Uno nunca quiere tener que ir a verlos, a no ser de visita, para darles un abrazo o contarles que anda todo bien con nuestros niños, que solo nos preocupan boberías; pero a consulta no. Ojalá esas siempre estuviesen vacías.
La dialéctica de la vida y la propia historia que construyen los seres humanos nos convidan a asumir con el espíritu defensor de cada una de las naciones que integran la América nuestra —la que un día rompió las cadenas del oprobio colonial, la que presenta al mundo como su mayor tesoro la grandeza de nuestras dolorosas tierras, la que se ha tenido que enfrentar a las más diversas e inimaginables agresiones del gigante de las siete leguas— el legado humanista, ético y antimperialista de José Martí y Fidel Castro, y con ellos, el de otros próceres latinoamericanos, hoy padres fundadores de la independencia de nuestros pueblos.
Una de las imágenes más recurrentes del azote de Irma asoma, por doquier, en el arbolicidio causado por sus feroces vientos, que echaron a volar todo lo encontrado a su paso arrollador.
Todavía vivimos bajo el impacto del arrasador paso del ciclón innombrable. La catástrofe demostró, una vez más, la eficiencia de nuestra Defensa Civil, así como nuestra capacidad de crecer en los momentos difíciles en el orden de la solidaridad y de la entrega al trabajo de todos aquellos encargados de afrontar peligros y de ofrecer la necesaria cobertura informativa. Sobre esa base, es la hora de analizar fortalezas y debilidades.
La punta gastada del lápiz le tizna los dedos; pero la hoja sigue blanca como la nieve, y cada vez le nacen más letras. Miles de días con sus noches le han devorado un poco los ojos, pero ellos y las manos de la mujer continúan obstinados en seguir escribiendo el diccionario «más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana, dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y —a mi juicio— más de dos veces mejor», según dijera el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
Cuando quedo sin aire, cuando tanto ruido espanta, corro Cuba adentro, que es como correr hacia la niñez. A la vieja senda de las carretas, a la algazara de mis primos, a los ojos de mi madre. Corro hacia los manantiales y el mamoncillo. Sencillamente corro.
Noche de incertidumbre para Marta, Elogio, Miguel y Maira. Las olas envolvieron la barriada del Machete, la avenida tercera y la tranquilidad de toda la costa norte en Santa Cruz. Noche sin fin. Si hubiesen podido agarrar la mar, pero de todas formas el agua choca, se retuerce y golpea… la mar golpea.
La muchacha hurgó en su cartera; encontró, entre papeles y vacíos, un billete. Tómalo, a ella le hace más falta, dijo, y se viró para regañar a su hijo que se había lanzado a correr para el cuarto y casi se cae. No le dio tiempo a abrir la boca, el niño ya estaba fuera del alcance de sus ojos.