Cuando quedo sin aire, cuando tanto ruido espanta, corro Cuba adentro, que es como correr hacia la niñez. A la vieja senda de las carretas, a la algazara de mis primos, a los ojos de mi madre. Corro hacia los manantiales y el mamoncillo. Sencillamente corro.
En estos días también he corrido Cuba adentro, gracias a la radio. Perdonen que me extravíe por un momento. Me hala el recuerdo de mi abuela que me conminaba a almorzar, cuando Rosillo, al filo del mediodía, anunciaba con euforia: ¡Alegrías de sobremesa! Y cuando ponía rumbo a la escuela, cuando doblaba por la línea del tren, todavía flotaban en el aire las situaciones que imaginaba Alberto Luberta. ¡Qué artista!
Las voces fundadoras de Gladys Goizueta y de Jorge Ibarra, los que decían estar al ritmo de la vida en Rebelde, me arropaban el amanecer. Me seguían por los caminos y las guardarrayas de los cafetales.
Vuelvo. Han sido días duros, ni que decirlo. La radio, como siempre, se mostró imbatible. Cuando otros medios colapsaron, ella siguió llevando el latido del país. Fue el asidero, fue protagonista en tiempos de apagón. Mucho se puede sin lastres de burocratismos ni consignismos.
A la radio y a su gente hay que aquilatarla más, hay que cuidarla más. Si una imagen vale más que mil palabras, una palabra es capaz de evocar mil imágenes. Un sonido, también.
El huracán Irma dejó sus garras Cuba adentro. En el norte, en el centro. En Punta Alegre, en Falla, en Caibarién, en Isabela de Sagua, en Esmeralda, en Yaguajay, en Nuevitas, en Remedios. No faltaron los cayos, como para recordarnos que Cuba es un archipiélago. Esos lugares no deberían ser una eventualidad mediática, una excepción. Su gente y su historia son patrimonio de toda la nación.
Ahora que hablamos de recuperación, deberíamos recuperar la visualidad de esas ciudades y poblados. Hay mucho que aprender de la honradez de su gente, de su luz, de su persistencia. Hay que redireccionar tanta cobertura repetitiva y anémica que a nadie toca; tanto tributo al evento este y al evento aquel.
Hay muchas deudas por saldar, tal como pretende un programa televisivo homónimo que llega desde la provincia de Granma a todo el país. Propósitos en esa misma cuerda deberían alentarse, para dar espesor a la nacionalidad desde sus voces, sus paisajes, sus memorias, sus diversidades.
En la Sierra Maestra, en el pico Turquino, un grupo de seguidores del Apóstol, entre los que se encontraba Celia Sánchez, colocó en 1953 un busto de Martí. Es obra de Jilma Madera, la misma autora del Cristo de La Habana. No por casualidad… Pobres los que nunca han sentido el aire de las montañas de Cuba. Pobres los que nunca otearon el horizonte desde el amor profundo de un caserío. Pobres los que miran de lejos.