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La inocencia del maniquí

En la actualidad, un concepto se ha vuelto recurrente en los debates y estudios de las facultades de Psicología de varias universidades del mundo: «hipersexualización de la infancia»

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Mueve las caderas al compás de la música. Le hacen coro y aplauden. Ella se ríe y menea más el cuerpo, haciendo que su minifalda semeje una flor que bate el viento. Termina la canción y todo el mundo grita ¡Bravo!, porque «es cómico» verla bailar así, con los labios pintados de rojo y un moño alto, como el que usa su mamá. La exótica bailarina apenas tiene tres años.

Parecería gracioso si no resultara preocupante. En la actualidad, un concepto se ha vuelto recurrente en los debates y estudios de las facultades de Psicología de varias universidades del mundo: «hipersexualización de la infancia». Así se le llama a la promoción «de las expresiones, posturas o códigos de la vestimenta, considerados como demasiado precoces». Mas precoz puede resultar una palabra inexacta cuando se trata de edades infantiles.

Para muchos adultos resulta divertido ver cómo sus hijas menores ensayan poses «sexys» que han visto en los álbumes o las revistas de las quinceañeras. Algunos hasta promueven y pagan altos precios para guardar el recuerdo de sus niñas ataviadas con pantalones cortos, peinados extravagantes y el maquillaje que no usan cotidianamente ni las mujeres de su casa.

Lo más probable es que no sean conscientes de que, según los expertos, cuando este tipo de comportamiento se vuelve práctica habitual contribuye a formar una identidad enraizada en la «deseabilidad sexual», gracias a la cual se establecen metas como ser un objeto bonito y sexy para agradar a los demás.

No es de extrañar entonces que numerosos especialistas aseguren que tal conducta es perjudicial para ellas, pues en el futuro pueden padecer de narcisismo, depresión y ansiedad, al verse valoradas más por lo que muestran «por fuera» que por «lo que llevan dentro», como advirtió el Maestro hace más de un siglo.

Hay quien podría pensar que ese es un problema de las sociedades del Primer Mundo, cargadas con mensajes publicitarios que a nosotros no nos afectan. Pero nuestras niñas también se sientan frente a los reproductores de video y son expuestas a las «enseñanzas» de las películas y series de Barbie y princesas, así como de otras diseñadas para adolescentes, como Hannah Montana, las cuales promueven, además, valores (o antivalores) muy distantes de nuestra identidad. Eso sin hablar de las telenovelas y videoclips para adultos que, en ningún caso, ellas deberían ver.

Mucha razón llevan quienes dicen que hoy las niñas saben más que lo que nos imaginamos. Sin embargo, no son ellas las culpables, sino las madres, los padres y hasta los abuelos, quienes permiten que vean «lo que no deben ver», y les compran luego sus atuendos, entre los que llaman la atención provocativas minifaldas, zapatos de tacones, vestidos a la usanza de sus modelos femeninos y, por increíble que parezca, ¡hasta lencería! Todo indica que ninguno de ellos ha reparado en las miradas obscenas y pensamientos inquietantes que pudiesen despertar en no pocas mentes insanas.

Cada vez es más frecuente verlas con uñas postizas largas y coloradas. Parece como si nadie se diera cuenta de que, poco a poco, se va empujando su inocencia hacia un despeñadero.

Y eso que en Cuba no se han establecido, como en otras partes del mundo, las Princelandias, centros de belleza especializados en hacer crecer, en poco tiempo, a una pequeña a su edad adulta, mediante el maquillaje y la peluquería. Ojalá ese tipo de espacios no arriben nunca a estas tierras.

Ahora pensemos: con lo difícil que es encontrar ropa de buena calidad y mejor precio en nuestro país, ¿por qué los adultos escogen este tipo de vestuario para sus hijas pequeñas? ¿Cuál es la causa por la cual resulta atractivo vestir a una niña como una «mujercita»? ¿Por qué se les trata como maniquíes?

La infancia es una etapa repleta de ternura e imaginación. Constituye la antesala de la vida que tendremos después. No es justo hipotecarles a nuestras niñas ese precioso tiempo para que se vean «graciosas» con actitudes o poses que no se corresponden con su edad. Mucho sabemos los cubanos sobre la protección de la infancia, pero debemos aprender todavía sobre la protección de la inocencia.

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