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Lo que una madre nunca desearía para su hijo

¿Qué hice mal? ¿En qué me equivoqué?, se pregunta una cubana que vio hundirse a su hijo en el consumo de drogas. El testimonio de esta mujer, cuyo nombre y señas no publicamos por delicadeza, muestra los desgarramientos a los que lleva este tipo de conflictos

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Sentía vergüenza de sí misma. Se juzgó todo el tiempo y fue severa. ¿Qué hice mal? ¿En qué me equivoqué?, se preguntaba. Y culparse por algún error cometido en la crianza de su hijo ocupaba su mente todo el tiempo. Desatendió a su hijo menor, su trabajo, su propia vida. Puso todo de su parte para que él cambiara, para que sanara, pero ni siquiera por eso puede hoy estar completamente segura de que él está «limpio».

«Cuando me informaron que mi hijo estaba involucrado en el asunto de las drogas quise conversar con él y fue muy duro escuchar que me dijera que sí, que mezclaba medicamentos con café o con alcohol, y que algunos de sus amigos también lo hacían para sentirse bien, para probar algo nuevo.

«Visité a la siquiatra de mi área de salud, me remitió al Centro Comunitario de Salud Mental y luego fuimos juntos a la consulta. Le hicieron las pruebas pertinentes y fuimos remitidos al Centro de Deshabituación del Adolescente (CDA) para recibir el tratamiento adecuado. Yo estuve siempre con él, incluso durante el tiempo en el que el ingreso era permanente».

Ella calla unos segundos. Retoma el diálogo y me cuenta que los estudios de su hijo tuvieron que interrumpirse por esta situación. Se solicitó una licencia estudiantil y luego se reincorporó para terminar su 12mo. grado en una escuela diferente, por sugerencia del CDA, aunque su hijo le confesó días después que allí también conoció a otros muchachos que mezclaban fármacos con alcohol.

«Nunca culpé a los amigos, a la escuela o a la música rock que le gusta escuchar. Como madre, una siempre se cree la total responsable de cuanto le ocurre a los hijos.

«Fui a casa de cada uno de sus amigos; hablé con sus familiares. No les dije que sus hijos consumían drogas, pero les dije: Mi hijo consume drogas y es amigo del hijo suyo, abra los ojos. Fue muy difícil porque quise sumarme a su grupo, ser parte de él para ganar su confianza, pero a veces imponerse, querer lograr buenos resultados a empujones, provoca todo lo contrario».

Si volvía a consumir o no, no era el único problema. Ella recuerda que los conflictos surgían a toda hora, «porque si estaba con un amigo en su cuarto, ya pensaba que probaban algo. Yo quería vigilarlo todo el tiempo; no confiaba en lo que me decía; le revisaba sus pertenencias y le quitaba lo que era de él pero que consideraba que podía ser un peligro, y terminaba actuando mal también, aunque fuera la madre. Éramos parte de un ciclo de cruda violencia por ambas partes».

Madre e hijo enfrentaron momentos terribles. «Tuve que aceptar que no tengo el hijo perfecto que estudia en la Universidad y se gradúa con título de oro. Mi hijo es diferente, tiene conflictos y debo escucharlo, respetar sus puntos de vista, conversar y ayudarlo. Tengo que respetarle su individualidad, pero hacerle ver que se hace daño».

El muchacho asistió al tratamiento de manera disciplinada, reconoció que había consumido en otras ocasiones, y eso para su madre fue una sorpresa. ¿Acaso no entiende?, se preguntaba ella. Por eso hoy, aunque ha hecho todo lo que en sus manos está, no puede saber si su hijo ha tenido otra recaída.

«A veces nuestros hijos se vuelven egoístas porque creen que todo se lo merecen. Los padres también nos volvemos egoístas porque creemos que, como les hemos dado todo, merecemos que ellos sean como nosotros queremos. Y en situaciones como estas, podemos ser más inseguros que ellos, porque nos encerramos en una caja de miedos, de la que nos resulta muy difícil salir.

«A los familiares nos queda aceptar que la decisión es de ellos. Los padres podemos habernos equivocado en su crianza, tal vez porque dimos demasiado, o dimos poco, o no los atendimos lo suficiente.

«Solo pueden lograrse cosas si los dos hacemos cambios. Él tuvo que aprender a ser responsable de sus actos. Como madre, sé que la adicción es como una enfermedad crónica. En cualquier momento puede recaer.

«Ha pasado el tiempo. He logrado crecerme; he ganado en seguridad y tranquilidad y, sobre todo, he tratado de concentrarme, además de en él, más en mí, en mi hijo más pequeño, en mi trabajo. Él se volvió el centro de mi mundo porque quise ayudarlo, pero dejé incluso de amarme a mí misma.

«Aprendí entonces que debo ocuparme mejor de mí para poder ocuparme de los demás si piden ayuda, porque imponérsele no es la solución tampoco. No estoy de acuerdo con lo que hace en muchas ocasiones, y se lo digo.

«Tuve que aprender a crecerme en medio del conflicto. Aprendí a no sentir vergüenza de mi hijo. Yo no me sentía moralmente apta para asumir determinados cargos y tareas en mi centro de trabajo y en mi comunidad por el conflicto que vivía con él, pero he tenido que superar esa visión.

«Que un hijo consuma drogas y no se recupere del todo aún es un gran problema para sus padres, aunque es mayor de edad y tengo que ayudarle a decidir lo que debe hacer. Yo  siempre voy a estar a su lado, pero no siempre voy a estar de su lado».

Atención desde el consultorio

La siquiatra infanto-juvenil Idelys Clavero Ariz, quien labora en el departamento comunitario de Salud mental del municipio capitalino de Plaza de la Revolución, explica a JR que existen en todos los municipios del país centros similares con la infraestructura necesaria y especialistas que atienden cada área de salud.

«Los padres o cualquier familiar que requiere orientación sobre el tratamiento de alguna adicción de su hijo pueden encontrar en el consultorio del médico de la familia el primer nivel de atención en ese sentido, y desde allí pueden ser remitidos a la consultoría del departamento comunitario de Salud mental de su municipio, aunque también pueden acudir directamente a su consejería», aclara la doctora, quien añade que también se puede recibir la información precisa a través de la Línea Confidencial Antidrogas, el 103.

«A veces los adolescentes y jóvenes no quieren ser atendidos en estos centros asistenciales, y los padres que llegan pidiendo ayuda reciben la atención que necesitan para aprender, mediante terapias grupales, a tratar a su hijo y convencerlos de la necesidad de acudir.

«Es importante destacar que, por el mismo estigma que rodea a las adicciones, no siempre la familia quiere que se brinde la atención requerida en su territorio de residencia. Ello no es un problema; se puede acudir a cualquier departamento de Salud mental sin importar el lugar de residencia».

Clavero Ariz acota que, en dependencia de cada caso, la sintomatología, la evaluación médica, entre otros parámetros, se puede realizar la rehabilitación en estos centros o se remite al paciente a otro nivel de atención, si requiere ingreso, como puede ser el Centro de Deshabituación para Adolescentes.

Especifica la doctora que en el centro donde labora se ofrece la consulta en relación con el tabaquismo, la adicción de adultos, con terapias grupales, y la de adolescentes y jóvenes.

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