Disponer de reservas suficientes de ácido fólico ayuda a prevenir fallos en la placenta y por ende a evitar abortos espontáneos y malformaciones en el cerebro o la columna vertebral del bebé. Por eso todas las mujeres en edad fértil deberían ingerir ácido fólico, estén o no buscando un embarazo
Aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de tratar de ocultarla es la mejor manera de adaptarse a la realidad. David Viscott
Hacía meses que podría haber sido la mujer más feliz del mundo y acurrucar a su bebé en los brazos, como tanto deseó... pero su falta de información y de autocuidado frustraron los deseos de Amanda. Usualmente tomaba pastillas anticonceptivas, pero un buen día las olvidó. Con 22 años y en medio de su tesis de grado quedó embarazada sin proponérselo. Consultó a su marido la novedad y ambos decidieron seguir adelante.
Los exámenes clínicos frecuentes sugerían que todo marchaba aparentemente en orden, pero nunca se hizo uno de los más importantes, el de la lámina periférica, que detecta las deficiencias de hierro o de ácido fólico (vitamina B9, esencial para la producción de la hemoglobina).
Cuando se percataron ya tenía 16 semanas y era demasiado tarde: los ultrasonidos indicaban malformaciones graves en el bebé y la pareja decidió interrumpir ese embarazo.
Amanda pudo evitar ese sufrimiento, para ella y toda su familia, si hubiese sabido que todas las mujeres en edad fértil deberían ingerir ácido fólico, estén o no buscando un embarazo, porque si este ocurre y deciden darle curso es mejor estar bien preparadas biológicamente.
En el congreso Hematología 2013, celebrado en La Habana hace un par de meses, se organizó un panel para analizar las consecuencias de que muchas mujeres empiecen anémicas su embarazo, porque no lo han planificado adecuadamente.
Un estudio reciente arrojó que, como promedio nacional, en uno de cada tres de esos casos el bebé también nace con la misma deficiencia, pues una vez que la gestación avanza es muy difícil revertir la situación.
La anemia es la carencia nutricional más antigua que se conoce (se estudia desde 1924). Puede presentarse por factores infecciosos o autoinmunes, pero sobre todo responde a una dieta mal balanceada, especialmente en esta era de la comida «chatarra», de la que nadie se libra sin una adecuada disciplina alimentaria.
Disponer de reservas suficientes de ácido fólico ayuda a prevenir fallos en la placenta y por ende a evitar abortos espontáneos y malformaciones en el cerebro o la columna vertebral del bebé (la llamada espina bífida), que se derivan de un mal cierre del tubo neural durante los primeros 28 días del embarazo.
Ese defecto congénito puede provocar parálisis de la parte inferior del cuerpo, falta de control del intestino y la vejiga y dificultades en el aprendizaje cotidiano. También el bajo peso al nacer y la persistencia de una anemia megaloblástica (número reducido de glóbulos rojos) en los primeros años de vida pueden responder al déficit de ácido fólico de la madre antes del embarazo.
Otros estudios alertan que la anemia en edad preescolar (de uno a cuatro años) duplica el riesgo de sufrir infecciones agudas repetidas: digestivas, respiratorias, otitis... Por eso los sistemas de salud pública en muchos países apuestan por prevenir el déficit de esta vitamina en mujeres en edad fértil para cortar esa mala herencia hacia las nuevas generaciones.
Para obtener ácido fólico se puede acudir a suplementos vitamínicos elaborados, pero es más recomendable incluir en la dieta cotidiana diversos productos ricos en folatos (de los que el cuerpo extrae el ácido fólico), tales como cereales integrales, soya, huevo, hígado y leguminosas (especialmente lentejas y frijoles negros).
Vegetales de hojas verde oscuro (espinaca, acelga, berro) y frutas como naranja y melón deben consumirse frescos, y los jugos se deben preparar poco antes de su consumo para aprovechar al máximo su contenido vitamínico.