad (Singapur es lo que se conoce como una ciudad-Estado) para la recolección de las aguas residuales de la zona norte y oriental —independiente del sistema para la recolección de las aguas de lluvia— que llegan hasta a un túnel profundo y de allí son conducidas hasta una planta de tratamiento, después una parte es devuelta a las profundidades del mar y otra enviada a una fábrica donde se realiza su purificación hasta un nivel, según nos explicaron, que no tiene el agua que consumimos normalmente. A este tipo de agua ultralimpia le llaman NEWater (algo así como agua nueva).
Aunque NEWater es agua potable, segura para beber, y supera los requerimientos establecidos por la Organización Mundial de la Salud al respecto, aún debe vencer los prejuicios que provoca en las personas su origen, por lo cual es principalmente utilizada para fines industriales y un pequeño porciento se mezcla con el agua de lluvia recolectada, que luego es sometida a un nuevo tratamiento de purificación antes de suministrarse a los consumidores.
Singapur apuesta a que NEWater sea la garantía de su sustentabilidad hidráulica, para lo cual prevé incorporar en 2024 un sistema de recolección de aguas residuales de las zonas sur y occidental, con un segundo túnel profundo, otra planta de tratamiento y una nueva fábrica de NEWater.
No pretendo comparar contextos muy diferentes, pero cuando se tiene la posibilidad de apreciar los esfuerzos de las autoridades singapurenses por resolver un problema como este, complejísimo y de alta prioridad para la población, uno no puede dejar de pensar en la voluntad hidráulica del Estado cubano y en cuanto se ha hecho desde el triunfo de la Revolución, cuando la infraestructura en este campo era prácticamente inexistente, y se sigue haciendo hoy, por garantizar el abastecimiento de agua potable, en condiciones climáticas marcadas, salvo en determinados períodos, por una cada vez más intensa sequía que afecta a casi todas las regiones del país.
Es una prioridad en ambos países la protección del medio ambiente. En el caso de la nación asiática, esto es particularmente evidente en la estrategia diseñada para convertir a Singapur en una ciudad dentro de un jardín (a City in a Garden). Es oportuno aclarar que los singapurenses establecen una clara distinción y se esforzaron sobremanera en que la comprendiéramos, entre la visión de Singapur como una ciudad jardín (Garden City) —concebida e impulsada en los años 60 del pasado siglo por el padre fundador de la moderna Singapur, el entonces primer ministro Lew Kuan Yew, para contrarrestar el efecto de la urbanización en la deforestación del país y mejorar la calidad de vida— y la actual que tomó forma en el siglo XXI, que es la de una ciudad anidada en un jardín.
Parte de esta visión comprende el establecimiento de jardines de primera clase, dos de los cuales pudimos visitar: el Jardín Botánico de Singapur, fundado en 1859 y al cual la Unesco le confirió en 2015 el título de Patrimonio de la Humanidad; y los Jardines de la Bahía (Gardens by the Bay), inmenso parque que integran tres enormes jardines: el Central, el Este y el Sur.
El Jardín Sur es imposible de olvidar si alguna vez ha estado allí. Abrió en junio de 2012, es el más extenso y el único que ha sido completado, y muestra lo mejor de la horticultura tropical y el arte de la jardinería. Lo distinguen dos colosales invernaderos: el Bosque nuboso (Cloud Forest) y la Cúpula de las flores (Flowers Dome), así como árboles artificiales de hasta 50 metros de altura, que conforman inmensos jardines verticales.
A pesar de ser Singapur un país pequeño, con alrededor de 700 km2 de superficie (un área menor que la de La Habana) y altamente urbanizado, cerca del 10 por ciento de la tierra ha sido destinada para parques y reservas naturales, y en la actualidad casi la mitad de la ciudad está cubierta de vegetación. Pero lo que pudimos apreciar trasciende las estadísticas; es realmente impresionante ver como la vegetación te sale al paso en los lugares más inimaginables: muros, columnas, pilares e incluso paredes de edificaciones. Es casi una obsesión allí aprovechar cada espacio posible para este propósito.
Singapur y la Mayor de las Antillas comparten además lo que el poeta, dramaturgo y narrador cubano Virgilio Piñera llamara en su antológico poema La isla en peso, “la maldita circunstancia del agua por todas partes”. Sin pretender desentrañar la más profunda significación de la primera línea del que fuera el poema más conocido de Piñera, lo cierto es que la condición insular no es, al menos desde el punto de vista geográfico, precisamente una bendición en estos tiempos en que el cambio climático es más realidad que potencial amenaza, lo que se traduce en riesgos y desafíos cada vez mayores para los Estados insulares.
Uno de los que pudiera tener mayores consecuencias, el aumento del nivel del mar como secuela del calentamiento global, es una significativa preocupación para las autoridades de Singapur, que a su condición insular suma el hecho de que su actual territorio está formado en gran medida por tierras ganadas al mar.
Existe allí —lo mismo que en Cuba, como parte de la Tarea Vida: Plan de Estado para el enfrentamiento al Cambio Climático— toda una estrategia para afrontar el fenómeno, que pasa por prever que la altura de los cimientos de las edificaciones en determinadas áreas tenga en cuenta el nivel que pueden alcanzar las aguas en diferentes períodos, y para el momento en que este nivel haga imposible la construcción en la isla principal, ya se concibe organizar la vida sobre plataformas flotantes, lo que pudiera parecer ciencia ficción para muchos, aunque en realidad se trata de una tecnología con remotos antecedentes.
Pudiéramos detallar otros rasgos que comparten Singapur y nuestro país, como por supuesto, es posible mencionar no pocas diferencias, que desbordan el propósito de este acercamiento inicial, y que quizá pudieran formar parte de otro artículo sobre un Estado que como Cuba, tiene a su gente en el centro de la atención.
Fotos: Herminio Camacho Eiranova