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Adrián Pellegrini y su quinto sol

El pintor Adrián Pellegrini del Riego se considera considera un artista integral, un hombre del presente, que vive haciendo; y que el hacer, ha sido el signo de su carrera

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

En otra vida, Adrián Pellegrini del Riego de seguro fue astrónomo, político, pintor y, muy probablemente, arquitecto. En esta siente que sigue siendo un poco de todo eso, aunque si le exigen una autodefinición se proclama como «un artista que ha podido llegar a ser un intelectual, siempre abierto a nuevas experiencias, al derecho de los otros, a que los demás puedan participar del conocimiento, lo más valioso para lograr el disfrute pleno. Me considero un artista integral, un hombre del presente, que vive haciendo; y el que vive haciendo, encuentra; y el que encuentra, procede, se mueve, se impulsa. Ese ha sido el signo de mi carrera. Sí, soy un hombre de muchos propósitos y muchas inquietudes, casi todos cumplidos. Amante de la experiencia de la cultura, del mundo y de los hombres, en esta etapa de mi existencia no pretendo demostrar nada».

De ese modo se presenta ante Juventud Rebelde el autor de Leyendas del quinto sol, la exhibición que por estos días acoge el Palacio de Lombillo, cerca de la Catedral de La Habana. «El quinto sol es una tradición mesoamericana, específicamente del centro de México, según la cual hemos pasado por cuatro soles o cuatro eras, y estamos viviendo en la quinta: la del viento en movimiento, Nahui-Ollin. Es fascinante porque lo que se describe en esos códices es increíblemente similar a lo que ocurre hoy en el mundo: los cataclismos, las eras geológicas, los eventos de lluvia…

«Dicen que todo terminará con un gran terremoto, pero yo soy optimista, tanto así que dentro de las piezas se halla un cuadro tremendamente vivo, alejado de la muerte, titulado Después del quinto sol. Creo que si se interpretan de forma correcta esos textos lo que se nos está anunciando es la llegada de un renacer.

«¿Dónde se halla este quinto sol? En el mal llamado Calendario azteca, porque en verdad se trata de la Piedra de los soles. En el centro se encuentra el Nahui-Ollin. La leyenda tiene su origen más remoto en la ciudad sagrada de Teotihuacán, de la antigüedad la más perfectamente ordenada desde el punto de vista urbano, según el criterio de muchos. Yo la he visitado con frecuencia; la recorrí por primera vez cuando tenía 17 años, después he estado junto a mi esposa una y otra vez. Es un mundo muy rico e infinito, sagrado, fuerte, más cercano a nosotros que otras tradiciones; creo que de alguna manera en el pasado (me refiero al remoto, no al histórico), Cuba tuvo que ver con ese triángulo energético, siempre lo he sentido así.

«Leyendas del quinto sol es una serie de óleos en la que he incursionado con nuevas técnicas: por primera vez lo he mezclado con cera de abejas (una sustancia indestructible que, como ya sabemos, se usaba para embalsamar y para preservar documentos) y lo hemos volcado sobre madera. El resultado ha sido muy interesante, porque crea una especie de “escultopintura”, que aporta riqueza de volumen y le da un brillo muy particular. Los cuadros no tienen un orden, una secuencia, sino que siguen ciertas pautas de color; es algo más poético, intuitivo», explica Pellegrini, quien asegura que la exposición permanecerá por un mes en el Palacio de Lombillo.

«Hablamos de un tema que siempre me ha apasionado y llevaba tiempo estudiando la manera de abordarlo. El impulso me lo dio un viaje que hice el año pasado en noviembre con mi esposa. Absorbimos tanta energía que pensé que ya era la hora de crear a partir de una historia que ha impactado notablemente en mí. Influyó también el hecho de haber visitado de nuevo el Palacio de Lombillo. Debo hacerla aquí, me dije. Fue una intuición, una inspiración, un rayo repentino».

—Leyendas del quinto sol es tu tercera exposición en este lugar…

—Efectivamente. Lo descubrí en 2006, cuando presenté allí mi exposición Entre el re-nacimiento y la pos-modernidad, una especie de experimento al proponer diferentes visiones de plasmar el óleo. En ella se hallaba un mural hecho sobre tela, Plano mágico, de casi cinco metros por cuatro, donde mostraba una visión de La Habana desde las alturas por medio de códigos. Detrás de esa pieza había un trabajo algo impresionista y a la vez arquitectónico, que a mí me atrapa y que con los años se ha ido soltando. Ese mismo año estas obras pasaron a formar parte de la Colección Shapiro, en Tel Aviv, Israel.

«En 2007 regresé con Epopeya de Gilgamesh, que al igual que Entre el re-nacimiento y la pos-modernidad, atrajo muchos curiosos y provocó no pocos comentarios. Como la anterior, la inauguró Eusebio Leal, un gran conocedor y amigo. Epopeya… tuvo su inspiración en el poema sumerio, descubierto en tablillas de arcilla de escritura cuneiforme, que se supone que sea el más antiguo de la humanidad, al menos en la tradición occidental. Entonces presenté una serie motivada en dicha historia, que dividí en secciones.

«Fue tan increíble la acogida de Epopeya de Gilgamesh, que la seleccionaron para celebrar los cien años del museo Quinta Gameros, institución estatal de su tipo más antigua de México. Allá también resultó maravillosa la reacción del público y la crítica, al punto de que, según un informe central realizado por el Gobierno, clasificó junto al Mes Gráfico (dedicado a la gráfica mexicana), como los eventos de artes plásticas más destacados de ese año en el Estado de México.

«Desde Epopeya... no había expuesto en el Palacio de Lombillo, a pesar de que es un sitio que me enamora. Pero después de tantas vueltas, uno siempre regresa a los orígenes, a los lugares que ha amado, que no son pocos, porque me encanta el mundo. Pero cuando era niño me fascinaba pasear con mis padres por El Centro Histórico. Recuerdo que El Morro, por ejemplo, estaba en ruinas: no hubieras tenido mayores consecuencias si cargabas con un cañón del siglo XVII, pues no tenía ni custodia; sin embargo, eran espacios llenos de una magia especial, resultado de la impresión del tiempo en las piedras y la acción del salitre». 

—¿De qué modo te encontraste con las artes plásticas?

—Siempre lo digo medio en broma, porque puede parecer un poco esotérico, pero lo veo como una cuestión prenatal. A los tres años empecé a dibujar, a pintar. Ahí están conservadas todas mis obras con las fechas, porque mi madre se encargó de guardarlas. En todo momento hubo mucho apoyo familiar, lo cual es fundamental para la formación de un niño. A los cinco dije: «Quiero ser pintor». Pero también dije: «Quiero ser viajero», y viajé; ser escritor y he publicado libros; ser una persona que ayude a la sociedad y lo he podido hacer de muchas maneras. Y mi conexión después ha sido permanente con la historia, la arqueología, la ciencia, la política y la diplomacia… Sin esa experiencia no pintaría lo que pinto ni esos temas me hubieran escogido.

«Estudié en muchos lugares y pasé instrucciones con figuras de orden mundial en Europa, con los que aprendí determinadas técnicas, pero el grueso las estudié de manera autodidacta. Escogí no pasar por una academia porque empecé muy temprano a exponer y a viajar, desde los 18 años, y nunca más me he detenido. He estudiado mucho, lo hago muy seriamente todavía. Considero que el error de algunos artistas es que como se saben con un don no se cultivan intelectualmente. Por eso sus obras carecen de trasfondo, se quedan en la artesanía, no llegan a la categoría de arte. Es una tendencia mundial.

«El conocimiento lo he adquirido viviendo, viajando, leyendo sin descanso. Respeto la formación académica, pero en las artes vale mucho esa magia personal, ese misterio único que convierte a una persona en artista, a lo cual se une esa sed de superación constante. Lo esencial en mí ha sido la experiencia vital: descubrir inicialmente a México, luego a París, Madrid, Venecia, Roma, Nueva York, Colorado, Santa Fe, San Francisco, Washington…, trabajar por tres años con el Centro Internacional de la Gráfica, probablemente la segunda imprenta de Europa… He publicado poemarios como Arquitectura de la melancolía…

«Mi choque con el muralismo en Guanajuato me condujo hacia esa corriente estética; en el libro Los muralistas y el muralismo en Cuba (Editorial Boloña) aparece una creación mía de 2005: el primer mural tecnológico realizado aquí (hecho con cerámica, pintura y vidrio, que además llevaba luz, sonido…) se encontraba en la fachada del edificio de Repsol —cargaron con él cuando la empresa petrolera dejó el país. Me queda aún el deseo y la intención de dejar en La Habana, mi ciudad natal, una obra mural que impacte, que atrape.

«He ilustrado libros y revistas, también he participado como actor en varios proyectos cinematográficos: Operación Fangio (Alberto Lecchi), Cuba (Pedro Carvajal) y La vida es silbar (Fernando Pérez). Con diversas exposiciones intermedias, mis 30 años los celebré en la muy referenciada galería Hahn Ross (The Canyon Road, Santa Fe, Nuevo México), de donde surgió el documental Visiones compartidas (Shared Visions, 2010), de David Schler, para la PBS…

«Estos últimos dos años he estado compartido entre Londres, La Habana y América. Tengo un interés primordial en el Nuevo Mundo, en las fuertes raíces de las civilizaciones mesoamericanas. Cuba es un caso interesante para mí, más que por su historia en el tiempo (muy joven) por su impronta en el siglo XX, por su huella política, sobre todo a partir del período de la Revolución. Este es un país con un gran futuro».

—¿Cómo ves el porvenir de las artes plásticas?

—Noto una vuelta al romanticismo, otra vez a la búsqueda del modo de lo poético y de lo trascendente en la obra. Creo que la gente se está empezando a cansar de lo banal.

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