Día para recordar, 6 de abril. El memorándum que escribió L. D. Mallory, en 1960, tenía esa fecha. La Cuba revolucionaria molestaba a los intereses que durante más de medio siglo habían expoliado las riquezas del país, y en el documento daba a conocer al Departamento de Estado que «la mayoría de los cubanos apoyan a Castro» y «no existe una oposición política efectiva» para lograr su derrocamiento. Por lo tanto, proponía como política a seguir: «Una línea de acción que tuviera el mayor impacto es negarle dinero y suministros a Cuba, para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno».
Por estas noches, al filo de las nueve Cuba estalla en aplausos desde balcones, portales y aceras. Son estruendos para honrar a esos sanadores de bata blanca que están al límite, protegiendo con sus vidas la del prójimo. Los heraldos de la salvación aquí y en cualquier rincón del mundo.
Alegres, los peces aletean nuevamente en la recuperada transparencia de los canales de Venecia. Situada en la costa italiana del Adriático, la ciudad alcanzó un considerable desarrollo como puerto abierto al intercambio comercial entre el occidente europeo y las fronteras del oriente. Edificada sobre canales, de ese diálogo de culturas surgió una arquitectura monumental con sello propio, célebre sobre todo por su paradigmática Plaza de San Marcos. De ese auge emergió una escuela renacentista con rasgos propios, encabezada por las figuras de los pintores Tiziano y Tintoretto.
Gracias a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones conversé ayer con mi amigo. Su voz era igual a la del jovencito que perdí de vista hace más de 20 años. Tenía él el timbre y desenfado idénticos de cuando andaba a tropel en una moto y no se perdía una sola rueda de baile, de las conocidas entre cubanos como de «casino».
Vale aclarar que en la amenazante situación actual, nadie puede pensar que una persona puede cuidar sola de sí misma, y a nadie más importa si decide tirar por la borda la sensatez y la seguridad de su vida.
Tras el fin de la terrible pandemia de la COVID-19 que azota hoy a la humanidad, un mundo mejor, el que defendió y con el que soñó siempre el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, tendrá que ser posible.
Vive en el miedo y la angustia la corroe. Son muchas las noticias que desde la radio, la televisión o los periódicos le demuestran que la falta de sensatez ha contribuido a la rápida propagación de una enfermedad que «parece cosa de película, de plan maquiavélico o de castigo bien pensado».
La viejita Ernestina es popular entre sus parientes y sus vecinos por la nobleza con la que suele acompañar cada uno de sus actos. «Voy a darte un buchito de café», le ofrece a un extenuado fumigador. «¿Quieres tomar agua fría?», le pregunta a un sudoroso caminante. Ella no necesita conocerlos a priori para proceder de esa manera. En su octogenaria y dadivosa vida hizo suyo aquello de «haz bien y no mires a quien».
En estas horas en que la vida nos ha cambiado a todos —cuatro semanas de amenaza global parecen siglos—, en que la COVID-19 nos ha recordado de modo implacable que la Tierra es redonda y es nuestro único hogar, me ha dado por mirar al cielo en las mañanas, como buscando otro asunto, como queriendo escapar de lo que inevitablemente nos concierne y preocupa.