Lecturas
Varios mensajes electrónicos y no pocas llamadas motivó la página sobre la visita a Cuba, en 1931, del tenor mexicano José Mojica. En general, reprochan al escribidor no haber aludido en su crónica a una segunda visita a la Isla del hombre que, a la muerte de su madre, tomara los hábitos religiosos y, con el nombre de José Francisco de Guadalupe y luego de hacer voto de pobreza, se internara en un convento de los Andes peruanos.
La diseñadora Piedad Subiráts, lectora fiel de esta columna, refirió en su mensaje recuerdos familiares sobre aquel segundo viaje de Mojica a Cuba y tuvo la delicadeza de remitir al autor de esta página una tarjeta de visita que conserva del fraile mexicano, así como la foto, posiblemente tomada en La Habana, que el cantante obsequió a su madre o a su abuela. También envió una estampita de la Virgen de Fátima, que Mojica firmó antes de entregársela.
Corría el mes de diciembre de 1953, y entonces Piedad tenía nueve años de edad. Agradece ahora que el escribidor le hiciera revivir tantos bellos recuerdos. Otro lector, el doctor Diego A. Artiles Granda, tiene asimismo sus recuerdos de Mojica en su segunda visita. Lo vio en el concierto que el tenor ofreció una tarde en el teatro Payret para los alumnos del Colegio de La Salle, donde Artiles cursaba entonces la enseñanza primaria, y fue allí que escuchó por primera vez la canción titulada Corazón mexicano, que desde entonces y a lo largo de más de 50 años se empeñó sin éxito en volver a oír. En ese tiempo preguntó muchas veces por esa melodía a amigos mexicanos. Ninguno la conocía o recordaba hasta que en el pasado mes de enero movió el tema durante una visita a México y alguien desde su teléfono buscó y bajó de Youtube un video donde Mojica la interpreta. El doctor Artiles Granda lo copió y lo conserva como uno de sus más preciados tesoros.
Mojica ofrecía conciertos y actuaba en el cine con licencia eclesiástica. De hecho, lo hizo casi hasta el fin de sus días. Afirma Piedad Subiráts que en aquella visita Mojica cantó en algunas iglesias y cree recordar que lo hizo asimismo en el teatro Auditórium, invitado por la Sociedad Pro Arte Musical. Su familia tenía en ese momento mucha amistad con varios sacerdotes franciscanos, sobre todo con los de la iglesia de San Antonio, sita en Quinta Avenida y 60, en Miramar, y fue a través de ellos que invitaron a Mojica a que ofreciera un concierto en el teatro del pueblo de las Minas de Matahambre, en Pinar del Río, donde su padre era médico.
«Nos tocó por tanto recibir al padre Mojica y hacerle los honores», dice la destacada diseñadora. El concierto se dio y con entrada gratis, pero no tuvo, por razones que Piedad desconoce, la repuesta del público que era de esperar. «Al otro día se ofreció un almuerzo en su honor en nuestra pequeña casa. Nos apretamos en torno a la mesa, no recuerdo si mis abuelos que habrían ido desde La Habana para el acontecimiento; fray Serafín Ajuria, también franciscano; el padre Manuel Zaldúa, capellán de las Minas; mis padres y yo. Mi padre que tenía un gran sentido del humor decía que había tomado “sopa bendita”, porque como estábamos tan apretados, las mangas del hábito de Mojica se le metieron en su sopa».
Piedad Subiráts evoca hoy a José Mojica como un hombre «sencillo y cariñoso», que en Matahambre la acompañó en sus juegos infantiles. «Años después, mi madre consiguió el libro Yo Pecador, su autobiografía publicada en 1956, y por este texto en los años 60 se filmó la película del mismo nombre, que se puso aquí en La Habana en 1962. La vi en un cine del Vedado. Recuerdo que el papel de doña Virginia, su madre, lo interpretó Libertad Lamarque».
Finalmente, Piedad agradece al escribidor el haberle llevado, como en otras ocasiones, estos «recuerdos lejanos» que siguen vivos en su memoria.
El doctor Arquímedes Sedeño Argilagos se interesa por conocer si los hoteles Vedado y Victoria fueron en un tiempo una misma instalación y si pertenecieron al mismo dueño.
Para responderle, me remito a la información que sobre esos establecimientos hoteleros ofrece Guillermo Jiménez en su libro Las empresas de Cuba; 1958, publicado por la editorial de Ciencias Sociales, de La Habana, en el año 2004.
Dice el mencionado investigador que el hotel Vedado, con 120 habitaciones y dos penthouses para sus propietarios, se inauguró en diciembre de 1952, a un costo de millón y medio de pesos.
Un hotel, con igual nombre, pero pequeño, estaba situado en la esquina de 19 y M. Lo había arrendado y lo administraba Bernardo Navarro Godínez, y arrojaba utilidades netas de alrededor de 25 000 pesos anuales. Navarro, que presidía la Asociación Cubana de Hoteles y la Junta Cubana de Desarrollo Turístico, convenció al arquitecto José Alberto Prieto de asociarse en la construcción de un nuevo hotel que se ubicaría en la calle O, entre 23 y 25, y que se llamaría Vedado, mientras que el hotelito de 19 y M pasaría a llamarse Victoria; nombres que conservan ambas instalaciones. Prieto elaboró el proyecto arquitectónico y procuró el financiamiento del Colegio de Arquitectos.
Hasta ahí la información de Jiménez. Añadimos, por nuestra parte, que el Victoria, con 31 habitaciones en la actualidad, es el hotel más antiguo de El Vedado, y en La Habana solo lo superan en antigüedad tres instalaciones de su tipo. Un hotel con «ángel» desde su apertura, hace más de 80 años, durante los que asentó todo un hábito de prestigio.
Muchos son los cambios que sufrió desde su apertura, pero siempre fue similar su empeño por mantener una marca de primera clase. Un hotel con tradición y sello propios que, con distinción y elegancia, conserva el aura de una época.
Un hombre tan exquisito, arisco y difícil como el español Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura, lo escogió para su estancia habanera entre 1936 y 1939, y allí acopió Lezama Lima entonces el material para su célebre Coloquio con el poeta de Platero y yo. Otra premio Nobel, la chilena Gabriela Mistral, fue también su huésped. El gran compositor ruso Sergio Prokofiev se alojó en el Victoria, y su terraza fue escenario de la ardua entrevista que sostuviera con Federico García Lorca, impresionado con la música trepidante, de ritmos incisivos y vivas aristas del autor de Visiones fugitivas, a quien solo en La Habana pudo escuchar en vivo.
Más acá en el tiempo se hospedaron allí no pocos famosos, como el cantante puertorriqueño Danny Rivera, el cineasta brasileño Walter Salles, el periodista italiano Gianni Miná, los escritores cubanos Fina García Marruz y Cintio Vitier, que lo declaró el hotel de los poetas.
Un lector que firma solo como Boris su mensaje electrónico, pregunta si alguien nacido en Cuba en tiempos de la colonia ocupó la presidencia del Gobierno español.
Pues sí. Se llamó Dámaso Berenguer y nació en San Juan de los Remedios, localidad cubana perteneciente a la actual provincia de Villa Clara, en 1878, fecha —ya se habrá percatado el lector— en que la Isla estaba aún bajo la soberanía española.
Su carrera militar estuvo vinculada estrechamente con la guerra de Marruecos, en la cual comenzó a participar en 1909 y logró ascender tres años más tarde a general. En noviembre de 1918 fue nombrado ministro de la Guerra por el presidente del Gobierno liberal de Manuel García Prieto, cargo que volvió a desempeñar hasta enero de 1919 en el gabinete siguiente, encabezado por el también liberal Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones.
Abandonó ese Gobierno al ser designado en ese mes alto comisario de Marruecos (la más alta representación española en el Protectorado), pero fue cesado tras el llamado desastre de Annual, de julio de 1921, y afrontó las responsabilidades consiguientes.
Apartado del Ejército, fue pronto rehabilitado, al comienzo de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, en 1923. Un año más tarde, pasó a la jefatura de la Casa Militar del rey Alfonso XIII, quien, el 30 de enero de 1930, tras la renuncia de Primo de Rivera y pese a la oposición de amplios sectores, le encargó in extremis la presidencia del Gobierno. Ante la fuerte contestación social y política y la negativa coyuntura económica tuvo que abandonar la presidencia el 18 de febrero de 1931, después de actuar con dureza en la represión de la sublevación republicana que tuvo lugar especialmente en Jaca (Huesca) a finales de 1930.
Sustituido por el almirante Juan Bautista Aznar, formó parte del Gobierno de este en calidad de ministro del Ejército.
El advenimiento de la II República, el 14 de abril de 1931, significó el cese del gabinete monárquico y el inicio de un proceso judicial contra Berenguer por su actuación en los sucesos de Jaca, que lo llevó a prisión.
En una coyuntura muy distinta, en 1934 resultó amnistiado por el gobierno conservador encabezado por el Partido Radical. En 1946 publicó una de las mejores obras memorísticas españolas del período final de la Restauración: De la dictadura a la república.
Falleció siete años más tarde, en Madrid.