El poeta David López (izquierda) junto al director de Gala Mayor, Alejandro Mayor. Aunque por razones muy diferentes, como aseguraba el trovador en aquella canción antológica de 1969, en estos días de la 18 Feria Internacional del Libro he tenido que partirme en dos, sobre todo porque desde hace unos pocos años los organizadores del Jazz Plaza han hecho coincidir el prestigiosísimo Festival Internacional con un evento tan multitudinario como este otro que potencia el libro y la lectura.
Si bien es cierto que hay espacio y público para todo, y que a la cita presidida por Chucho Valdés no le faltan incondicionales, siento que en cuanto a promoción estamos en presencia de una pelea de león pa’ mono, y con el último amarrado. La certeza de lo que planteo la tuve recientemente, cuando por primera vez ambos se dieron un caluroso abrazo en un acto de «coexistencia pacífica» que —como era de esperar— apenas fue del conocimiento de quienes aman por igual la literatura y el jazz, «lo más genuino y universal nacido del sentimiento y la espiritualidad de hombre negro», como afirma en el prólogo de su libro Newyorker’s jazz, David López Ximeno.
Fue justamente David el responsable del feliz encuentro que tuvo lugar el pasado 14 de febrero en los Jardines del teatro Mella. Autor a saber del único texto de poesía que en Cuba se le haya dedicado a un género que desde hace mucho es patrimonio de la humanidad, el joven poeta y ensayista no se conformó con entregarle a Letras Cubanas estas auténticas, mágicas, nostálgicas y honestas creaciones que nacieron de sus vivencias en la ciudad de Nueva York, sino que pensó que un libro como este merecía una presentación distinta, sui géneris. Así fue como decidió enamorar del proyecto a Alejandro Mayor, talentosísimo percusionista graduado del Instituto Superior de Arte, quien no tardó mucho en percatarse de que estaba ante una mina de oro.
Con los poemas en sus manos, el director del grupo Gala Mayor se dispuso a involucrar no solo a sus contemporáneos, sino que convidó a importantes figuras de la cultura nacional como Alden Knight, Gregorio Hernández (El Goyo) y Deisy Brown, quienes aceptaron gustosos. Resultó verdaderamente impresionante escuchar decir a Alden el «atrevido» Jazz para Walt Whitman. Tú, Walt. Más conocido por Whitman./ Nunca fuiste poeta./ No amaste mi Ítaca negra,/ herida y desafinada por el tren que pasa./ ¿Qué harían conmigo si pudiera volarte del verso,/ y tu carne en vilo/ fracturase el cristal de la ventana/ en que amanece la poesía? Con su voz cálida y tímbrica, Knight emocionó a los presentes como solo él lo sabe hacer. Y ello también gracias a que Alejandro Mayor, director artístico y general del espectáculo, supo elegir atinadamente el tema exacto, que más que apoyatura musical del texto se convertía, como aquel, en protagonista.
Es evidente que Mayor se planteó el claro propósito de ofrecernos un ambiente sonoro para cada poema que nos remitiera a los versos de David. Para el caso de Jazz para Walt Whitman, por ejemplo, seleccionó el afamado standard Willow weep for me, un blues bien blues interpretado con potencia y vigor por los valiosos instrumentistas de Gala Mayor. Lo mismo sucedió cuando se fue por uno de los temas emblemáticos Frank Emilio Flynn, Gandinga, mondongo y sandunga —el percusionista invitado, Elio Rodríguez, acometió magistralmente el solo de la apertura— para recrear la década de los años 30 del siglo pasado, mientras Alden recitaba el sentido y merecido homenaje que López tributara al autor del inmortal Manteca, con Dril cien para Chano.
Sorprendente resultó la labor de Deisy Brown al musicalizar Lamento de una voz, perteneciente asimismo a Newyorker’s jazz que esa tarde fue presentado por el destacado crítico y periodista Fernando Rodríguez Sosa. Seguida por su coro y en su rol de solista, Deisy, con esa potente voz que la distingue, nos hizo recordar los nigro spirituals; esos cantos llenos de esperanza y de dolor. En el acompañamiento también brilló Yadasni Portillo, con su magnífica técnica al piano, que le permite irradiar todo el tiempo virtuosismo y frescura.
No podían Magia López y Alexei Rodríguez enfrentar Crónica en soul desde otra manera que no fuera el genuino rap. Así, mientras la tropa comandada por Mayor entregaba una interesante fusión que por momentos rememoraba temas como el Never ever gonna get it —que popularizaran las espectaculares mulatas de En Vogue—, y el So What —con el cual Miles Davis descubrió una forma más libre de improvisar—, los muchachos del dúo Obsesión rapeaban: Negros rostros/ crónica en soul,/ solo en la página del diario./ No hay espacio para más/ de sudor alcanforado se inunda la cuartilla./ Siempre piden, gritan con el pecho abarrotado. ¿El resultado? Una ovación muy merecida, como la que también se le tributó a El Goyo, quien evidentemente estaba consciente de que la manera más sobresaliente de irradiar arte y traducir el mensaje del poeta en Sacrificio del embori era utilizar con maestría lo que él bien conoce: toques del rito abakuá y el canto carabalí.
Por supuesto que Alejandro Mayor no perdió la posibilidad de mostrar a los asistentes parte de lo que su agrupación puede brindar en términos musicales. Y lo demostró primero con Arahasay, la pieza que abrió el concierto-presentación y con la cual mostró sus cartas como compositor, al tiempo que le permitía el lucimiento no solo de Yadasni Portillo en el piano sino también de Néstor Rodríguez en el saxo, que afrontó el tema con una musicalidad, una bomba, un vigor y una energía envidiables.
En otro momento Mayor se decidió por introducirnos a su vocalista Dania Oduardo, y lo hizo enfrentándola al reto de interpretar They can’t take that away from me, que Ella Fitzgerald inmortalizara. Sin embargo, Dania no se dejó intimidar, y con su voz natural y espontánea, nos entregó una canción sentida, plena de feelling, que gozaron especialmente los Bailadores de Santa Amalia. Después, en Palenque 14, donde también sobresalieron Jorge González en el bajo e Isael Santana en la percusión, fue Mayor quien se lució al dejar en claro el modo como domina a su antojo, con destreza y gracia admirables, lo mismo la batería y los timbales, que el cencerro y el chekeré, en esa atractiva mezcla rítmica que logra en Palenque 14 entre el palo monte y tuí tuí de Oyá de la religión yoruba.
Por supuesto que para que el espectáculo fuera redondo no podía faltar el mismo David López diciendo su Poema color Brooklyn, cargado, como el resto, de lirismo y de todo el mundo estético, sonoro y espiritual que rodea al género. «Estos poemas han sido escritos para decirlos al ritmo del jazz, para cantarlos a viva voz, pura expresión del sentimiento», escribía en la lejana primavera neoyorquina del 2000. Casi una década después, para total disfrute de los que estuvimos en los Jardines del Mella —sería formidable que muchos otros compartieran este placer—, se hizo el sueño.