Enrique Bonne Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:53 pm
Baja y sube el madero, choca contra el tronco. Los granos de café sueltan la melaza. Vuelve el proceso: las manos se juntan, la cintura se arquea. Tres golpes primero, luego dos. En San Antonio del Piloto, Mayarí, serranía del Oriente de Cuba, se reitera la escena. Enrique Bonne captó los sonidos, interpretó su atmósfera, trazó el andamiaje musical, los hizo trascender al pentagrama. Nacía el ritmo pilón…
El primer pilón en grabarse fue Baila José Ramón, en 1963, con la RCA Victor. Dentro de ese género, Pacho Alonso compone Rico pilón y lo convierte en un exitazo. Por eso, erróneamente, algunos textos le acreditaron el ritmo, pero es menester empezar por donde se debe. Les advierto: asomará un creador de excepción, reconocido, ¡al fin!, con el Premio Nacional de Música. La cultura cubana se lo debía. Él es un sello, una época, una vida…
En una de las intersecciones más populares del poblado santiaguero de San Luis, en la calle Céspedes, casi esquina a Calixto García, nació Enrique Alberto Bonne Castillo. El almanaque marcaba el 15 de junio de 1926. Su madre, Engracia Castillo Griñán, era graduada del Conservatorio Orbón y representante de este en San Luis y Palma Soriano. Su padre era trabajador azucarero y la familia se trasladaba en busca de mejores condiciones, hasta radicarse en Santiago de Cuba en 1947.
«Toda la vida estuve oyendo música. Crecí escuchando a Beethoven, Bach, Wagner, Schubert, Liszt, Chopin… música clásica en vivo, eso era lo que tocaban los alumnos de mi mamá. Aprendí algo de piano con ella y con el profesor Oliván. Luego incorporé algo de teoría y solfeo.
«En esa época se oían mucho las orquestas típicas, las danzoneras, algo de blues. En Palma Soriano, mi hermano había comprado el café Maristani, y allí llegó la primera victrola del pueblo. Recuerdo aquellos discos de 78 r.p.m. en los que se escuchaba mucho a Mariano Mercerón. Cuando este regresó a Cuba, en 1951, hizo una orquesta para acompañar a Benny Moré, junto a Pacho y Fernando Álvarez como cantantes. Me pidió una pieza y yo le di Chachachá de la Reina, que grabó en voz de Pacho, y después en México como Guapachá de la Reina».
Una amistad infinita
La alianza entre Enrique Bonne y Pascasio Alonso Fajardo, más conocido por Pacho Alonso, constituye todo un capítulo del arte musical cubano. Una química especial funcionó entre autor e intérprete. Nunca hubo servidumbre, fue la altura profesional, la confianza que alimentó una misma llama. En la antología de sus éxitos, habrá que situar obras del maestro Bonne como Que me digan feo, No quiero piedras en mi camino, Dame la mano, Se tambalea, A cualquiera se le muere un tío…
«Pacho y yo nos conocíamos de la antigua sociedad Luz de Oriente y del Balneario de La Estrella. Nuestras familias eran amigas. Él no conocía que yo hacía mis cosas, aunque yo sí sabía que él cantaba. Nos vinculamos, y Pacho empezó a trabajar la música mía en la década de los 50. Grabó una conga titulada En esa me voy, también Se tambalea y otras. Hay un LP, que no salió en Cuba, de obras mías interpretadas por Pacho. Se eliminaron dos números, entre ellos Billy the Kid, porque era una sátira a los norteamericanos.
«Pacho fue artista en una época en la que realmente había que tener para triunfar. Tenía lo suyo, era una gente que hacía las cosas con distinción, con caché. Era un elegante de la pista, y mi amistad con él es uno de mis orgullos».
¿Cuántas obras habrán salido de la fecunda imaginación de Enrique Bonne? A estas alturas, es difícil decirlo hasta para su propio autor. Sones, boleros, guarachas, sambas, valses, congas, pilón…
Sus piezas han seducido a personalidades en Cuba y más allá: Rolando Laserie, Johnny Ventura, Julio Gutiérrez, Felipe Dulzaides, Cortijo y su combo; así como Tito Puente, Ismael Rivera, el conjunto de René del Mar, las orquestas Estrellas Cubanas y Chepín-Chovén, Fernando Álvarez, Rosita Fornés, Caridad Hierrezuelo, Esperancita Ibis, Nancy Maura, José Armando Garzón, Joel Leyva, Zulema Iglesias… La lista es larga. Las confesiones también.
«Lo primero que hice en mi vida fue El jején, en San Antonio del Piloto, una guaracha, por el 1946 o el 47. Había ido a recuperarme a casa de unos familiares y como tenían muchos hijos, puse una escuela. En este número todavía no había antecedentes del pilón, pero en la década de los 50 perfeccioné uno, Mujeres no lloren, que lo cantó Matías Tabío. Ese es el primer pilón.
«El ritmo salió públicamente en el carnaval de 1963, en la carroza de la Industria Ligera, con Pacho cantando. Estaba la televisión y nos fue bien. En otras carrozas salieron Pello el Afrokán, con el mozambique; Juanito Márquez con el pa’ca, y yo con mis Tambores. La música norteamericana parecía ahogar nuestra música.
«Que me digan feo tiene origen real: estaba en el teatro Cuba con un grupo de amigos del Instituto de Segunda Enseñanza y pasaron algunas muchachas de la Escuela Normal, y al decir un piropo, una me respondió: “mírenlo, tan feo”. Ahí mismo me vino la inspiración. Otro ejemplo, Se tambalea, se refiere al temblor de 1947, que movió una de las torres de la Catedral de Santiago.
«La gente suele fantasear con muchas historias. Sobre Dame la mano y caminemos, por ejemplo, dicen que yo iba por una carretera en un automóvil, que este se rompió, empecé a caminar por un determinado lugar con una mujer… y entonces le dije: bájate, dame la mano y caminemos. ¡No, hombre, esa no es la historia! El compositor hace un número por inspiración, por algo que le han contado; pero también hay mucho de imaginación».
Los tambores
«Eso que se levanta, que viene, que sacude la tierra, eso es el carnaval». Lo dijo a TeleSur. Estaba allí y viví el privilegio. No es posible hablar de Enrique Bonne si no mencionamos el carnaval santiaguero, Patrimonio Cultural de la Nación.
«Mi relación con el carnaval vino por un amigo que trabajaba en la municipalidad de Santiago de Cuba. Me propusieron encargarme de los desfiles de paseos y comparsas… y estuve ¡29 años! como presidente de esa área. Incluso escribí la samba Si me faltara el carnaval, y el estribillo lo hicimos entre Rafael Lay y yo.
«El de Santiago nunca había sido un carnaval de lujo. En Santiago, la gente se separaba en sociedades, los blancos en un lugar y los negros en otro; pero cuando llegaba el carnaval todo se fundía. Era una fiesta loca, de alboroto. Cuando salía la conga, todo el mundo se tiraba para la calle. Había quienes se disfrazaban de mujer, de cualquier cosa. La gente perdía el complejo. Eso le dio fama al carnaval de Santiago, hasta que el Gobierno de Batista eliminó el disfraz por razones políticas.
«Después aparecieron las empresas comerciales, se introdujeron las carrozas con orquestas conocidas, como la Cerveza Polar, que trajo al conjunto Casino; la Cristal con la orquesta de Fajardo. Entonces esas fiestas de la calle, que se hacían con traganickels, cogieron otro vuelo. A partir de ahí, todas las orquestas sentían la necesidad de venir a Santiago, y si aquí gustaban, las contrataban en el resto del país. Poco a poco se fue regando en Cuba el modo de celebrar de los santiagueros, y así surgieron muchas calles similares a nuestra popular Trocha».
Hay más. 1961, septiembre, día 15. En el patio de Andrés Sandó —tocador de bocú de Los Hoyos—, se estrena lo que a la larga se convertirá en la agrupación más numerosa de la música popular cubana: Los Tambores de Enrique Bonne. Los fundadores fueron gente del barrio, tocadores de las congas tradicionales de los carnavales santiagueros: Los Hoyos, San Agustín, Paso Franco, San Pedrito, Alto Pino, y después de El Guayabito. Bonne apostó por ellos…
«Yo representaba orquestas y marcas de discos, y tenía un pequeño piquete de conga que llevaba para no perder contacto con los clientes. Un día se me ocurrió ampliarlo... y llegamos a 49. Después puse los chekerés y por primera vez aparecieron en la música profana. También incluí dos cornetas chinas y llegamos a 54 miembros. No cabíamos en una sola guagua y había que dividir el grupo.
«Fuimos a La Habana, en 1962, para participar en el carnaval, y aquello fue un escándalo. Trabajamos en el teatro Karl Marx, acompañando a lo que más brillaba de la danza, como Sonia Calero, Gladys González, Cristy Domínguez… En ese mismo año actuamos en el cabaré Tropicana, un grupo de percusión de semejante envergadura nunca se había presentado bajo las estrellas.
«En 1965, estuvimos en un programa de televisión y acompañamos a Rafael Somavilla, a Adolfo Guzmán, a Luis Carbonell. Actuamos en la Conferencia Tricontinental en 1967, y en los 70, en la inauguración del Parque Lenin, en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes; luego en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en 1982, estábamos en todas partes… Nos fuimos al carnaval de Varadero, y durante casi una década actuamos en el Festival de la Playa Azul, donde acompañamos, entre otros, a Irakere y al afamado compositor francés Michel Legrand. A fines de los 90, estuvimos en el Festival de Cali… Todo no cabe en mi memoria».
Los Tambores de Enrique Bonne son un grupo de concierto de percusión. Lejos de entregar un sonido monocorde, su sonoridad es capaz de brillar como una orquesta. Por eso, abordan lo mismo piezas como El manisero (Moisés Simons) y Como el arrullo de palmas (Ernesto Lecuona), o las congas La cometa y el pesca’o, Hay un caracol en el mar o la célebre Manigueta, todas del mismo Bonne.
El tiempo hace lo suyo, siempre. 2001 fue un año duro para el maestro al fallecer su hijo Alberto en Argentina. Los ánimos se resintieron. Urgía la renovación. Nadie mejor que Joaquín Solórzano —un excelente intérprete de corneta china, quien había sido integrante del colectivo—, para echarle una mano a su creador. Y ahí sigue la veintena de integrantes de la agrupación, dando quehacer y sonando los tambores.
A la altura de sus 90 años, Bonne anda desempolvando temas compuestos para la música sinfónica, que mediada la mano de otro maestro, Daniel Guzmán, han visto o verán la luz; pero… no estarían estas evocaciones en orden sin mencionar a Juana Elba Sánchez, su esposa. Ella merece parte de este Premio. Lo distinguía por su manera de expresarse, por aquellos versos que la estremecían. La emoción sigue intacta, mientras lo cuenta. El 19 de agosto de 1960, tras siete años de noviazgo, contraen matrimonio… hasta hoy. El compositor le dedicó Usted volverá a pasar, que el propio hijo de ambos, Ángel Bonne, se ha encargado de popularizar.
A Enrique Bonne no le van la pose ni el consejo. Es un patriarca con temple de soldado. Hay que tomarle las palabras al paso:
«Los que vienen subiendo siempre van a hacer lo que a ellos les inspire. Son circunstancias distintas, etapas distintas, conocimientos y experiencias diferentes. Hay que seguir una línea de conducta recta, no mercantilizar la obra y no ser pedantes con sus conocimientos ante los demás. Sea joven o viejo, sea músico o albañil, yo siempre he respetado al que tenga algo que dar».