Que el planeta fue puesto patas arriba por los intereses hegemónicos no solo resulta apreciable en la depredación ecológica, las guerras de conquista u otras congojas de la humanidad hoy.
Igual de revertidas andan las cosas en un universo cultural cuyas pautas fija, determina y modula un mercado de preferencias masivas de «artistas» que en realidad son fórmulas elaboradas en los laboratorios de marketing y proyectos, exponentes de los cuales, solo en la industria musical norteamericana, surgen decenas cada año.
En el estercolero mundial consolidado por dicha industria florecen los falsos oropeles, a cuyo servicio trabajan poderosos holdings empresariales y redes mediáticas.
Una vez insertado su «producto artístico» en los gustos, después puede suceder de todo. O «triunfar», eclipsar o amarizar en las aguas de las nuevas tecnologías para, mediante el boca a boca (o tecla a tecla), alcanzar puntuales pero notables cuotas de éxito.
Fue lo sucedido durante 2009 con el videoclip I Know You Want Me, para el tema homónimo del rapero-reguetonero miamense conocido como Pitbull. Material audiovisual que, según San Google, resultó el más visto en Youtube a escala planetaria en el año, al alcanzar cerca de 121 millones de visitas.
Al margen de la limitada estatura musical de este señor con detestable prontuario ideológico de declaradas filias proanexionistas —cuya trayectoria en lo artístico y lo político no me interesa elucidar—, lo que llama la atención aquí es lo que se está santificando en varios planos.
Al apreciarla en el conjunto de la producción del período, I Know You Want Me descuella entre las piezas de su género fabricadas a lo largo de la década en curso que más denigran a la mujer en tanto ser humano y ser social.
Lo deslizado en sus imágenes se coloca ya un estadio por arriba de la clásica representación de la mujer como simple objeto sexual, algo tan típico de los videos afines a los géneros en los cuales se mueve el cantante.
Los ademanes del músico en su interacción con las modelos del clip, aparejado a ciertas líneas de la letra (o lo que pasa por tal) más que escandalizadores o groseros —con lo cual ya casi nadie se sonroja en este mundo—, son realmente humillantes en toda la plenitud del vocablo.
Al ser recabada al antropólogo francés Marc Augé, por el periódico Il Manifesto, su interpretación de un estudio sobre la aparición de una elevadísima tasa de violencia de los clientes sobre las prostitutas, él respondió:
«Se trata de un fenómeno muy complejo, en el que entran en juego los clásicos mecanismos de dominación machista. El hecho de que estas mujeres no sean prostitutas, sino verdaderas esclavas (…), las hace todavía más atractivas para un cierto sadismo que se nutre de la imagen del blanco dominante que maltrata a la mujer, ser más débil, y encima, perteneciente a poblaciones consideradas inferiores.
«Tal es el esquema, alimentado y difundido por los medios de comunicación y por la naturaleza archicomercial del actual capitalismo. Razón por la cual, hoy, no son ya seres humanos, sino objetos de usar y tirar, una vez usados».
Augé, por inducción directa, da la idea de cuanto representan las mujeres en el planeta Pitbull. Y a ello le están levantando el pulgar. Lo dicho, el mundo al revés.