De izquierda a derecha, Carlos Díaz, Reynaldo Montero y Raúl Martín Autor: Cortesía de la Fundación Ludwing Publicado: 29/07/2020 | 08:35 pm
La Fundación Ludwing prestó su espacio, de modo que, con público limitado, guardando el inevitable distanciamiento social y debidamente protegidos, asistimos a las dos primeras jornadas teatrales «en vivo» desde que a finales de marzo los teatros fueron cerrados por la pandemia.
Las compañías Del Cuartel, Ludi Teatro, El Público y Teatro de la Luna prestaron actores, y sus directores se encargaron de las puestas de segmentos pertenecientes a cuatro obras de importantes dramaturgos alemanes, en un gesto en el cual la Embajada de ese país en el nuestro —que auspicia las Jornadas de teatro alemán— tuvo como siempre protagonismo.
Coordinadas y moderadas por el dramaturgo Reynaldo Montero, habitual impulsor de la iniciativa, y quien brindó una sustanciosa información sobre piezas y autores, la mayoría de las representaciones trascendió la «lectura dramatizada» para erigirse en verdaderas puestas.
El viaje de los perdidos, de Daniel Kehlmann, llegó en versión de Ludi Teatro. Con experiencia en este tipo de montaje que referencian el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, Miguel Abreu, director del colectivo, se acercó a un texto que vincula un navío de emigrantes con Cuba y el traslado de judíos que intentaban escapar del ya orquestado holocausto: espionaje, dobles agentes, intereses industriales y mercantiles de todas las partes por encima del humanismo, xenofobia y falta de escrúpulos laten en esta desgarradora obra que recibió el auditorio en toda su fuerza, gracias, sobre todo, a una bien encauzada ironía que desemboca en el más ácido cinismo y que la traducción de Adriana Jácome conservó en su versión al castellano.
Prácticamente desprovista de elementos escenográficos, todo se resolvió sobre la base de un espacio racionalmente empleado y unas actuaciones incisivas, a cargo de Arianna Delgado, Yoelbis Lobaina, Evelio Ferrer y Januel Hernández.
Compañía del Cuartel puso una breve y muy actual pieza que ya tuvo su montaje en las redes por medio también de la anterior traductora, partiendo de un diálogo de Roland Schimmelpfennig, todo un enamorado de Cuba: La última función. Nada menos que la huella de la COVID-19 en el mundo del teatro, la tragedia para gente del medio que se ha visto inevitablemente interrupta al tratarse del arte de relación, de contacto por excelencia, a diferencia de otros (el cine, las artes plásticas, la literatura…). A pesar del dolor y la fisura que implica la pausa, el cierre, el confinamiento que no sustituyen clases virtuales, revisión y ensayo de libretos y otros sucedáneos, el texto trasunta esperanza, la certeza de que el teatro volverá, y ese actor que tose en escena, sin público ni obra, regresará saludable y pleno cuando pase todo.
Escrito como sangrando, pletórico de vuelo y sensibilidad, con modulaciones y provechosos recursos iterativos, el intercambio entre los dos actores (Yeney Bejerano e Ignacio Reyes —en el caso de él incorporando la guitarra y ciertos cantos) nos mostró no solo un extraordinario desempeño histriónico, sino además un ejercicio de sólida intersección con el espacio, devenido teatro pleno que transmitió tanta emoción como optimismo.
Al borde, de Philipp Löhle, es una pieza que, según supimos por obra del traductor Francisco Díaz Solar, allí presente, y Raúl Martín, quien asumió la puesta junto a actores de Teatro de la Luna, significa un relato metateatral, un deliberado work in progress que va remitiendo al mismo proceso escritural, dialogando con este y desde un sentido de la polisemia que propone varias posibilidades respecto al discurso y las soluciones narrativas.
Martín logró realizar una provechosa síntesis, la cual, sin perder las sutilezas textuales, permitió apreciar la corrosiva dinamita conceptual (pedofilia, «seguridad» tecnológica de la vida contemporánea que no evita crímenes y atrocidades, fisuras generacionales, etc.). También aquí el desempeño de los actores (Amaury Llinás, Jorge Caballero, Freddy Maragotto, Amalia Gaute) resultó decisivo, especialmente por los desdoblamientos de personajes que la propia letra sugiere.
Por último, Carlos Díaz con el dúctil Yanier Palmero a la cabeza de un trío (formado además por Deysi Forcade e Irán Moya) de su amplia nómina en Teatro El Público, asumió la pieza Wonderland Ave, de Sibylle Berg, con traducción de Olga Sánchez (entre los espectadores, elogió la puesta); una sátira a la (in)comunicación, la mecanización en las relaciones y el peligro de un futuro, a la vuelta de la esquina, en el cual la inteligencia artificial sustituye la humana.
Como siempre, el director contextualiza, diversifica los contenidos y, fiel a su estética, hace del vestuario, el maquillaje y los elementos escénicos —aquí mínimos, por razones obvias— verdaderos protagonistas de su discurso, que incluye la música, la coreografía y una dinámica integradora que convierte cada propuesta en verdaderos shows deudores del cabaret.
En el intercambio posterior, Díaz manifestó su deseo de montar la obra completa, y alternarla con Las amargas lágrimas de Petra von Kant, una vez se inicie la reapertura.
Cuatro excelentes obras alemanas en el estilo de igual cantidad de compañías habaneras que nos auguran un pronto regreso a las salas teatrales, una subida del telón que tanto deseamos para que aquel slogan hollywoodense, devenido cosmopolita, se haga pronto realidad: The show must go on! (¡El espectáculo debe continuar!).