Juventud Rebelde inaugura una sección con vivencias de una de nuestras periodistas en un centro de aislamiento Autor: Juventud Rebelde Publicado: 04/03/2021 | 05:54 pm
Al amanecer de este jueves, tardé unos segundos en entender qué hacía en una litera. Enseguida, una bata sanitaria doblada en el travesaño me ayudó a recordar: ¡Estoy en un centro de aislamiento para contactos de personas positivas al SARS-CoV-2!
Un pequeño bosque en el corazón de la ciudad será mi isla en las próximas dos semanas. Si las labores me lo permiten, les contaré cada amanecer lo más relevante de la jornada anterior. Aunque hace un año que escribo, leo o investigo sobre COVID-19, es mi primera oportunidad para compartir oficio y servicio a la vera de quienes ponen freno a la pandemia en Cuba.
Estoy en el Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas, una universidad a la que me atan muchos afectos, recientes y lejanos. Para quienes no están familiarizados con esta peculiar institución —que es a la vez facultad y centro de investigaciones de la Universidad de la Habana—, el Instec es una burbuja futurista en la añeja Quinta de los Molinos, a la que vienen «cerebritos» de todo el país a estudiar Física Nuclear, Ingeniería Nuclear, Radioquímica, Meteorología…
Había planeado visitarlo por estos días, cercanos a su aniversario 40, pero no imaginé que sería para acondicionar 40 capacidades a disposición de habitantes de los municipios de Plaza de la Revolución y Centro Habana, fundamentalmente.
Aún no hay pacientes porque es un centro nuevecito. De los seis voluntarios (tres mujeres, tres hombres), solo dos han tenido experiencia previa en estos trajines, y aunque son muy jóvenes, confiamos en su buen juicio para liderar un flujo de trabajo que garantice atención eficiente para los huéspedes por llegar y la mayor seguridad para todo el equipo de apoyo.
La tarde del Día Cero se nos fue muy rápido entre la acogida de los medios de protección y aseo; la habilitación de los diez cuartos disponibles para la noble faena, las inspecciones de Salud Pública y las visitas de autoridades del Partido y el Gobierno, urgidas de marcarnos la señal de arrancada.
La noche, en cambio, rindió muchísimo. Una terraza nos sirve de sala de estar en la minúscula zona verde, y entre bromas y consejos aprovechamos para conocernos mejor. Germán, nuestro jefe de la «tripulación», es un veterano profesor del Instec. Olga, Yeirys y Amián son estudiantes. Fabián y yo nos sumamos por pasión filial: él, hijo de otro profesor; yo, madre de otro estudiante.
Sin darnos cuenta, la hora de la Cenicienta nos sorprendió despiertos. En un diálogo increíblemente fluido se mezclaron anécdotas de Angola y el servicio militar con recuerdos de pruebas finales de asignaturas retadoras, pasiones culinarias e intentos de demostrar teoremas o resolver ecuaciones diferenciales aderezadas con café y panquecitos.
Hoy deben llegar los primeros pacientes. Los preparativos para celebrar el 40 aniversario no se detienen. El lunes comienzan las evaluaciones finales online, para las que se preparan sin abandonar sus deberes en la zona restringida. Las consultas de estudiantes llueven en el WhatsApp del profe Germán…
La vida, dentro y fuera de esta ruidosa isla, continúa. Una lluvia brevísima refrescó nuestra primera madrugada de vigilia. Mañana les cuento más.
Reto del día: Nunca creí que sería posible hacer yoga con el nasobuco puesto.