La tecla del duende
Marianela Laguardia, la nieta de Julia, nos envía desde allende los mares esta bella crónica. Sintetizo y comparto…
Musi llegó a casa (…) montada en un torbellino de polvo... Sucia, famélica, casi fea. (…) Al principio todos los miembros de la familia evitamos tener el menor roce con la nueva inquilina del 29F… Un can de dudosa procedencia, sin carné de vacunación, sin registro en la Oficoda y que seguramente sería reclamado pronto, no era un objetivo adoptable. Menos en un apartamento de un cuarto, en el que vivíamos cuatro personas… Era lógico que todos decidiéramos guardar distancia... Pero la vida es más rica que eso (…). El primero en caer bajo el embrujo de los ojazos de Musi fue mi hermanito (…). Empezó por darle un poco de leche (…). La pobre estaba en la tea, parecía un sijú platanero, flaca, con orejas de murciélago, con el pelo típico de los que coges por la nuca y sí chillan, y con unos ojos enormes que lo miraban todo (…). Era una sata de pura cepa, valga la contradicción. Pero es sabido que a los perros que no son de raza lo que les falta de pura sangre les sobra en recursos para hacerse querer... Ella era una luchadora y a los dos días ya no solo se beneficiaba del alimento, sino también de una camita improvisada en el pasillo de la casa. Al cabo de una semana entró y dijo con su cara de quien sabe ha encontrado su hogar: Aquí estoy para quedarme. Y se quedó por casi 15 años. No quiero aburrir contando cada anécdota sobre Musisleidis (acriollamiento del nombre), pues los que han tenido mascotas saben que cada día es un cuento y revivir cada uno de ellos sería todo un reto para mi memoria, la paciencia de los que leen esto y para el nudo que desde la primera línea tengo atorado en la garganta. Si escribo esto hoy es porque hablando con una amiga de nuestras respectivas mascotas (...), he recordado que hace ya dos meses Musín se nos fue, el mismo día que me fui yo de Cuba (...) Quizá fue casualidad, quizá me tejo historias para llevar un poco mejor su muerte, pero en el fondo creo que la sabiduría de quien ha vivido una suerte perra le dio la fuerza justa para despedirse. Me entristece mucho saber que ya no está correteando por cada rincón de la casa (…), ahora estará pasándola genial encaramada en una nube, intercambiando historias de nosotros con Kiruso, Osita y Orión, nuestras anteriores mascotas, pues como alguien me asegurara alguna vez (y yo quiero creerlo): «Todos los perros van al cielo».
Este sábado, 2:00 p.m., en la Fragua Martiana. Tema: 2017.