El cuartel Moncada tras el asalto del 26 de julio de 1953. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde OlivoEl cuartel Moncada tras el asalto del 26 de julio de 1953. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo Autor: Archivo de la revista Verde Olivo Publicado: 08/07/2023 | 10:57 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Trunca quedó la colada de café. Eran poco más de las cinco de la mañana y la joven se preparaba para salir hacia casa donde trabajaba como doméstica, cuando le mordió la sensación de que algo grande estaba sucediendo. «Tía, tía, escóndanse; parece que se están fajando los guardias en el cuartel...».
Osmay Dilou se asoma a los ojos del niño de siete años que era por aquel entonces y revive. Aquel grito enardecido de la prima, las tibias manos de su madre acomodándolo a él y sus hermanos, aún soñolientos, debajo de la cama, el frío del susto estremeciéndole...
Como si tirara del ayer, una y otra vuelven las imágenes del amanecer del 26 de julio de 1953 en su casa, a menos de seis cuadras del cuartel Moncada, a pesar de que su corta edad le impedía comprender el real significado de los hechos.
Nunca olvidaría, en cambio, el lamento reiterado de su madre durante los días siguientes: « ¡Dios mío, cómo están matando a esa pobre gente...!».
Asaltados por el secreto
El domingo 26 de julio de 1953, en el clímax del famoso carnaval santiaguero, un grupo de jóvenes encabezado por el joven abogado Fidel Castro Ruz asaltó el cuartel Moncada, sede del regimiento Antonio Maceo y segunda fortaleza militar de la Isla, con el propósito de desatar la lucha que llevara al fin de la tiranía batistiana.
El plan de la acción había sido elaborado en completo secreto. Además de Fidel, solamente conocían de la misión unos pocos compañeros de la dirección del Movimiento, entre ellos Renato Guitart, al frente de los preparativos en Santiago de Cuba. Los demás participantes se enterarían de los detalles escasas horas antes.
La sorpresa, una de las fortalezas tácticas del ataque, asaltó también a los habitantes de la ciudad de Santiago de Cuba, que aunque habituados a las acciones de desacato a un régimen ya insostenible, lejos estaban de imaginar una de tal envergadura.
Justo por eso, una vez consumada la acción, echaron a volar disímiles versiones. El hecho de que los atacantes, organizados en tres grupos, vistieran el uniforme del ejército batistiano hizo a casi todos pensar, en primera instancia, que se trataba de un enfrentamiento entre los mismos soldados de la fortaleza, ocupada por unos mil hombres.
«Te enteraste, dicen que hubo una gran balacera entre los guardias en el Moncada...», fue lo primero que escuchó en el día Ángel Luis Rosales, quien vivía en el otro extremo de la urbe santiaguera, después de desperezarse de una intensa noche de carnaval, que se había extendido hasta la madrugada en la afamada Trocha.
Cuando horas más tarde, en compañía de un amigo, el joven vendedor de seguros y simpatizante del Movimiento se lanzó a las calles en busca de claridad sobre el asunto, la ciudad desierta, el terror y la sed de sangre desatados por el régimen, le dejaron claro que la verdad sobre lo ocurrido estaba más allá de una bronca entre soldados.
¿Sublevación de cocineros?
Los familiares de José Vázquez Rojas, dueño de la hasta entonces Villa Blanca, luego conocida como Granjita Siboney, habían salido, cuentan sus descendientes, a disfrutar del carnaval disfrazados de cocineros.
Meses antes José había alquilado a Ernesto Tizol y otros dos jóvenes, su finca de recreo en las afueras de Santiago de Cuba.
Le habían dicho que la dedicarían a la cría de pollos; por eso nunca imaginó que aquellos disparos que hirieron la madrugada hubieran partido de sus tierras. No lo supo hasta que los esbirros de la tiranía lo detuvieron, horas después del asalto.
Su familia, aquellos cocineros de una noche de carnaval, regresaron exhaustos. De lo ocurrido en el Moncada sabían lo mismo que la mayoría de los santiagueros, pero no pudieron evitar que los vecinos relacionaran los dos hechos y echaran a rodar la historia de que se habían sublevado los cocineros...
Lumbre encendida
La sorpresa que asaltó una ciudad también devino chispa que prendió la rebeldía de los muchos jóvenes que desde esta tierra oriental, tras la asonada del 10 de marzo, habían comprendido que era tiempo de cambiar.
—¡Mamá, papá, ha llegado la hora..!, evocaría muchas veces la Heroína de la Sierra y el Llano, Vilma Espín, sobre su reacción aquella madrugada en la que le despertó el rugir de las armas en la fortaleza, y ella y su hermana irrumpirían alborozadas en la habitación de sus padres.
«Salí con un grupo buscando armas y te digo que si las hubiera encontrado a estas horas estaría yo también peleando con ellos. Me da muchísimo dolor que los estén asesinando…», escribiría por aquellos días a su amiga Ruth Gaínza, el entonces joven estudiante Frank País García. Movido por la indignación, se propuso incluso rescatar a los moncadistas presos en la cárcel de Boniato, y aunque tal idea no cristalizó, su vibrante denuncia de los crímenes del Moncada, publicada de forma clandestina en los primeros días de agosto bajo el titulo de ¡Asesinato!, conllevó su detención y encierro por varios días.
Pero más que eso, aquel amanecer de pólvora, incertidumbre y muerte desataría los ardores que desde entonces llevarían de a lleno y sin regreso al mayor de los País García por los caminos de la entrega total a la causa de la libertad.
Entre la saña, la verdad
Como Frank, Santiago nunca olvidó la represión que se desató después. La verdad emergería serena, imperturbable, a pesar del estado de sitio a que se sometería la ciudad y de la orgía de sangre.
La versión de la prensa de la época, coinciden quienes lo vivieron, fue manipulada. El Diario de la Marina nada publicó, y la información del periódico Oriente casi nadie la vio. La verdad se iría esclareciendo poco a poco.
Los propios soldados, que tenían familia y vecinos, contaban, y así se esparció la realidad sobre los hechos.
En las primeras horas de la tarde-noche del 26 de julio, otra versión comenzó a cobrar cuerpo: el cuartel Moncada había sido asaltado por un grupo de jóvenes revolucionarios, al frente de los cuales estaba un abogado nombrado Fidel Castro.
Tras la captura del líder y su traslado como prisionero hacia la ciudad, en los primeros días de agosto, se precisarían detalles de la acción y llegaría la certeza: habían apostado por la libertad, aun al precio de sus vidas.