El jueves 18 de febrero de 1960, a las 8:45 de la mañana, estalló la avioneta norteamericana; los vecinos condenaron el nuevo acto terrorista. Autor: Hugo García Publicado: 21/09/2017 | 04:57 pm
PERICO, Matanzas.— Norma Elwin Angulo está viva de milagro. Una explosión en el cielo, seguida de un estruendo impresionante en el techo y el piso de su cuarto, la levantó en peso de su cama y la impulsó a correr, tropezando con todo en medio de la polvareda.
El jueves 18 de febrero de 1960, a las 8:45 de la mañana, estalló la avioneta norteamericana Piper Comanche 250, de color rojo y blanco y de un solo motor, al tratar de lanzar una bomba sobre el central España Republicana, en el municipio de Perico. Norma vivía en la casa marcada con el número 3, en la calle 21 de ese batey azucarero.
«Yo estudiaba en la escuela Progresiva, de Cárdenas, y por esos días tenía sarampión y por eso mi abuelo me llevó para la casa. Esa mañana tenía fiebre y me despertó el ruido de una avioneta que volaba bajito; como el ingenio estaba en zafra tenía la puerta del cuarto cerrada por el ruido y el polvo. En mi cuarto había dos camitas y un escaparate; era una habitación muy pequeña», cuenta su historia a JR con minuciosidad asombrosa, como si el tiempo se detuviera en aquella fecha para recordar el rugido de la avioneta, la explosión, la gritería de la gente y la confusión del pueblo indignado.
«Sentí una explosión y salí corriendo del cuarto sin ver nada por la enorme polvareda», se remonta a esa fecha ignominiosa cuando ella solo contaba con 16 años de edad.
De tal magnitud fue el impacto del acto terrorista en la vida de Norma, que todavía, a 50 años del suceso, siente escalofríos cuando piensa en ese día, en la manera fría con que actuaron esos asesinos a sueldo.
Contra vidas humanas
Su abuelo, Jesús Angulo, era el médico del central y tenía su consulta frente a la casa; y Norman, su papá, era mecánico general de esa fábrica.
«Fue una explosión terrible y no vi nada, pero el hombre había caído dentro del cuarto, a pocos centímetros de mí; si me llega a caer encima a la velocidad que cayó, me hubiera matado o herido gravemente.
«Parece que el piloto se sujetó al mando del avión y en la caída, como un proyectil, rompió con su cabeza las tejas de la cubierta de la casa, unas vigas fuertes de madera y el falso techo.
«Yo pasé por encima del cadáver, pues con el polvo no veía nada, y sí escuchaba a mi abuelo gritar ¡cayó una bomba en el cuarto! Mi abuelo vio humo saliendo por el hueco en el techo del cuarto y pensó que era una bomba, se volvió como loco.
«Una tía política mía fue al cuarto y se asombró al ver los pies de una persona y empezó a gritar que había una persona muerta.
«Mi papá entró y recogió todos los documentos y 3 000 dólares. Era la primera prueba de que la CIA planificaba, financiaba y mandaba estos ataques terroristas, al encontrarse un mapa con los puntos de bombardeo, pasaporte, fotos y otros documentos», precisa Norma.
Esa noche Fidel habló por la televisión: «En este caso, lo realmente grave es que no fueron a atacar un campo de caña; fueron a lanzar una bomba de alto explosivo sobre un central donde estaban trabajando 266 obreros. De haber caído la bomba, pudo provocar muchas víctimas entre los trabajadores. Eso es lo que tiene de grave esta agresión, porque no es un ataque contra un objetivo material, sino contra vidas humanas, de hombres que están ganándose honradamente su sustento».
Fueron hallados el cadáver del piloto norteamericano Robert Ellis Frost y los restos del ex policía batistiano Onelio Santana Roque. Por los documentos encontrados en la ropa de Frost se conoció que este había realizado tres misiones anteriores y que por esta cobraría 1 500 dólares.
«Todos querían ver al americano y hasta hubo que custodiarlo, porque la gente quería sacarlo para desaparecerlo, de lo enfurecida que estaba, pues si llega a caer esa bomba con el central en zafra, hubiera sido terrible, catastrófico.
«Yo no quería ver el cadáver; finalmente lo vi y me impresionó la total desfiguración del rostro ensangrentado. El piloto tenía un pantalón de mezclilla y una camisa a cuadros. Pasadas las 11 de la noche fue que se llevaron el cadáver.
«Desde ese día padezco de trauma psicológico, insomnio y he tenido tratamientos psiquiátricos. Imagínate que tenía apenas 16 años. Eso fue una pesadilla.
«Después mucha gente durante días vino a ver el cuarto y el hueco en el techo, y al cabo del tiempo mi papá se encontró la pistola del piloto en el jardín de la casa».
Norma tiene dos hijas y tres nietos. En 1961 su familia se mudó del central, principalmente debido a las secuelas del terrible acontecimiento.
Pánico total
Aquel día el ruido de las máquinas y el ajetreo constante impidieron a muchos divisar la avioneta, que peligrosamente se acercaba a la industria.
Eneido Landín Figueroa desde hace 75 años reside allí y trabajó en el taller de locomotoras del central durante mucho tiempo. Cuenta Landín que cuando se escuchó la detonación él se encontraba junto a otros compañeros en su jornada laboral: «Alguien dijo: “¡Ehhh!, y ese avión tan bajito”, y todos nos quedamos mirando. Fue rápido… Pensamos que iba a chocar con el tanque de miel y sentimos un acelerón de los motores, la nave viró hacia el lado izquierdo y poco después hubo un estruendo. Se formó en el cielo un remolino de lata, carne y ropas encendidas».
La avioneta, según los documentos localizados posteriormente, provenía de La Florida, y pretendía bombardear, además de este central, otros dos en la provincia de Matanzas. Querían sorprender a los habitantes de estos bateyes azucareros para convertirlos en polvo.
Landín Figueroa refiere que tras la explosión se desató un pánico total entre los habitantes, quienes despavoridos salieron gritando por sus familiares; algunos, confundidos, se desmayaron.
«Se paralizó el central, pero sus trabajadores no huyeron; si llega a estallar en el central no queda nadie, porque empiezan los hornos a explotar y eso iba a ser un desastre», apunta entristecido Landín.
Cerca del lugar donde se encontraba aquel día, Celestino Lanz reseña que aquella fue una historia triste. De procedencia humilde, ayudaba a su padre como carpintero ese día en el techo de un inmueble. Confiesa no haber sentido el ruido del Comanche 250, pero lo vio tan pegado que tuvo que echarse al suelo, luego la explosión y casi al instante la conmoción popular.
Cuando tuvo lugar la detonación, consecuencia al parecer del impacto de la bomba con una parte de la avioneta, la nave se desintegra en el aire, justo encima del central. Una parte de los pedazos del equipo con restos humanos (del copiloto) se diseminaron por todo el batey.
Belkis Pérez, técnica del museo periqueño Costantino Barrero, comenta que ese centro cuenta con un expediente científico sobre el hecho, dada la importancia del acontecimiento: «A los visitantes les llama la atención los fragmentos del avión y los documentos expuestos, pues el hecho es muy conocido en Perico, porque el objetivo era destruir el ingenio».
Odio infinito
Lidia Linares Medín (Yiya), vecina del lugar, era apenas una niña; sin embargo, de su mente nunca se han borrado aquellas escenas.
«Si la bomba hubiese caído, probablemente me hubiera quedado huérfana, pues mi padre y mi tío se encontraban trabajando en el central. Pretendían arrancarnos nuestra familia y sembrar el pánico en el pueblo que nada les debía.
«Aquello marcó en mi vida más odio para el imperialismo. Ese hecho demostró, a quienes aún no estaban seguros en aquellos años, que el imperialismo no quiere a nadie», enfatiza Yiya.
«Como niña comprendí cuán horroroso es el régimen capitalista; hubiese sido un enterramiento total», afirma.
Ese mismo dolor sienten la mayoría de los habitantes que en ese lugar sufrieron en carne propia el hecho, los mismos que pudieron quedar sepultados entre los escombros del central.
Caridad Díaz Ángel, historiadora de Perico, apunta que en los testimonios recogidos para sus investigaciones, los pobladores refieren que al paso de los días se encontraban en el lugar hormigueros y al escarbar, se encontraban restos humanos; horas después del incidente se hallaron las manos. «Fue un crimen sin precedentes», resume la especialista.
Eneido cuidó desde aquel acontecimiento un poco más su locomotora; a Celestino aún le parece ver el monstruo asomarse en el cielo del central; Yiya confió más en la Revolución y comprendió la acción hostil e imperialista del crimen, al igual que Lázaro Díaz Ramos.
Aquel día, quienes quisieron sabotear nuestra economía, masacrar a decenas de obreros dentro de la industria azucarera, hacer cundir pánico y terror en el pueblo cubano, solo encontraron su propio castigo: la autodestrucción del avión y la perenne denuncia del pueblo cubano.