Osviel Isvey sostiene que el delegado no es el que manda ni el que decide, sino el que organiza y tramita. Autor: Yoelvis Lázaro Moreno Fernández Publicado: 21/09/2017 | 05:09 pm
CAMAJUANÍ, Villa Clara.— Sentado en su casa, acompañado de la tía que lo ayuda constantemente a priorizar sus tareas, Osviel Isvey Rodríguez Seijo ahora se toma un respiro, mientras vuelve a concentrarse en los reclamos, algunos nuevos, otros reiterados, en el proceso de rendición de cuentas del delegado en su comunidad.
Convencido del dinamismo y el carácter flexible que se requieren para dirigir donde se vive, este joven de apenas 19 años asume desde mayo pasado los destinos de la circunscripción 12, perteneciente al Consejo Popular 1 de Camajuaní. Y si habla de dirigir no es porque alardee de ser una autoridad ni mucho menos, sino más bien por tener a su cargo la misión de guiar y llevar por buen cauce las preocupaciones y propuestas de quienes confiaron en él y decidieron elegirlo.
Para muchos de sus coterráneos Osviel Isvey es el nombre de alguien desconocido. Sin embargo, basta preguntar solo por Chucho, el muchacho delgado y hablador, graduado de técnico de nivel medio en Informática, y que ahora trabaja en la Dirección Municipal de Economía y Planificación, para que en su cuadra todos lo identifiquen con prontitud y puedan escucharse entonces sentidas frases de elogio sobre su labor.
—¿Cuánto tiempo exige este trabajo?
—Bastante, y más si se tiene en cuenta que se desarrolla una vez que se termina la jornada laboral.
«Cuando quizá algunos muchachos de mi misma edad estén jugando, viendo una película, oyendo música o simplemente descansando tranquilos en sus casas, muchas veces yo estoy visitando a un vecino, o interesándome por si esa tarde llegó el agua hasta lo más alto de la loma donde vivo, o si en la bodega o la farmacia de la zona se está prestando un buen servicio.
«Por supuesto, eso no sucede así todos los días. Uno también tiene derecho a planificarse, pero siempre hay cosas pendientes; siempre uno tiene alguna preocupación entre manos».
—¿Cuáles son las funciones más importantes que debe asumir un delegado?
—En primer lugar está la de representar a los miembros de su comunidad, pues él es quien está constantemente en la base y ha de interactuar de manera natural con los vecinos de su zona para luego darles un curso coherente a las inquietudes de cada ciudadano.
«Al delegado le corresponde gestionar y viabilizar los problemas de sus electores. No se trata de ir al lugar de las dificultades, conocerlas y ya, sino de ser también responsables y exigentes a la hora de buscar soluciones, o en el más triste de los casos respuestas que convenzan».
—¿Qué es lo más difícil de esa gestión?
—Lo más duro es encontrar la manera justa de sortear las carencias sabiendo que no se cuenta con muchos recursos. No creas que es fácil decidir de un tirón qué hacer ante tantos reclamos, pero inevitablemente se debe priorizar.
«En ocasiones las inquietudes de los electores involucran a niños, ancianos, personas enfermas, incapacitadas. Y uno, más allá de solidarizarse y de ayudar con todo lo que tiene a mano, se ve en la obligación de andar de un lado a otro tratando de encontrar de manera rápida una salida».
—¿Cómo deben ser las relaciones en el barrio?
—Ante todo, francas, abiertas y espontáneas. El verdadero delegado, ese que siempre quiere que su comunidad, conociendo sus fortalezas y sus dificultades, eche «p’alante», no tiene por qué ocultar nada.
«Uno nunca puede crear falsas expectativas. No debe darle esperanzas a nadie si realmente no existen condiciones concretas para una solución. Para eso hay que averiguar primero; hay que tocar las puertas de todas las personas e instituciones involucradas, hay que contar con argumentos y estar claro de lo que va a decirse».
—¿Qué resulta esencial cuando un delegado debe dar respuestas que no sean las esperadas a un determinado problema?
—Cada asunto lleva un tratamiento diferente. Cada planteamiento recrea una circunstancia, una realidad más o menos cercana, pero no igual a ninguna otra. Es por eso que uno tiene que ser muy cuidadoso, muy equilibrado y sobre todo muy comunicativo.
«Pienso que el diálogo, la transparencia, el ponernos siempre en el lugar de quien tiene el problema, resultan elementos esenciales para luego poder explicar. De lo contrario uno expone sin interiorizar ni darle el suficiente valor a lo que plantean los electores».
—En esa labor del delegado en la base ¿qué consideras que falta por hacer?
—A juzgar por mi poco tiempo en estas tareas, infiero que no siempre existe la suficiente identificación de todos los delegados con quienes los eligieron, ni en la totalidad de las circunscripciones los electores se comunican sistemáticamente con la persona que los representa. Por supuesto, eso sucede en muchos casos por la vida agitada que uno lleva y el tiempo contado de que se dispone, pero cuando falla la empatía y no hay preocupación por el intercambio permanente, el trabajo no suele salir bien. El diálogo también lleva aliento.
«En honor a la verdad a veces se extraña un poco el sentimiento colectivo, es decir, esa idea común de que el problema de uno sea compartido y entendido por otros. A no ser que la dificultad los toque de cerca, hay quienes se manifiestan indiferentes por completo. Y es ahí entonces cuando el delegado tiene que actuar con mucho tino, acercándose, comprometiendo y abriendo mayores espacios para la participación, que es mucho más que asistir, que proponer.
«También la rigidez, la inercia y la carencia de iniciativas poco a poco van matando el aliento. Primero uno tiene que pensar y repensar el argumento en el barrio. Y después entonces elevar el problema y preocuparse por este hasta donde sea necesario.
«Como mismo para arreglar una calle o solucionar un problema de vivienda, uno debe tramitarlo con las entidades correspondientes, para resolver un basurero o pintar la cuadra no hay que ir muy lejos. Eso se puede decidir en la misma comunidad».
—¿A qué debe conducir entonces la tarea que se realiza en la circunscripción?
—Pienso que a una construcción colectiva mucho más democrática, en la que todos se sientan partícipes y sean capaces de aportar su granito de arena. Creo que los jóvenes debemos involucrarnos más en esas tareas, ser más activos en el ejercicio comunitario, ganarnos con la constancia un lugar cada vez mayor.
«El delegado no es el que manda ni el que decide; es el que organiza, tramita… Esa misión es compartida. Cualquier miembro de la zona, cualquier ciudadano tiene derecho a proponer, a buscar respuestas y soluciones, a propiciar el diálogo y sobre todo a hacer».