Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El árbol de Fontanar y otros lugares

Imagino que sean muchos, entre los de mi edad, que recuerden aún el arbolito del reparto Fontanar. Se convertía, para grandes y chicos, en uno de los espectáculos más atractivos de fin de año. Era el árbol de Navidad natural más grande del mundo. Los datos los ofrece José Oller en una nota aparecida en el sitio Cubaperiodistas, en su edición del 29 de diciembre de 2020.

Se trataba de un pino de los llamados popularmente de siete pisos y se emplazó por primera vez el 17 de diciembre de 1957, en la intercepción de la Calzada de Rancho Boyeros y la Avenida del Wajay, esto es, a la entrada de la urbanización. Provenía de los bosques de la zona atlántica de la provincia canadiense de Nueva Escocia, y se le suponía una antigüedad de unos de 220 años, por lo que debió haber sido sembrado alrededor de 1740.

Ese pino Spruce, conocido también como Canadian Red Wood, tenía 20,73 metros de altura, y pesaba cuatro toneladas. Su tronco tenía un grosor de 30 pulgadas y sus ramas abarcaban diez metros de radio. Su traslado desde el puerto habanero hasta su destino fue todo un acontecimiento seguido paso a paso por periodistas y público en general.

Para iluminarlo se emplearon 4 000 esferas de luces conectadas por 9 000 metros de cablería eléctrica. El árbol se remataba con una estrella lumínica de cinco puntas que aumentaba su altura a 22,56 metros. A sus pies se colocaba la Fuente de los Angelitos Negros, que el escribidor no logra recordar.

El reparto Fontanar se erigió, a partir de 1956, en los terrenos de la finca San José o Retiro de Vento, que hasta entonces tributaba caña para el hoy demolido central Toledo. Era propiedad de la empresa periodística Clamon, conformada por el cienfueguero Santiago Claret, dueño y director del periódico Información, y de Ignacio Montaner Lizama, dueño de CMBF y director general del reparto Nuevo Vedado.

Pronto Fontanar cobró auge al convertirse en sitio preferido por actores y técnicos de la televisión, periodistas y profesionales en general que fabricaron allí su vivienda. El árbol de Fontanar se emplazó durante tres años consecutivos, hasta 1960. Se apagaba y comenzaba a desmontarse el 6 de enero de cada año.

Las Ruinas

El edificio que ocupa el restaurante Las Ruinas, en el Parque Lenin, municipio de Arroyo Naranjo, es uno de los hitos más notables de la arquitectura cubana posterior a 1959. Es obra del arquitecto Joaquín Galván, y aparece incluido en ese libro medular que es La arquitectura del Movimiento Moderno, de Eduardo Luis Rodríguez, que  no vacila en considerarla una obra muy sugerente por su expresión exterior y su espacialidad interior.

Precisa Luis Eduardo: «El proyecto pondera las contradicciones emanadas de la inserción de un edificio contemporáneo y prefabricado en un contexto rural de exuberante vegetación, aceptando como premisa la incorporación de unas ruinas existentes».

A juicio del especialista, se trata de una escenografía creada para representar un choque de contrastes en el que el protagonista es el hormigón contra lo natural; una potente estructura ortogonal inmóvil contra la sinuosidad cambiante de los árboles que la traspasan; los lujosos mármoles contra la tierra que los circunda; una concepción de vanguardia en la arquitectura contra una solución casi retrógrada de la herrería, y, sobre todo, un espacio interior fluido y límpido que envuelve a los remanentes de la casa de una antigua plantación de azúcar.

De ahí Las Ruinas. Ruinas que son la clave para descifrar la lectura de un mensaje ambivalente y metafórico que va mucho más allá de las habituales limitaciones de contenido de otras obras contemporáneas.

Se construyó entre 1969 y 1972.

CNIC

También obra del arquitecto Joaquín Galván —y colaboradores— es el edificio del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, en Cubanacán, en el municipio de Playa.

Inmueble cuya expresión, aseguran especialistas, se afilia al brutalismo japonés y que siempre —se construyó en 1966— ha llamado la atención del escribidor por su extensa fachada principal, sus quiebrasoles, y su marquesina que vuela ocho metros hacia la calle y asume una forma curvilínea y ascendente. Con todo, el local de mayor interés espacial del edificio es el gran vestíbulo de doble puntal surcado por una galería a media altura.

Hotel Victoria

Aunque a menudo se pasa por alto, el hotel Victoria es, en activo, el establecimiento hotelero más antiguo de El Vedado. Nunca ha dejado de funcionar como hotel desde que el 14 de julio de 1928 abrió sus puertas como Hotel Residencial Vedado. Hay en la barriada otros que le son cercanos en cuanto a fecha, pero el Victoria los supera. El Presidente se inauguró el 28 de diciembre de 1928, cuando el dictador Gerardo Machado abrió su puerta principal con una llave de oro, mientras que el Hotel Nacional se inauguró en diciembre de 1930. De otros que existieron en la barriada como Trotcha, en Calzada y 2, Cecil, en Calzada y A, y Maison Royal, en la calle 17, no queda ni memoria.

El Victoria comenzó a construirse en 1925 en la esquina de 19 y M. Un edificio dotado de 35 habitaciones con baño privado, distribuidas en cinco plantas. Habitaciones pequeñas con grandes ventanas de madera que abrían hacia fuera, que se ofertaban a seis pesos las dobles, y a cuatro las sencillas.  Un hotel discreto, tranquilo, acogedor e íntimo situado en una zona de privilegio.

En los años 40 los propietarios de este establecimiento deciden construir otro hotel. Lo hacen en la calle O, entre 23 y 25 y lo bautizan como Hotel Vedado, y, en reconocimiento a las ganancias que les reportó y seguía reportándoles la vieja instalación de 19 y M, le dan el nombre de Victoria, que lleva hasta hoy.

En este hotel se alojó Juan Ramón Jiménez, el autor de Platero y yo, con su esposa Zenobia Camprubí entre noviembre de 1936 y enero de 1939. Antes, en 1930, el compositor ruso Sergio Prokofiev y su esposa, la cantante española Lina Lluvera, y en 1938 la poetisa chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, al igual que Juan Ramón. García Lorca no fue huésped del Victoria, pero lo visitó para conocer y conversar con Prokofiev, y fue aquí donde Lezama Lima recogió la información para su memorable Coloquio con Juan Ramón Jiménez. Al Victoria acudían a visitar a Juan Ramón la poeta Dulce María Loynaz, el hispanista cubano José María Chacón y Calvo y don Ramón Menéndez Pidal, el autor de La España del Cid, alojado por aquellos días en el hotel Florida, en Obispo y Cuba.

Por cierto, Zenobia cuenta en su Diario que Juan Ramón dedicó toda una tarde a la lectura del Coloquio. Encontraba pasajes que no comprendía, en tanto que en otras páginas no se reconocía, pero tampoco se atrevía a rechazarlas ni hacer cambios en la prosa exuberante y barroca del cubano.

Decidió dejarlo todo tal como estaba, añadió, de puño y letras, un comentario inicial. Dice:

«En las opiniones que José Lezama Lima me obliga a escribir con su pletórica pluma, hay ideas y palabras que reconozco mías y otras que no. Pero lo que no reconozco mío tiene una calidad que me obliga también a no abandonarlo como ajeno. Además, el diálogo está en algunos momentos fundido, no es del uno ni del otro, sino del espacio y el tiempo medios.

«He preferido recocer todo lo que mi amigo me adjudica y hacerlo mío en lo posible, a protestarlo con un no firme, como es necesario hacer a veces con el supuesto escrito ajeno de otros y fáciles dialogadores».

Juan Ramón era entonces, conviene no olvidarlo, el primer poeta vivo de la lengua.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.