Martha Acosta Álvarez ganadora de el Premio Iberoamericano de cuento Julio Cortázar. Autor: Tomada de La Jiribilla Publicado: 14/09/2018 | 07:10 pm
CAMAGÜEY.— Viene de un pueblo donde la vida chirrea como los yerros del central, el olor a melao se cuela en la mente y se lleva para siempre en la punta de la nariz. De esa comunidad llamada Siboney nacen motivos de lo escrito por Martha Acosta Álvarez, quien acaba de ganar el Premio Iberoamericano de cuento Julio Cortázar.
«Uno escribe de lo que vive y como las grandes cosas me marcará también el haber estado en el bosque fósil de Najasa y cerca del Hoyo de Bonet, la camaradería aquí con onda trovadoresca y poética. En los pueblos he sentido que la gente nos necesita. Me ha gustado leer para quienes miraban curiosos desde las puertas de sus casas. He vivido intensamente todo», dijo al cierre de la Cruzada Literaria, evento de la Asociación Hermanos Saíz que desde 2003 junta y promueve a los jóvenes creadores cubanos en esta provincia.
La escalada de galardones de Martha Acosta a sus 27 años delata coordenadas de visibilidad por la entereza al persuadir jurados y editoriales, aunque más que conquistar titulares ella busca la atención del lector de hoy, y eso lo forja con el talento de cuna y en el silencio ambientado con el tic ploc sobre el teclado de la computadora: «Mi misión no es ganarme todos los premios del mundo. Es tratar de hacerlo bien. Tratar de que cada libro sea especial para mí, de ser sincera. No estoy apurada».
—Me hablabas del oficio de escribir, ¿te gustaría vivir solo de eso?
—Como escritor uno tiene muchas funciones en la sociedad, y no me gustaría solo escribir. Yo trabajo de especialista en la dirección de Extensión Universitaria en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). Organizo festivales, peñas, tengo un taller literario porque creo que allí hace falta, todo profesional se beneficia como lector. Lo único malo es la lejanía con Camagüey. Si pudiera transportar mi trabajo hasta aquí o Camagüey hacia allá trabajaría todo la vida en eso.
—No te preguntaré si te ves como informática que escribe o escritora que programa, pero sí cómo se conectan en ti ambos estudios.
—Estudié Ingeniería en Ciencias Informáticas, una carrera lindísima. Al graduarme estuve ejerciendo en mi especialidad tres años y traté de llevar a la vez la literatura. Trabajaba por hilos, como se hace en la programación, y podía escribir en las vacaciones. Así surgieron mis primeros libros. Tenía muy poco tiempo.
«Cuando estaba en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, muchos de mis compañeros eran filólogos o de carreras de humanidades. Un buen día me di cuenta de que ninguno había leído a Roger S. Pressman ni a Ian Sommerville, autores de libros técnicos de mi carrera, y que no sabían armar una red inalámbrica ni hacer cosas que yo sí. Cada cual tiene un mundo bello que decir. He tratado de involucrar las dos cosas y hallar un punto de contacto entre la informática y la escritura».
Al merecer el Premio Pinos Nuevos publicó Pájaros azules (Letras Cubanas, 2016) y gracias al premio Calendario dio cauce a Paraísos perdidos (Ediciones Abril, 2018). Este año ya sumó el Celestino de cuentos, por lo que anda en camino Cuarenta días y cuarenta noches, con el sello primoroso de Ediciones La Luz.
«No hago los libros pensando en el formato específico con el que serán publicados. Son las editoriales quienes por lo general proponen los formatos. Los cuatro libros que he publicado han sido en formato tradicional, sin embargo, uno de ellos posee una versión e-book a la venta en algunos sitios, se titula Doce años es demasiado tiempo y vio la luz bajo el sello Guantanamera de la editorial española Samarcanda».
—¿Cómo te llevas con los géneros literarios?
—Mis inicios fueron en la narrativa, luego empecé a escribir poesía. Hace poco me aventuré con la novela. Hay cosas que quisiera probar. Me gustaría escribir una novela para niños, porque son los más inteligentes y sinceros del mundo, valoran la literatura y te leen de una manera abierta.
—¿Sigues a algún autor de tu generación?
—Hay muchos autores de mi generación a los que quiero y admiro. Siento que ahora mismo se está escribiendo una literatura muy interesante y auténtica.
«No me pongo metas de lectura. Voy leyendo todo lo que puedo. He pasado por períodos donde he tenido un escritor favorito, luego otro. Una de las cosas más interesantes de la literatura es que una puede conectar con lo que ha sentido otra persona en otro momento. No hay tiempo para perder».
—¿Consideras a Martha Álvarez Pérez tu primera asesora literaria?
—Sí, ella es la culpable de todo esto. Me inculcó el amor por la literatura y la lectura. Me llevaba desde pequeñita a los talleres. Ella escribía para niños y yo para adultos. Su caso me conmueve porque es una escritora talentosa. Tiene una manera linda de tratar a los niños. Publicó dos libros preciosos. Ojalá se animara y que todo conspirara para que compartiera cuanto escribe. Me preocupa más su carrera que la mía, porque Martha Álvarez Pérez es mi mamá.
«Dondequiera que hay una persona puede haber un artista. A veces en los lugares pequeños hay mucha inquietud literaria que no prolifera porque no tiene las mismas oportunidades de peñas, por el transporte que no les ayuda a veces, pero la gente sigue haciéndolo porque le nace, porque tiene esa inspiración, esa sensibilidad sea del campo, la ciudad o la luna. Nos une ese sentimiento humano».
La mayoría de los lauros de Martha Acosta tributa a un perfil de narradora —el Paco Mir, el Mabuya de ciencia ficción, el Mangle Rojo, el Franz Kafka de novelas y la Beca Dador—, pero hace unos días en su Camagüey natal solo leyó versos, en especial de La mesa del domingo, poema de su cuaderno que obtuvo mención en el Premio David del 2015.
«La mención me supo a gloria porque nunca me había considerado poeta. Son pocos los poemas que suelo leer en público. Las razones son muchas, pero la de mayor peso es que siempre pienso en el receptor. Prefiero leer para los demás textos no muy extensos y lo más comunicativos posibles. No es igual leer en soledad a escuchar en público».
—En tu cuento Ojos caleidoscópicos se dice de un personaje: «Fue buena, no de las mejores, pero buena, nunca tiene sentido ser de los mejores, sino de los buenos, ser mejor no implica ser bueno». ¿Esa muchacha eres tú?
—Yo soy la autora, ella es el personaje y quien dice la frase es el narrador. Los tres tenemos cosas en común, pero, definitivamente, somos entes distintos. No obstante, puedo decirte que coincido con la opinión del narrador respecto a que lo importante es ser buenos. Mira, soy de Siboney, un central que queda en el municipio de Sibanicú, un lugar precioso de gente noble. Me gustan esos valores.
Aunque en el cuento El olor de los cerezos con el que ganó el Premio Julio Cortázar, su pueblo no está directamente, palpita en el tema de la familia y la superación personal, en las capacidades sensoriales y afectivas de Martha Acosta, por tantos días y noches de cuidado para que el melao de Siboney no se le vaya de la mente ni se le escape por la punta de la nariz.
La escritora cubana Martha Acosta Álvarez recibe el premio por su cuento El olor de los cerezos, de manos de Miguel Barnet, presidente de la Uneac y Juan Carlos Santana, vicepresidente del ICL. Foto: Ariel Cecilio Lemus