He estado tres veces en Cuba este inicio del año, al servicio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El país está seriamente afectado por el bloqueo estadounidense, agravado por la política agresiva de Trump. Faltan gas de cocina y combustible para vehículos. Los barcos mercantes están amenazados de sanciones si viajan a Cuba para descargar sus contenedores. Todos los vuelos de EE. UU. a la Isla están suspendidos por orden de la Casa Blanca, excepto los que aterrizan en La Habana.
Ocurrió hace tiempo. Circulaba todavía por las calles de La Habana el ómnibus M7. Un chofer acudió al siquiatra. La sintomatología preocupante consistía en sentir un irresistible deseo de aplastar, como si fueran cucarachas, a los minúsculos polaquitos. Acrecentado su poder personal por la dimensión del vehículo a su cargo, la reafirmación machista, habitual en el vivir cotidiano, se manifestaba en términos de violencia.
Mi amigo sordomudo Albertico no imagina cómo lo extrañé este martes en el Palacio de Convenciones de La Habana. No sabe cómo lo necesité. Te lo estoy diciendo ahora, Albertico: tenías que haber estado allí para no «quedarme en blanco» ante tanto movimiento rápido de las manos, tanto gesto del rostro desconocido para mí… ¡Cuántas palabras y frases que no me enseñaste! Hablábamos, cuando niños, de nuestras madres, de mi abuela —que era como la tuya—, de tu hermana —que es como si fuera mía—; pero me faltó curiosidad para aprovechar más eso que algunos llaman tu «discapacidad» y entender en profundidad «tu lenguaje» antes de que la vida nos alejase geográficamente.
Desde que el 1ro. de enero de 1959 el Ejército Rebelde entró triunfante en La Habana para implantar un proyecto social de los humildes, por los humildes y para los humildes, los enemigos de la Revolución han insistido en quebrantar los cimientos que le sirven de sostén, y para ello han recurrido a los métodos más perversos. Solo que, a la manera de un bumerán, cada arremetida se vuelve en su contra y aglutina más al pueblo en torno a sus líderes.
Las últimas medidas adoptadas para ampliar y dinamizar las ventas en Moneda Libremente Convertible (MLC), vienen a ratificar la importancia del comercio interno en la recuperación económica del país. Y cuando nos referimos a esa actividad pensamos no solo en las (no todas) embellecidas tiendas en divisas, sino en el más amplio e importante diapasón que tiene, y debe tener aún más, esa actividad en la sociedad cubana actual.
Resultó un día «atravesado», no por haber sido un miércoles del calendario, sino por su signo de tranque y obstrucción.
El último número de la revista Casa de las Américas rinde homenaje a Roberto Fernández Retamar, quien fue su director durante muchos años. Contiene, entre otras cosas, una excelente selección de su poesía y de sus ensayos. Volver a esas páginas, conocidas ayer, recién salidas del horno, me ha quemado los dedos y me ha sumergido en la tormenta de ideas que involucró a nuestra generación, a la vez que me confirmaba la vigencia de ese pensamiento en la hora actual.
Imagine que llega a un establecimiento de servicios de reparación, propiedad estatal. Le indican que pase por la mesa de la recepcionista que, además de tener la responsabilidad de tomar sus señas particulares, confecciona el vale mediante el cual se recoge, en los documentos contables, el tipo de atención que le prestarán y el consiguiente costo.
En un encuentro social o una fiesta, Enrique Ojito puede pasar inadvertido. Pequeño de estatura, con una fisonomía bastante común, y ese recogimiento de respetuoso señor que nunca llega a comprar por culpa de los colados en la cola. Pocos repararían en su talante, ajeno a la altisonancia y los arrestos de los estrepitosos. Casi siempre arrimado a Arelis, su amor y su luz. Ensimismado en ella.
Resuena la válvula de presión y siguen echándole leña al fuego. Que explote la olla. Es lo que desean desde los círculos de poder norteamericanos cada vez que anuncian una perversa medida contra este pequeño Archipiélago que, a golpe de sacrificio y resistencia, paga el precio de ser independiente.