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Así de cínica es la situación que se plantea en Afganistán, donde las tropas de EE.UU. y sus aliados de la OTAN, bajo las siglas de ISAF, reparten muerte sin pensarlo dos veces.
La semana pasada, un golpe aéreo de la OTAN masacró al menos a 125 personas, la mayoría civiles, y ahora se dice que cuando el general estadounidense Stanley McChrystal trató de controlar la situación, y contactó a las fuerzas que comanda para saber qué había sucedido, no le podían responder con exactitud porque estaban ebrios o bajo los efectos de la resaca o «el ratón»...
Al parecer, soldados alemanes de las ISAF (Fuerzas Internacionales en Afganistán) llamaron a un F15 Strike Eagle estadounidense, que arrojó un par de bombas de 500 libras sobre dos camiones cisternas que habían sido «secuestrados» en Kunduz, y en la terrible explosión resultaron muertas muchísimas personas de la población que se abastecía del combustible. Ahora argumentan que consideraron que esos vehículos podrían ser un peligro si eran utilizados como carros-bombas en ataques suicidas.
El general se apresuró a prohibir el alcohol en su cuartel y amonestó al personal, que a pocas horas del mortal ataque «no tenían la cabeza en su lugar». Simple ley seca ante un crimen que apenas fue descrito en algunas capitales europeas como «un gran error» o «un evento muy triste», al decir de Javier Solana, jefe de la política exterior de la Unión Europea.
Es cierto que en todos los cuarteles hay profusión de bares y los alemanes, 3 500 emplazados en el escenario bélico del país centroasiático, se han bebido en un año 1,7 millones de pintas de cerveza y 90 000 botellas de vino, según se filtró de un reporte al parlamento germano. Pero no son los únicos en chuparle el rabo a la jutía.
Como decían algunos comentarios «depresión, alcohol y armas no son una buena combinación»; pero trivializar el caso achacándoselo única y exclusivamente al uso desmedido de la bebida es hacer lo que el avestruz, esconder la cabeza bajo tierra y dejar todo el cuerpo y el trasero al descubierto.
Con bebidas o sin bebidas, con drogas o sin drogas, las guerras que Estados Unidos emprendió bajo la férula Bush-Cheney y que continúan en el mandato de Obama son por sí mismas ejemplos de criminalidad, auspiciadoras de conductas asesinas y caldo de cultivo para la formación de alcohólicos y drogadictos. Vietnam lo probó, Iraq y Afganistán lo comprueban.
Si unos tragos de más son ahora la justificante para la bestialidad, ¿cuál excusa buscarán para este otro evento de guerra publicado este martes por el diario londinense The Times?: Soldados de la 10a. División de Montaña del Ejército de EE.UU. llevaron a cabo un raid armado en un hospital de Wardak, al sur de Kabul, en busca de insurgentes, ataron a personal médico, guardias y familiares de los ingresados, sacaron a los pacientes de las camas, buscaron en la sala de mujeres y violaron todas las leyes internacionales, según reclamó el director del Comité Sueco por Afganistán, la entidad caritativa a cargo de la instalación. Ahora es la OTAN la que investiga.
Más allá de la escabrosa situación de una guerra que Washington quiere perpetuar bajo la suposición de que puede ganarla, pero que cada día se embrolla más, ambos incidentes han hecho aflorar otro problema, y el diario londinense The Times lo explica así: las tensiones dentro de las fuerzas de la coalición integrada por 42 países. Dice que los estadounidenses bromean con las siglas de la ISAF y las transforman en «I Saw Americans Fighting», cuya traducción literal es una muestra de la prepotencia de los norteamericanos y todo un insulto para el resto de los militares: «Yo vi a los americanos combatir». Malo, malo, en una guerra siempre todo está oscuro y huele a podrido… porque es el desate de la infamia.