Tres de las estrrellas de Paraíso Tropical: Bruno Gagliasso, Camila Pitanga y Fabio Assunção. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:01 pm
La Televisión cubana ha terminado por ponerse a tono con la cruda reiteración imperante en el mundo audiovisual contemporáneo. Y tengo la sensación, además, de que, a fuerza de tanto retransmitirlas, las telenovelas brasileñas, por ejemplo, van perdiendo cierta aureola de superioridad enaltecida hace unos años en Cuba, cuando pasaban al aire solo tres o cuatro títulos en un año. Ahora, Paraíso tropical sale todos los días de entresemana, en horario estelar (hay que prepararse para el próximo reprise veraniego) mientras Chocolate con pimienta puede ser disfrutada, o sufrida, con una frecuencia de inyección antibiótica, nada menos que tres veces al día, de lunes a viernes. Es como si quisieran provocarnos el rechazo total ante el delicioso derivado del cacao, o desarrollar en nosotros la profunda alergia al picante.
Quisiera suponer que los programadores tendrán alguna buena razón para una preferencia y un exceso de retransmisiones que no alcanzaron ni siquiera las telenovelas cubanas en sus tiempos de gloria, excepción sea hecha con Sol de batey, cuyas imágenes debieran formar parte del patrón de prueba del ICRT. Pero lo que intentaba decir desde el principio tiene que ver con el hecho de que la reiteración posee una ventaja: por lo menos nos hace mucho más conscientes de las trampas alargadoras del argumento (todas ellas más o menos forzadas y artificiosas), y ahora podemos prevenirnos de un diseño de caracteres cuyas líneas generales se definen con demasiada nitidez desde los primeros capítulos, o de estribillos verbales e interpretativos tan interminables como el frenético reguetón y su correspondiente cantante.
Un diseño de personajes inamovible y un arreglo estructural cansino y machacón caracteriza Chocolate…, con un guión de Walcyr Carrasco evidentemente sometido a la levedad, el esquematismo, el humor y la carencia de temas insurgentes que caracteriza el horario para toda la familia (6:00 de la tarde) en el cual se verificó el estreno en Brasil, hace más de diez años, cuando la sucedió la también vista en Cuba, Cabocla. Entendida cual comedia romántica, la trama cuenta el acercamiento sentimental previo, y luego la prolongadísima y postiza distancia entre Aniña y Danilo, quienes enfrentan numerosos obstáculos e interminables discusiones (en las cuales el guionista siempre enmudece a la muchacha, cuando un par de frases pudiera aclararlo todo, pero entonces la telenovela duraría 50 capítulos menos).
Además, nunca resultó creíble la etapa de patico feo ni mucho menos la de viuda vengativa y traumática, para la dorada y suave elegancia que despliega Mariana Ximenes en el papel de Aniña. El galán con vis cómica que hace Murilo Benicio insiste demasiado en la facilidad del actor para encarnar personajes taciturnos, adormilados y torpes en una clave cercana al célebre Buster Keaton.
Porque la telenovela se apega mucho más al sainete burlesco que al melodrama romántico, y satiriza no solo la apostura del galán romántico, sino que también le pasa la cuenta a las principales autoridades de la imaginaria ciudad de Ventura (parigual de nuestro San Nicolás del Peladero): el prefecto mujeriego y mendaz, el banquero avaro y delincuente, el jefe de policía o delegado corrupto y abusador, la burguesa ambiciosa e hipócrita, la damita coqueta y manipuladora, y los campesinos honrados, inocentes y toscos.
Los malvados y perversos lo son tanto que a veces pierden la gracia, en tanto se mantienen por lo menos cien capítulos escarneciendo a su gusto a las bondadosas y casi imbéciles heroínas. Todo ello puede sonar molieresco, y a lo mejor resulta hasta simpático durante 20 o 30 capítulos, pero cada intérprete repite, sin variación alguna, el esquematismo asignado a través de gestos excedidos, chistes verdosos y latiguillos verbales capaces de convertir la intención humorística en el más rotundo tedio.
Y si funciona solo a ratos —en tanto combinación entre melodrama con protagonista victimizada y la comedia de época, costumbres y enredos— es porque Chocolate con pimienta destaca por una pegajosa banda sonora con canciones (es hermosa la versión de Zizi Possi sobre Over the Rainbow, que sirve como leit motiv musical de Aniña), mientras que la escenografía y el vestuario cumplen con las esperadas espectacularidad, policromía y lindura, características de las telenovelas retro brasileñas. Los años 20 del pasado siglo se despliegan en todo su esplendor de próspera entreguerra, y tal ambientación se refuerza a través de algún homenaje al cine de aquella época como las batallas con tartas de crema estrelladas en alguna cara desprevenida. Ocurre que después de tropezar tres veces al día con toda esta cursilería vagamente jocosa (parecida también a ciertas bachatas melosas e interminables) hasta el espectador más complaciente pudiera quejarse de lo aguado del chocolate y, sobre todo, de la mojigata dosis de picante.
Todo lo contrario ocurre con esa montaña rusa de peripecias, pasiones, crímenes y enredos contemporáneos que es Paraíso tropical, coescrita por Ricardo Linhares y Gilberto Braga, este último conocido y respetado mundialmente por Vale todo (1988) e Insensato corazón (2011). Braga fue uno de los primeros guionistas de telenovelas brasileñas que contribuyó a sedimentar el principio de que en ese mundo el verdadero autor es el guionista y no el director. El postmoderno «toque Gilberto Braga» se caracteriza por el ritmo incesante de la acción, los giros sorprendentes (a veces ilógicos) de la trama, la incorporación de las realidades políticas y sociales de Brasil, y el culto al irrenunciable folletín cuya eficacia se apoya en amores difíciles, malvados trepadores de la peor especie, familias disfuncionales, venganzas encarnizadas, madres o padres casi mártires en contraste con sus opuestos, prostitutas de buen corazón, hijos extraviados y reencontrados...
Devenida una de las mejores y más populares del mundo entre 2007 y 2008, Paraíso tropical refresca aquellos arquetipos a través de un cuadro histriónico impecable, diálogos salpicados de sabiduría vivencial básica y alto sentido del ritmo o rendimiento dramático a la hora de escribir las escenas. Nunca se vieron tan convincentes y naturales Fabio Assunção y Alessandra Negrini (victoriosa en el despliegue externo e introspectivo de dos gemelas bien distintas, y de Taís haciendo de Paula o viceversa), Tony Ramos y Gloria Pires, Wagner Moura y Camila Pitanga.
También se presenta no solo una historia de amor, sino las contradicciones y problemas inherentes a dos idilios, uno juvenil y el otro otoñal. Además del acercamiento conflictuado entre los malos y los buenos, los medio malos y los casi buenos, aparecen como interferencias o acompañamientos de lo romántico, temas muy candentes como la corrupción administrativa, el turismo sexual, las adicciones, el abuso de poder, la homosexualidad, el racismo, el mundo aparencial y discriminante de la burguesía, los profesionales inescrupulosos y, por supuesto, siempre, las enormes diferencias entre ricos y pobres, y tales diferencias apenas se solventan por el hecho de que la sencilla Paula termine empatada con el acomodado Daniel, o la recta Lucía se avenga al despotismo de Antenor.
Gilberto Braga suele hacer el mapa de sus enredadas anécdotas pensando en los actores que les darán vida a los personajes, y repite en sus elencos a un grupo de intérpretes-fetiche entre los cuales se cuentan Fabio Assunção y Gloria Pires. Quienes han visto y estudian todas sus populares entregas (existen decenas de ensayistas y académicos en América Latina dedicados a estudiar la telenovela, sus variantes y alcance), aseguran que Braga siempre repite ciertos tics narrativos como un asesinato misterioso de uno de los malvados hacia el final de la trama, el romance entre personajes de edad muy diferente, o la presencia de prostitutas y homosexuales. Lo singular del asunto es que casi nunca satiriza, demoniza ni victimiza tales personajes, sino que los presenta en tanto gente común, como cualquiera, y sus preferencias sexuales son descritas de la manera más natural y respetable, en tanto se trate de gente asertiva, generosa y profesional. He ahí una manera de combatir la homofobia que apunta a cambiar prejuicios ancestrales impuestos por la civilización judeocristiana en variante latina.
Paraíso tropical nos trae de vuelta al guionista aficionado a retratar, a su modo tremendista y pasional, las complejidades del Brasil contemporáneo, siempre silueteado en tramas de tipo criminal en combinación con el melodrama de antigua data. Braga presta continua atención al cotidiano de la clase media alta (en este caso, gerencia de hotelería y turismo), en alternancia con trabajadores sencillos, burgueses venidos a menos, delincuentes, arribistas y marginales, una amalgama que al parecer es común en las playas y avenidas de Copacabana, ese espacio limitado que los medios y las artes han erigido en perfecto símbolo de la idiosincrasia brasileña.
Un abanico tan grande de personajes diversos, un elenco tan gigantesco de actores y actrices, se resolvió adecuadamente a través de la larga nómina de participaciones especiales, breves, de modo que aquí no vale aquello de que los famosos se mantienen de principio a fin. Suzana Vieira (Amelia), Deborah Secco (Betina) o Maria Fernanda Cândido (Fabiana) atravesaron velozmente la trama, mientras que Hugo Carvana y Paolo Betti aceptaron desempeños secundarios, con tal de que las apariciones sorpresivas y los súbitos desvanecimientos de sus personajes contribuyeran con el suspenso garantizado por las perversidades que ejecuta un colectivo de maleantes antológicos, casi todos ellos simpáticos, sexys y fotogénicos.
Los héroes y heroínas tampoco se la ponen fácil a los desmadrados, porque en las caracterizaciones abundan los grises, las dudas, los errores en uno y otro bando, aunque todo esté montado dentro del canon blanco-negro típico telenovelero, un canon que puede refrescarse desde el entretenimiento, la gracia y la inteligencia, como nuevamente queda demostrado.
Porque el manjar de calidad lo sigue siendo aunque uno lo coma todos los días. De modo que la voz oleosa de María Bethania seguirá movilizando todas las noches a miles y miles de cubanos cuando ella casi murmure, de lunes a viernes, la letra de Sábado en Copacabana. Y tampoco es que hayamos descubierto una joya escondida. En Brasil, la red de suministro de electricidad se vio obligada a crear una reserva adicional para evitar un apagón nacional cuando se transmitía el capítulo final, ese que uno espera para disfrutar, como en los cuentos de hadas, con el castigo a los malhechores, y las nupcias o el paritorio de los bienhechores. Porque yo no he visto el final, pero los cuentos de hadas suelen concluir con aquello de «se casaron y tuvieron muchos hijos», ¿no?