Lecturas
¿Asesinato o suicidio? ¿Mató Emilio Vicente Driggs, que había suplantado la personalidad del explorador Ibeau I. Monsi, capitán del ejército canadiense, nacido en Senegal, a la joven Doctora Aurora Méndez del Castillo, a la que llamaba Miss Dawn, e incineró luego el cadáver y lo enterró en la arena, o fue ella la que puso fin a su vida y él se limitó a inhumarla para ocultar los restos, desmarcarse del incidente y borrar indicios que pudieran llevar a la Policía a establecer cualquier vínculo entre ellos?
El suceso, en su momento, no pudo ser esclarecido del todo, y a la vuelta de los casi 90 años transcurridos desde entonces el cadáver de la playa de Boca Ciega, al este de La Habana, sigue siendo uno de los enigmas más impenetrables de la crónica roja cubana. Pese a que se supo que el presunto Monsi salió de Cuba bajo el nombre de Robert Moore, ciudadano norteamericano nacido en Pasadena, soltero y de 35 años de edad, y luego apareció en California como Pantaleón Ramos, natural de Canarias, las autoridades de la Isla no alcanzaron nunca a echarle el guante ni tampoco comprobaron la veracidad del mensaje en que el tal Pantaleón pedía al capitán Alfonso L. Fors, jefe de la Policía Judicial cubana, a cargo de las investigaciones, que dejara de perseguirlo pues, decía, «aunque soy en verdad el capitán Ibeu Monsi, señalado como autor de la muerte de Aurora, lo cierto es que me siento morir». Cuando se habían corrido ya todos los trámites para su extradición, el supuesto culpable fallecía de una afección laríngea que lo había privado de la voz.
Todo queda en el campo de las suposiciones. Se dijo entonces que el falso capitán y reconocido timador se enamoró verdaderamente de la bella e inteligente joven a la que conoció en la ciudad oriental de Puerto Padre. Fue en aras de ese amor que decidió no ocultarle por más tiempo su verdadera identidad, relatarle sus estancias en la cárcel y contarle del destino del verdadero capitán Monsi. Para revelarle sus secretos escogió, por lo tranquilo y apartado del lugar, la playa de Boca Ciega, paraje que habían visitado antes. Allí se desencadenaría la tragedia porque, se dijo también, ante las revelaciones, la infortunada Miss Dawn lo increpó con crudeza y lo amenazó con la Policía. Optó entonces él por matarla, quemar el cadáver y esfumarse del lugar. No faltaron, sin embargo, los que afirmaban que ella, fuera de sí por las confesiones de su amante, viendo su vida deshecha y roto su sueño y llena de pesar y miedo por el «qué dirán», decidió privarse de la vida, incinerándose. El temor de que lo acusaran de la muerte de la muchacha lo empujó a deshacerse del cadáver. Lo enterró en la arena, a 50 metros de la costa y a otros 250 de la casa más próxima. Fue un enterramiento superficial y, para la mala suerte del falso Monsi, los perros jíbaros lo descubrieron y sacaron a la luz huesos que condujeron al hallazgo del cadáver.
Elementos del puesto de la Guardia Rural de Guanabacoa asumieron el caso en un inicio y aportaron indicios de interés y utilidad. Pero lo desconcertante del suceso y la alarma que generó en la sociedad hicieron que las investigaciones se confiaran a la Policía Judicial. El capitán Fors se auxilió del detective Mariano Torrens.
Ya para entonces los forenses aseveraban que se trataba de los restos de una mujer desconocida de entre 25 y 30 años de edad, de la que no podían precisar cómo había muerto. Se imponía establecer la identidad de la víctima y precisar si se suicidó o fue objeto de un crimen a fin de encontrar al que mató a la muchacha, la incineró y la enterró, o al que se limitó a inhumarla luego de encontrarla muerta. La idea del suicidio hubiera podido justificarse frente al hallazgo de un cuerpo quemado, pero la inhumación de su cuerpo calcinado pretendía de seguro ocultar un delito. Fors y su ayudante concluyeron que la muchacha había sido asesinada de manera brutal, quemada después y, por último, enterrada. Entonces no dudaron que buscaban a un asesino frío y cobarde.
Pronto se supo que siete días antes del hallazgo de los restos, un sujeto de rara presencia había propuesto a Saturnino Gayón, propietario de la bodega La Viña, de Guanabo, varias piezas de vestir de mujer. Pidió por ellas 20 pesos y manifestó que se veía urgido de hacer aquella venta porque no demoraría en emprender un viaje de exploración por las Antillas. Al recibir el dinero, en agradecimiento, obsequió al bodeguero dos libros —Baldwins Headers Fourth Years y ¿Quiere usted aprender inglés sin maestro?—. En su página inicial, ambos volúmenes llevaban esta dedicatoria: «To Miss Dawn. From Captain Ibeu Monsi. Cuba, Marzo, 1924».
Lo de captain Ibeu Monsi pareció a la Policía un seudónimo más que un nombre real, pero dawn, en inglés, significa «amanecer, comienzo del día, aurora». Y en esa palabra sí repararon el capitán Fors y el detective Torrens. Quizá Aurora fuese el nombre de la mujer asesinada.
Ambos detectives trabajaban sin descanso, día y noche, sin desdeñar ningún posible indicio, sin descartar la más ligera sospecha. Aquilino López, propietario de un restaurante vegetariano de la calle Neptuno, puso detalles de interés en conocimiento de la Policía. Mostró cartas y tarjetas dirigidas a Monsi y firmadas por la misteriosa Miss Dawn. Revelaban un amor apasionado, sin fronteras. Puso a las autoridades en la pista correcta cuando les dijo que se trataba de un capitán del ejército canadiense nacido en Senegal. Y añadió que era un tipo que comía vegetales y dormía en las azoteas. Dijo también que se había despedido porque viajaría a Centroamérica.
Fors no demoró en constatar que Monsi y el gibareño Emilio Vicente Driggs eran una sola persona y trazó la línea que lo llevaba hasta Aurora Méndez del Castillo, reportada como desaparecida. Pero a esa altura Monsi no podía ser capturado. A bordo del vapor Cuba había salido de la Isla por el muelle del Arsenal, con el nombre de Robert Moore, norteamericano.
Driggs, alias Monsi, trabajó para la compañía que operaba los centrales Delicias y Chaparra. Se hizo maquinista, pero pronto lo expulsaron de la empresa por ladrón. Vagó por Banes, Antilla y Mayarí y en esta localidad raptó a una linda menor a la que no tardó en abandonar. La familia de la muchacha lo denunció. Pudo escapar, pero lo encausaron en rebeldía. Se enroló como tripulante en un barco de carga y durante los cinco años siguientes viajó por el mundo, casi siempre en buques dedicados al transporte de arroz que tocaban la India. Así aprendió varios idiomas, especialmente el inglés y también el chino. Regresó a Cuba en 1920. Era un hombre refinado. Hablaba el español con acento y vestía como un explorador inglés. Se tocaba con un casco blanco y llevaba al cuello una cámara fotográfica y unos prismáticos. En Gibara, ya con el nombre falso de Ibeu Monsi, pronunció conferencias sobre cuestiones históricas y geográficas. Lentamente fue haciéndose de un grupo de admiradores que escuchaban las largas peroratas sobre sus aventuras en China, Japón, la India y los países más remotos sin sospechar que era tan gibareño como ellos.
Una tarde, la madre lo reconoció en el parque y corrió a echarse en sus brazos. Driggs la rechazó y le preguntó en inglés que de dónde sacaba ella que él era su hijo. La infeliz quedó estupefacta. Bien sabía ella —lo sentía— que aquel joven era fruto de su vientre, pero ante su airada negativa abandonó el parque con los ojos llenos de lágrimas. El incidente llegó a oídos de las autoridades. Se abrió una pequeña investigación y se remitió al falso explorador a Santiago de Cuba. Por el asunto de la menor burlada en Mayarí, la audiencia santiaguera lo condenó a un año, ocho meses y 21 días de prisión, que cumpliría en la cárcel de la ciudad, y a indemnizar con 200 pesos a la muchacha.
El 14 de octubre de 1921, Driggs salía de la cárcel y se trasladaba a Puerto Padre. Volvía a ser el explorador Ibeu I. Monsi y una prestigiosa institución cultural de la localidad lo contrataba para una conferencia. Una cerrada ovación cerró sus palabras. Una representación de las clases vivas se apresuró a felicitarlo. Lo invitaron al baile que esa misma noche se ofrecía en la Colonia Española. Aceptó Monsi la invitación, complacido y, ya en la fiesta, se convirtió en la figura central de la noche. Entre las personas relevantes que alternaban en la Colonia sobresalía una joven de pelo negro y sonrisa adorable. Monsi no le quitaba el ojo y alguien los presentó. Era Aurora. Tenía 26 años de edad, era Doctora en Pedagogía por la Universidad de La Habana y estudiaba Filosofía y Letras en el mismo centro docente. Hablaba inglés y francés a la perfección. Una verdadera joyita. A partir de ahí, Monsi acaparó a Aurora durante toda la fiesta, y, en los días sucesivos, no le perdió pie ni pisada, aun bajo el ojo celoso de su hermano, el doctor Aurelio Méndez del Castillo, médico y poeta, toda una celebridad local.
La relación entre Monsi y Aurora se hizo cada vez más profunda. Juntos se les veía en el muelle que mira hacia el cayo Juan Claro o en el paseo que nace cerca del Fuerte de la Loma. A veces navegaban en lancha por La Boca o Cascarero. Así hasta que un día Monsi desapareció de Puerto Padre sin despedirse y horas después desaparecía también Aurora. Se encontrarían en La Habana. Sus estudios universitarios dejaban a la muchacha tiempo suficiente para reunirse con su amado, primero en lugares públicos, con mesura, para entregarse luego, en parajes aislados, a una pasión desenfrenada.
Todo parece indicar que existió un genuino capitán explorador del ejército canadiense con ese nombre. Y que llegó a conocer a Emilio Vicente Driggs cuando, en viaje de estudios, se dirigía a Cuba en un barco inglés. Durante la travesía Driggs, con su habilidad característica, logró intimar con el capitán. Destaca esta versión que el genuino capitán Monsi dio a Driggs los pormenores de su viaje: el propósito que lo animaba, los resultados que obtendría, sin olvidar la jugosa bolsa en metálico con que se le recompensaría. Se afirma que, en cierto momento, aprovechándose de la madrugada, Driggs estranguló al auténtico capitán Monsi, trucidó su cuerpo, lo echó por la ventanilla del camarote, tomó su uniforme y su documentación y desembarcó en Cuba, suplantando la personalidad del explorador canadiense.
Es la versión de una leyenda difícil de comprobar. Pero, ¿quién niega que Emilio Vicente Driggs tuviera suficiente maldad para realizar tal hecho?
Si el supuesto Monsi falleció ciertamente en California o se perdió en el mundo de la delincuencia internacional, es indudable que se llevó a la tumba la verdad acerca del porqué y los pormenores de la muerte de Miss Dawn, suceso que comenzó a inquietar a Cuba el 1ro. de agosto de 1924. ¿La mató el falso Ibeu Monsi o ella se suicidó, quemándose, y él optó por enterrarla en las entonces solitarias arenas de Boca Ciega?
Hay quienes aseguran haber visto una fantasmagórica figura de mujer que algunas noches recorre las arenas de la playa. Si usted la ve, pregúntele si es Aurora y pídale que le cuente los detalles de su muerte. Quizá se digne a responder y nos saque de dudas.
(Con información del Doctor Ismael Pérez Gutiérrez)