Momento exacto en que Sotomayor logró su récord en la ciudad española de Salamanca. Autor: Chema Sánchez Publicado: 22/08/2020 | 08:55 pm
Llegar a su emporio capitalino es respirar todo el tiempo sus marcas mundiales y su récord absoluto de 2,45 metros, con el que ancló su nombre en la historia del atletismo. Su casa, pintada de blanco, posee un muro a su alrededor que mide exactamente 2,45 de altura. Para llegar al interior hay que pasar por debajo de un pequeño techo con esa medida encima de la puerta.
Hemos llegado a la meca del salto de altura mundial. Javier Sotomayor Sanabria es para los cubanos en el deporte como Alicia en el ballet, Lam en la plástica, el Benny en la música… Nos recibe con pulóver y short de color negro, gafas a la moda y su inconfundible sonrisa. Conversamos sobre las colas y el aislamiento, y sobre nuestras familias en Matanzas: «Estuve por allá unas semanas atrás», cuenta.
Se mece cómodamente en un sillón y sonríe. El próximo 8 de septiembre cumplirá 32 años su primer récord mundial de 2,43 metros (Salamanca, 1988). El mes pasado cumplió 31 su salto sobre los 2,44 (San Juan, 29 de julio) y 27 su récord absoluto de 2,45 (Salamanca, 27 de julio). Y este año llegó a cuatro décadas el 1,65 en Juegos Escolares.
«Todos mis saltos los recuerdo y les doy importancia. El de 1,43 fue mi primer y mejor resultado en Limonar, siendo pionero. Aunque no sean significativos en cuanto a marcas, fueron los de mis inicios. Cuando aquello no disfrutaba a plenitud del salto de altura…, por eso considero que no fueron tan gratos como los saltos posteriores. Sí tengo muy buenos recuerdos de la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Luis Augusto Turcios Lima, de mi primera competencia en Varadero, y las provinciales en el municipio de Colón y en la escuela Álvaro Reynoso, de la ciudad de Matanzas.
—¿Romper la barrera sicológica de los dos metros fue el preludio del posterior campeón?
—El primer salto que de verdad disfruté como tal fue el 1,85 porque tenía en mi cabeza que comenzaría a ser saltador a partir de pasar por encima de mi estatura. Con 13 años superé esa cifra, fui campeón nacional y me sentí un verdadero saltador. Por supuesto que los dos metros me dieron la posibilidad de entrar a la preselección nacional juvenil y empecé a subir la varilla mes tras mes.
«Con 14 años salté esos dos metros. Mejoré cuantitativa y cualitativamente y en un año y siete meses subí a 2,33. Eso fue cuando vine para La Habana en 1982, con ejercicios de acrobacia que me pusieron mis entrenadores, la ayuda del sicólogo y mi colaboración, que siempre dije que sí podía. Con apenas 16 años saltaba 2,33 y el récord de 2,43 lo logré con 20 años. Fue esperado porque habíamos trabajado para eso. Aunque seguro no hay nada en la vida, sí tenía mucha fe y confianza en que podía lograrlo».
—Cuando te retiraste languideció el salto de altura a nivel mundial. ¿A qué lo atribuyes?
—A lo mejor influyó la poca competencia. Un saltador que se destaque, si no tiene quien lo secunde y es conformista, o sabe que no podrá saltar más que eso, se siente bien con ganar solo algunas medallas. En 2013 vino Bohdan Bondarenko y en 2014, Mutaz Essa Barshim; los dos tuvieron varias temporadas con grandes resultados gracias a esa rivalidad.
—¿Eres un hombre ambicioso?
—La palabra ambicioso no me gusta ni mencionarla. En el salto de altura sí lo fui y, con toda franqueza y modestia, siempre quise más. Nunca fui conformista con lo que hice. Ni con los 2,45 me sentí conforme.
—Cuando te colocas debajo de una varilla a 2,45, ¿cómo ves esa altura?
—Hoy la veo muy alta. Antes no. De atleta la veía bien posible de alcanzar. De hecho, la miraba mucho y veía el 2,46 y el 2,47…. Cuando coloco la varilla a esa altura para que mis alumnas hagan ejercicios, sí que la veo alta.
—En 2018, Mutaz Essa Barshim dijo que le tiró a tu récord mundial con el 200 por ciento de sus capacidades. Ha dicho públicamente que quiere tu récord. ¿Esa obsesión es buena?
—La obsesión es mala a veces; a la larga pasa factura, te debilita un poco mentalmente. Es bueno tener ese sueño, pero que no sea solo eso. Me pasó cuando busqué el récord mundial juvenil. En 1984 salté 2,33 y ya tenía el récord mundial de Cadetes. Después el récord era de 2,35 y estuve todo 1984 saltando 2,30 o 2,31, luego pedía 2,36 y no lo superaba. Hasta un día que pedí 2,34 y logré saltar, y cuando menos lo pensé salió el 2,36.
—¿La tecnología digital y la ciencia pudieran influir en nuevas marcas?
—En el salto de altura, creo que se seguirá midiendo de la forma convencional. La ciencia sí ayudará mucho en cuanto a zapatillas más ligeras que quiten peso, la ropa, los escenarios… o, por ejemplo, una lesión que requería un mes para recuperarmos ahora tal vez en una semana.
—¿Cómo definiría al saltador perfecto?
—Muchos dicen que mi técnica no fue la mejor. En congresos y conferencias, tanto atletas como entrenadores me dicen eso. Entonces les pregunto quién ha sido más técnico que yo y cuando me lo mencionan replico: ¿Cuánto saltó?
«En teoría, hay muchos más técnicos, en la práctica la mejor técnica sin duda fue la mía. A la perfección no creo que llegue nadie. Hay deportistas que quizá se acerquen más, pero no lo hacen bien. Son miles de capacidades a tener, si levanta bien la cadera o baja mucho el péndulo, despega flojo… Debe ser ni muy alto ni muy bajito. Calculo una media entre 1,90 y dos metros. Los de más estatura para mí no son buenos saltadores. La acrobacia les cuesta más, y no es que el salto sea acrobacia, pero en el movimiento en el aire tiene que hacer varias cosas que juegan con el peso corporal, la agilidad y la movilidad.
«Que sea relativamente rápido, ágil, muy potente, delgado con peso óptimo y una mente positiva, bien dotada, que te ayude a sobrepasar cualquier obstáculo. Siempre pensar en superar barreras, porque al igual que en la pértiga, antes de saltar ya sabes a qué te vas a enfrentar. Yo no fui el saltador perfecto, pero creo que les saqué provecho a algunas cosas de la técnica».
—¿Cuál consideras tu mejor salto desde ese punto de vista?
—Para mí, el mejor salto técnicamente fue el 2,40 en Stuttgart, el 22 de agosto de 1993. Lo hice muy, muy fácil. De la forma en que sentí que despegué, viendo el salto, aprecio que pasé casi sentado, con la cabeza para adelante y todo. Estoy seguro de que saqué diez centímetros así, sin llegar a subir casi la cadera puse mi centro de gravedad a 2,50 metros. Después pedí 2,46 y no los salté.
«Comencé saltando la modalidad de tijera en Limonar porque no había colchones; solo un cajón de arena. Siempre hice alguna que otra modificación hasta 1988. Mejoraba aspectos que tenía mal o adaptaba mi técnica. Hoy no hay ningún saltador que salte igual que yo. Teóricamente, el último salto es el más corto y el último paso mío era más largo. Yo entraba con mucha velocidad. El ángulo de la pierna libre lo hacía muy abierto y el ángulo de entrada de la carrera de impulso lo hacía diferente a los demás. Eso lo fui adaptando para sentirme cómodo y buscar efectividad. A medida que me iba sintiendo bien, le iba sacando provecho, y así me fui adaptando a mi técnica.
«Tuvieron que ver mucho mis entrenadores. Fui un estudioso de la técnica, de cómo iba a sacar el pie o a entrar. En ocasiones me regañaban cuando empecé a hacer esas cosas».
—¿Te hubiese gustado tener alguna virtud de otros saltadores?
—Quizá otros se arqueaban más, pero el provecho lo sacaba cuando en vez de arquearme subía la cadera. Como lo hice me sentí bien, cómodo… y lo hice bien. Si me preguntas si quería saltar como otro atleta, te digo que no. Yo quería saltar como salté.
—Estuviste lesionado muchas veces. ¿Fue algo similar a lo que están viviendo los atletas activos en este aislamiento?
—Afecta muchísimo. No puedo generalizar porque no sé cómo lo han hecho otros, pero con esto del coronavirus los más perjudicados hemos sido los cubanos, primero porque no nos hemos preparado para eso: pocos tienen condiciones para entrenar en casa, incluso aunque tengan la posibilidad económica o porque te regalen el equipamiento.
«No es lo mismo en la casa hacer tres o cuatro planchas y correr un poco que ir al estadio. A lo mejor no están en cero en su estado físico, pero eso pasa factura a los primeros que empiezan a competir. De aquí al año que viene sí hay tiempo para recuperarse, y te lo digo con certeza.
—¿Qué has priorizado en medio de esta situación de la COVID-19?
—Como entrenador, me he mantenido en comunicación con mis dos atletas, que viven en Santiago de Cuba y Ciego de Ávila. Son dos niñas (María Karla y Kiara). Las escogí porque en juegos escolares y otras competencias son las mejorcitas de Cuba para esa edad de 15 y 16 años.
—¿Cómo recuerdas tu récord de Salamanca?
—Me siento contento cada día que pasa por seguir siendo el recordista del mundo. Es un honor. Todo el mundo sabe que soy campeón olímpico, lo máximo a que aspira un atleta, pero la gente me reconoce por el 2,45, y eso me hace sentir feliz. Siempre me preguntan cuándo van a romper mi récord y casi nadie menciona las medallas olímpicas.