Pacientes con parálisis, a través de sensores transmitían hacia computadora. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 06:50 pm
«Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal. (…) Los límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos… ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro?». Con tales tintes describía el escritor Edgar Allan Poe una condición médica que priva a los aquejados de toda capacidad de moverse o comunicarse. Sus palabras bien podrían simbolizar lo que la mayoría de las personas creen de pacientes que sufren el llamado síndrome del cautiverio o estado de bloqueo completo (CLIS, por sus siglas en inglés). Este mal es suscitado por enfermedades que provocan que el cerebro pierda la capacidad de controlar los músculos, y con ello toda comunicación con el exterior.
Desde quienes pierden el control sobre las extremidades (tetrapléjicos), hasta el extremo de los que no son capaces ni siquiera de mover un solo músculo de su cuerpo o sus ojos, la incomunicación por afecciones neurodegenerativas va dejando a muchos en un silencio casi «sólido». Por eso varios científicos han dedicado años de estudio a intentar comunicar a personas aquejadas de este tipo de condiciones. Aun si es necesario ir a buscar sus palabras dentro de su propio cerebro.
Hace apenas unos días, investigadores de un centro académico suizo lograron el milagro de escuchar «la voz de la mente» con más éxito que nunca. No solo alcanzaron a comunicarse por primera vez con personas completamente silenciadas, sino que además descubrieron que dicen sentirse felices.
Publicado en reciente edición de la revista PLOS Biology, el estudio se basa en cuatro personas con síndrome de enclaustramiento total, que no pueden moverse debido a la esclerosis lateral amiotrófica (ELA o enfermedad de Lou Gehrig), que destruye progresivamente la parte del sistema nervioso responsable del movimiento.
El célebre físico Stephen Hawking es uno de los aquejados por ELA, pero es privilegiado por una silla inteligente de Intel conectada a un ordenador que interpreta sus órdenes desde el único músculo móvil de la mejilla. Su software, ACAD, fue liberado gratuitamente a todos los usuarios de internet.
La enfermedad paraliza la musculatura voluntaria y los pacientes incluso respiran con ayuda artificial. Por eso la relevancia de que este equipo haya desentrañado varias respuestas de sí o no a diversas preguntas es muy notable para el campo de la neurología.
Una interfaz cerebro-computadora no invasiva fue el medio para detectar los niveles de oxígeno en el cerebro, y con ello conocer si los pacientes estaban pensando afirmativa o negativamente en respuesta a una serie de preguntas, pues las propiedades sanguíneas cambian en dependencia del tipo de respuestas. La tasa de precisión del estudio logró alrededor del 70 por ciento.
Algunas de las preguntas del cuestionario eran comunes, como la confirmación del nombre de la pareja, o de una ciudad conocida.
Pero cuando a los cuatro pacientes del estudio se les preguntó: «¿Eres feliz?» cada uno de ellos reiteradamente respondió «Sí» durante semanas, y tras cuestionarios más detallados se logró comprobar la autenticidad de las respuestas.
El autor principal del estudio, Niels Birbaumer, profesor del Wyss Center for Bio and Neuroengineering en Ginebra, Suiza, confiesa que el asombro del equipo se debió no solo al gran logro que estaban alcanzando con esos resultados, sino a la reiteración de una respuesta positiva a la cuestión anímica: «Los cuatro habían aceptado la ventilación mecánica para mantener su vida cuando la respiración era imposible; de modo que en cierto sentido ya habían elegido vivir», explicó.
Ese estado emocional positivo se puede deber a una condición anímica propia de este tipo de padecimiento, la incapacidad de procesar emociones negativas, que puede ser interpretada como una autodefensa cerebral. Además, el hecho cambia notablemente lo conocido acerca de la enfermedad, pues hasta ahora se creía que este tipo de pacientes era totalmente incapaz de dirigir el pensamiento del modo necesario para usar una interfaz cerebro-computadora sin contar ni siquiera con la movilidad de los músculos oculares.
«Los impactantes resultados anulan mi propia teoría de que las personas con síndrome de enclaustramiento total no son capaces de comunicarse», dijo Birbaumer.
Como si el asombro fuera poco, el alcance de estos resultados sin ningún mínimo movimiento ni métodos invasivos, como el implante de chips, usado en estudios anteriores, hace del logro un verdadero salto de avance en la materia. El equipo consiguió el éxito gracias a la espectroscopía funcional del infrarrojo cercano (fNIR).
La fNIR mide los niveles de oxígeno en el córtex prefrontal del cerebro, según explica el medio N+1, lo que permite mapear en tiempo real cómo se oxigena el órgano durante tareas como prestar atención, recordar algo, memorizar un dato o solucionar un problema-estímulo, para cuantificarlas y diferenciarlas. Ello se logra usualmente mediante accesorios de sensores montables sobre la cabeza.
VIAJE AL CENTRO DE TU MENTE
Como otras sanas obsesiones científicas, la lucha por lograr «escuchar» o ejecutar las ideas de quienes se hallan sepultados por un estado CLIS (o de inmovilidad casi total) ha sido larga. A inicios del pasado año, la noticia de que por vez primera se lograba que un paciente tetrapléjico enviara movimiento a su propio brazo proponía un avance sobre anteriores logros con órdenes cerebrales. Se trató de Ian Burhart, quien a través del implante de un microchip en su cerebro fue capaz de enviar la orden del movimiento decodificada por una serie de algoritmos en un ordenador. Luego un software enviaba la señal a los electrodos instalados en el brazo para que los músculos ejecutaran acciones como cerrar la mano, contraer un dedo o girar la muñeca.
Este resultado, alcanzado por un equipo de la Universidad Estatal de Ohio y el Instituto Feinstein para la Investigación Médica, de Nueva York, EE. UU. suponía un escalón ascendente con respecto a la lectura de actividad neuronal por medio de dispositivos sensoriales e implantes cerebrales, pero se centraba aún en pacientes tetrapléjicos, no incomunicados ni inmóviles totales, y continuaba la tradición altamente invasiva de la implantación mediante neurocirugía.
Con personas específicamente aquejadas por el síndrome del cautiverio o del encierro también se había logrado detectar órdenes mentales desde implantaciones neuroquirúrgicas, o con el uso poco práctico de equipos como el escáner de resonancia magnética. De ese modo en 2012 se logró «leer» el pensamiento silencioso del paciente canadiense Scott Riutley, pero el uso de este tipo de equipos era aún un viaje al interior de la mente demasiado costoso y poco implementable.
De modo que el uso de una simple computadora y la tecnología infrarroja alcanzados por el estudio actual es un espaldarazo a métodos no invasivos, más precisos y menos costosos.
Como molinos para el nuevo Quijote se levantarán ahora, tras el entusiasmo inicial, los desafíos de acortar el tiempo intermedio de la orden a la ejecución, que rondaba los siete segundos; lograr mecanismos inalámbricos, y pensar luego en la utopía de generar resultados implementables y accesibles en el mercado de la neurobótica de la salud, frente a una banalización mercantilista de estos avances.
La financiación en la llamada teclepatía (enviar señales de cerebro a cerebro mediante el uso de internet) o en búsquedas de información en la web mediante órdenes cerebrales, podría ser un camino lucrativo que ya ha parecido interesar a gigantes como Intel o Google, y podría hacer competencia a los fines sanitarios de estos avances. Quienes sueñan con dar voz a las mentes «enclaustradas» deberán competir todavía con igual audacia.