Con la explosión del cuarto reactor de la central de Chernobil, escaparon a la atmósfera grandes cantidades de yodo radiactivo y cesio 137.
«El cesio es la única sustancia radiactiva de la que, incluso después de 50 años, puede medirse su concentración en el organismo humano. A los pacientes atendidos en Tarará se les mide el nivel de radiaciones para conocer los niveles de cesio 137 que tienen en sangre», comenta el doctor Arístides Cintra, jefe del Servicio Pediátrico y fundador del Programa de Atención a los niños de Chernobil.
Ucrania —explica— está en el denominado «cinturón bociógeno», grupo de países en los cuales existe déficit de yodo en la atmósfera y en los alimentos, por lo que la población que habitaba en la zona tenía avidez de esa sustancia. La tiroides crece para captar el más mínimo yodo que haya en el medio ambiente, y con la explosión, el que se absorbió fue el radiactivo. Una vez en Tarará, los pacientes viven en un medio limpio, que propicia la descontaminación.
Durante los 20 años del Programa han sido atendidas más de 24 000 personas. Entre ellas, más de 300 menores han sido operados de diferentes tipos de leucemia, y 16 han sido intervenidos por cirugía cardiovascular, como consecuencia de malformaciones congénitas. De igual modo se han efectuado trasplantes de riñón y de médula ósea.
En Tarará, donde actualmente se encuentran unos 160 pacientes, laboran 17 traductores que facilitan el trabajo de los médicos. Además, allí viven maestros ucranianos, quienes imparten clases a partir de un programa diseñado en el país europeo.
El esfuerzo ha valido la pena. Olga Ivanovna, hoy directora del Fondo Internacional de Chernobil, escuchó por la radio ucraniana, en marzo de 1990, un comunicado de la embajada de Cuba, el cual informaba que el Estado cubano y el Comandante en Jefe Fidel Castro invitaban a los niños afectados a recibir atención médica aquí. Ya estaban en Kiev los médicos cubanos para evaluar los casos.
«Cuando llegué al sitio indicado, había muchísimas personas. Todas tenían la esperanza de curar a sus hijos. Transcurridos cinco días, ya estaba aquí con el mío. Padecía de encefalitis, y se había quedado sordo por la cantidad de antibióticos que había tomado.
«Mi hijo se rehabilitó completamente. Le pusieron una prótesis auricular. Hoy está casado, tiene dos niños y es máster en Computación. Nunca podremos agradecer tanta felicidad. Cuba me regaló una segunda vida. (…) Este programa estará escrito en la historia con letras de oro».