Aunque el contenedor está vacío, este hombre prefirió echar la basura afuera.
«A mí que no me digan que baje la grabadora. En el edificio de al lado ponen todo el día reguetón, y el vecino de arriba, “la década prodigiosa”. Lo mío es la salsa, y al que no le guste, como dice la canción: “No tengo la culpa, ese es su problema”...».
Papo es uno de los tantos cubanos que gusta de escuchar la música a todo lo que da su equipo... que es bastante. Esta es una de las manifestaciones de indisciplina social más frecuentes, que además de molestar la tranquilidad puede ser incluso dañina para la salud.
«En los últimos años se ha visto un incremento de la indisciplina social. Sabemos que hay carencias materiales, pero quizá, en algún momento no hubo una acción y un control más estricto y eso provocó que haya crecido a los niveles que tenemos ahora».
A esta niña no le enseñaron que los bancos son solamente para sentarse. Así expresó Rubén Martínez Ponce, supervisor principal de la Dirección Integral de Supervisión del Consejo de la Administración Provincial de la capital, quien explicó a JR que aquí, como en el resto del país, varias instituciones trabajan de conjunto para combatir las indisciplinas sociales.
«Hay un sistema que dirige el Consejo de la Administración Provincial del territorio. Los supervisores formamos parte de ese sistema, que tiene como objetivo no solo sancionar a los infractores, sino hacer trabajo preventivo.
«La divisa debe ser siempre prevenir antes que sancionar. Por ello nosotros participamos en programas de televisión y radio, explicando a las personas acerca del cuidado de las áreas verdes y del mobiliario urbano, las ilegalidades en las vías públicas. También intervenimos en reuniones de los CDR, de rendición de cuentas de los delegados del Poder Popular, explicando nuestro trabajo».
Dándole el pecho a la situaciónNo es fácil ser supervisor en una ciudad como la capital, donde habitan 2 168 255 personas, según el Anuario Estadístico de Cuba, de 2006. Si no, que le pregunten a Gerardo Góngora Fonseca, quien por más de 15 años ha trabajado como inspector.
Gerardo es uno de los 600 supervisores integrales con que cuenta la ciudad. Desde el pasado mes de enero, ellos asumen su trabajo atendiendo no una rama específica, sino de forma conjunta, observando temas que incluyen, entre otros, el ornato público, la higiene comunal, el trabajo por cuenta propia, la construcción de viviendas y los precios.
Este cambio, en opinión de Gerardo, es favorable, porque les da a ellos más herramientas de trabajo, aunque reconoce que requiere también de una mayor preparación.
«Es cierto que el período especial ha deteriorado nuestra forma de ser —explicó—, pero no creo que esa sea la única causa. La verdad es que estamos muy necesitados de más educación y más cultura».
Según Gerardo, entre las indisciplinas más comunes están el vertimiento de escombros y desechos en la vía, la colocación descontrolada de carteles en paredes y columnas —lo mismo anunciando un concierto que una permuta— y el maltrato a los depósitos de los desechos domiciliarios.
«Resulta difícil trabajar en la calle. A veces, cuando uno va a sancionar a alguien, la persona dice: “no, no tengo el carné de identidad conmigo”. Y de esa forma intenta evadir su responsabilidad».
—¿No pueden pedir ayuda a la policía?
—Sí, y de hecho, lo hacemos. Nosotros abogamos porque se trabaje más a menudo con la policía, porque son un respaldo para nosotros.
—¿La población no los apoya?
—Sí, aunque no del todo. Por ejemplo, si llegamos a un lugar donde hay un microvertedero en una esquina y preguntamos, los vecinos cooperan y nos dice quién es el responsable. De esa forma hemos podido acabar con muchos vertederos de basura en la ciudad.
—¿Han sido agredidos alguna vez por los infractores?
—Las agresiones verbales pululan, desde luego. Tú vas a poner una multa por tirar un papel o por poner el pie en la pared, y te dicen: “con lo sucia que está la ciudad, y me vienen a poner la multa a mí”. Es que muchos se quejan de la falta de higiene, pero no todos contribuyen a cambiarla. Se han dado casos también de compañeros que han sido agredidos físicamente, y han tenido que ir a juicio. Pero al final la verdad se ha impuesto».
—¿No son muy pocos 600 inspectores para la capital?
—Aspiramos a tener 900, para eso estamos capacitando a otro grupo. Si usted se pone a pensar, esa fuerza es insuficiente, pero la indisciplina requiere además de mucha información y persuasión. Los medios tienen que estar encima de eso permanentemente, no con campañas».
La ley del barrioY luego nos quejamos de ETECSA. Qué cómodo, ¿verdad? Los letreros en nuestros ómnibus no tienen nada que envidiarle al arte rupestre de los hombres primitivos.
Lourdes Berrio Reyes es una educadora dentro y fuera de su centro de trabajo. Durante más de diez años ha sido la presidenta de su CDR, en el Consejo Acosta del municipio capitalino de Diez de Octubre, y su divisa es tan sencilla como efectiva: hablar.
«En esta cuadra no hay grandes problemas de indisciplina», reveló. Aunque hubo un tiempo en que tuvimos varios jóvenes desvinculados del estudio y el trabajo. Con ellos hicimos mucho trabajo político. Conversamos, lo mismo yo, que otros dirigentes del CDR, de la federación... Al desvincularse se ponen a hacer otras cosas, como estar en la calle hasta altas horas de la noche, hablando en voz alta, oyendo música, molestando... Y hay que rescatarlos. Eso es lo que hacemos con cualquier problema que se da en la comunidad».
Lourdes integra el grupo comunitario de prevención, cuya filosofía es llegar a la familia. «Hay que ver en qué se les puede ayudar, en qué condiciones viven. Lo sé por mi propio trabajo, porque como educadora he tenido niños con problemas de conducta, y he logrado una mejoría, porque busco la manera de llegar a ellos».
Junto a Lourdes, Giselle Garrido, doctora de profesión y responsable de vigilancia del mismo CDR, asegura que en esa cuadra, siempre que alguien ha tenido un problema, se le ha dado la mano, «porque cualquier persona tiene derecho a equivocarse.
«Tampoco uno puede llegar a una casa e imponer su voluntad, sobre todo si existe alguna situación familiar específica, porque no siempre las personas deciden abrirse y contar sus problemas familiares».
La posición de acercamiento y apoyo familiar seguida por la comisión de prevención de esta comunidad está en línea con el criterio
de los especialistas sobre el peso esencial de esa estructura en la promoción de conductas cívicas adecuadas.
«Resulta muy complejo en el ser humano adulto determinar cuáles han sido las fuentes del desarrollo de valores y qué influencias han determinado su proyección ante la vida. Es frecuente ver a familias preocupadas por la exhibición de conductas en el adolescente no acordes con los valores familiares, y que han sido aprendidas en otros medios sociales», sostiene la Máster en Ciencias y especialista en Psicología de la Salud, Elina de la Llera Suárez.
Para esta estudiosa, la vida escolar se encarga de ampliar las fuentes de valores a través de la relación con otros de su edad y con los maestros. El desarrollo psicológico se enriquece con el crecimiento de la persona, y se produce mayor independencia en sus juicios y valoraciones: «Pareciera que ya no es tan importante lo que dice la familia, sin embargo, esta no pierde su influencia si continúa actuando con coherencia ante las situaciones críticas en que el adolescente, por ejemplo, los pone a prueba.
«Aunque el adolescente quiere estar siempre con los de su edad, la familia debe aprovechar los espacios comunes (comer juntos, ver una película, ir de tiendas, hasta la música que se pone en la casa) para hacerle sentir que se escuchan sus criterios y que se puede reflexionar sobre su validez sin entrar en conflicto, en un marco de análisis y no de “teque”», enfatiza.
Elina considera que esto le da al muchacho la seguridad de que cuenta con un respaldo cuando se enfrenta en el grupo con criterios diferentes. En la medida en que la familia se anticipe a lo que encontrará en su medio, a las contingencias que se pueden producir, será más valorada por el adolescente.
«Plantearle conflictos que puede encontrar en su vida social para analizarlos, más que esperar a que nos venga con un problema, contribuye a promover la independencia de juicios que le sirvan para su actuación social. Se trata de fortalecer más estos, que de reprimir conductas negativas promovidas por el medio social, de forma que funcionen como valores», finalizó.
Sí existen leyes
Aunque muchas personas piensan que no hay leyes que sancionen las diversas indisciplinas que día a día se dan en nuestra sociedad, sí existen y no son precisamente magnánimas.
El Decreto número 272 del año 2001, del Consejo de Ministros, establece las contravenciones en materia de ordenamiento territorial y de urbanismo, así como las medidas que se aplican a las personas naturales y jurídicas. De él seleccionamos algunos fragmentos.
ARTÍCULO 17. Contravienen las regulaciones de Ornato Público, y se impondrán las multas y las medidas que para cada caso se establecen al que:
d) maltrate, dañe, manche, dibuje o raspe teléfonos públicos, cabinas telefónicas, buzones de correos, 100 pesos y 200 pesos, y la obligación de resarcir los daños ocasionados;
e) maltrate o dañe de cualquier forma, en los parques y en otras áreas públicas, sus asientos, bancos, fuentes ornamentales, bustos, tarjas, estatuas, luminarias y juegos infantiles, y su mobiliario urbano en general, 100 pesos y 200 pesos, y la obligación de resarcir los daños ocasionados;
f) afecte por cualquier forma o medio, paredes, muros, fachadas, aceras, puertas, ventanas o cualquier parte exterior de las edificaciones, cines, teatros, hoteles, elevadores u otros locales abiertos al público, 100 pesos y 200 pesos, y la obligación de resarcir los daños ocasionados;
h) ejecute la reparación continuada de vehículos automotores en una vía pública principal, 150 pesos y 350 pesos, y la obligación de abstenerse de continuar con dicha conducta;
k) maltrate o destruya las rejas protectoras del césped y árboles o cualquier área verde, 100 pesos y 600 pesos, y la obligación de abstenerse de continuar con dicha conducta;
l) transite por el césped, arranque flores o dañe las plantas de las áreas verdes públicas o de los jardines de cualquier edificación, 10 pesos y 100 pesos, y la obligación de resarcir los daños ocasionados cuando proceda, así como de abstenerse de continuar con dicha conducta;
m) mantenga sin protección adecuada materiales de la construcción para evitar su arrastre por las aguas pluviales, 50 pesos y 200 pesos, y la obligación de protegerlos;
n) obstruya o dificulte de cualquier forma la circulación por aceras, paseos y portales de libre tránsito con vallas, objetos, materiales, follajes u otros elementos, 100 pesos y 300 pesos, y la obligación de retirarlos de inmediato.
La basura a su lugar
También el Decreto número 272 establece regulaciones para sancionar a aquellos que atentan contra la limpieza de las calles.
ARTÍCULO 18. Contravienen las regulaciones de la Higiene Comunal, y se impondrán las multas y las medidas que para cada caso se establecen al que:
a) afecte por cualquier medio o forma los depósitos colectivos destinados a la recogida de los desechos
domiciliarios, 100 pesos y 600 pesos, y la obligación de resarcir los daños ocasionados;
b) sin estar facultado cambie de ubicación los contenedores situados en la vía pública para el depósito de los residuos domiciliarios, 50 pesos y 200 pesos, y la obligación de ponerlos en su lugar;
c) arroje en los depósitos destinados a la recogida de los desechos domiciliarios, escombros, maderas y objetos inapropiados a tal servicio urbano, desechos de la producción, el comercio, los servicios de la gastronomía y alimentación, que tienen establecidos otros sistemas de recogida y disposición final, 200 pesos y 600 pesos, y la obligación de retirarlos;
n) arroje en la vía pública, desperdicios tales como papeles, envolturas, residuos de alimentos, envase y similares, 50 pesos y recogerlos de inmediato. Esta medida solo se impondrá a las personas naturales;
o) remueva o extraiga desechos sólidos depositados en los recipientes destinados a la recogida de basura ubicados en la vía pública o en los vertederos correspondientes, 50 pesos, y la obligación de abstenerse de continuar con dicha conducta. Esta medida solo se impondrá a las personas naturales.
Al calor del desenfreno
Salgo al verano sudando la gota gorda, así como mi madre definía los exabruptos del calor. Agosto me devuelve a la vieja en el recuerdo, empapada y mascando incesantemente cubitos de hielo, maldiciendo el trópico que le correspondió a nuestra querida Isla en la división natural de las temperaturas.
¿Qué diría Yuyú Martínez, si la trajera de allá, de los ingenuos agostos de mi niñez, a estas brasas de esquizofrenia climática, con calentamiento global, deshielos árticos que presagian el fin de muchos islotes y agujeros por donde se nos escapa el ozono y hasta la vida?
De 1906 a 2005, prácticamente un siglo, la temperatura promedio global de la Tierra aumentó en unos 0,7 grados centígrados. Y ese incremento es aproximadamente el mismo de la temperatura promedio anual de Cuba desde 1951 hasta acá, según el Centro Nacional del Clima.
Eso que pudiera parecer una bagatela estadística es, en progresiones matemáticas, el registro de nuestros sufrimientos día a día por el cada vez más alevoso calor, fruto de la insensatez del supuesto progreso terrícola. Canícula que no respeta ni los ventiladores ni la cordura, y nos sigue lanzando al muro del Malecón, o a sacar los sillones a las aceras allá en Guantánamo o en Cienfuegos. Ya ni se escucha aquel eslogan de: Cuba es un eterno verano, porque perdió su capacidad de sugerencia, como todo lo obvio.
Pero son otras trepidantes temperaturas de la conducta humana, muy persistentes en los desafueros del verano, las que estremecerían mucho más a la cautelosa señora Martínez, si se decidiera a traspasar los umbrales del tiempo y la quietud hogareña, y se uniera al mundanal ruido de la diversión estival, con una pudorosa trusa Jantzen de una sola pieza.
Entonces, para bañistas como Yuyú, playa era solo eso: la playa con sus encantos, y hasta cierto ensanchamiento de espíritu; como era un hechizo para los niños que vivíamos tierra adentro. No había tanto aditivo de consumo en torno a ella, a ritmo de estridentes monotonías musicales y escándalos bañistas. No existía esa comida chatarra y portátil que hoy se ingiere al paso, envuelta en atractivos y chillones envases, ni latas de cerveza y refresco. Si acaso, las mujeres llevaban una cesta con algunos bocaditos preparados para la familia, y en esa misma cesta retornaban los restos.
Cada verano las temperaturas aumentan, y con ellas pareciera que arde cada vez más la displicencia sobre arenas y aguas, las que van convirtiéndose en vertederos de cuanto desecho del festín. Un verdadero ecocidio que ya todos aceptan como inevitable. Cada verano lo denuncio aquí, y todo parece escaparse como las olas. El desenfreno que invade nuestros balnearios, y luego se perpetúa en el retorno embriagado y procaz, pasmaría a Yuyú Martínez y a todos aquellos apacibles bañistas de entonces.
Algunos consideran que las aguas desatan no solo el apetito, sino todo el impredecible universo instintivo de las personas. Con licencia de Yemayá, este bañista frustrado, que huye de las multitudes y prefiere nadar en sus propios sueños, cree ver que la playa, así de violentada, es el reflejo de los crecientes desenfrenos que están quebrando impunemente la disciplina social, el respeto al prójimo y a la Naturaleza.
Los pronósticos de calentamiento global son bastante preocupantes, como para aguarnos el verano con ellos. En esas ebulliciones venideras, ya no estaré por aquí, como la señora Martínez; pero quiero seguir creyendo que para entonces se salvarán las playas y podrán controlarse esas otras temperaturas del desenfreno que las infectan.(Jóse Alejandro Rodríguez)