Pasaron tres días sin escuchar los gritos de «¡Gooool!». Setenta y dos horas sin oír las voces de «Pásala, Niche», «Eres un muerto» o «¡Coge, melón!».
La pandemia del coronavirus estremece al planeta y evoca las pestes que asolaron a Europa a partir de la Edad Media e inspiraron buen número de obras literarias, desde el célebre Decamerón hasta El camino de Santiago, de Alejo Carpentier. Según el relato del cubano, al puerto de Amberes llega un barco de mercancías. El cargamento de naranjas reluce como el oro. De las bodegas de la nave escapan las ratas, portadoras del mal. Juan, el protagonista, enferma. Angustiado por el miedo y el sufrimiento, promete, de salvarse, marchar como peregrino a Santiago de Compostela. Emprende el viaje, pero se deja tentar por las ilusiones del oro de América. Llega a La Habana. Comete un delito. Encuentra refugio en un entorno boscoso, donde sobrevive gracias a los productos que ofrece la naturaleza virgen y feraz. Allí coincide con otros perseguidos, un luterano y un judío. Han descubierto el espacio en la utopía para la convivencia armónica despojada de la intolerancia. Sin valorar la paz conquistada, regresan a España, donde los dos herejes serán condenados por la intransigencia del poder dominante.
Sus palabras retumban en las redes sociales. En mi muro de Facebook las leí y compartí, y también escribí: «Que se recupere pronto, le deseo todo lo mejor del mundo».
«Querida Arleen, me imagino que ya lo sabes... falleció Tony, el director del Nacional, esta mañana... ¡Una tragedia! ¡Abrazos!».
Cuando el mundo vive una de las más desastrosas pandemias en la historia moderna y en la que Cuba se halla en la primera línea de combate sanitario contra el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, Estados Unidos insiste en prolongar y acrecentar el violento bloqueo económico y financiero que mantiene contra la Isla desde hace 60 años.
El hombre iba entrando al círculo infantil mientras tomaba de la mano a su hija de cinco años. Entonces sobrevino la sorpresa. Vio, en la puerta, a una vieja amiga. Se aproximó a ella y extendió su cuello para besarla; pero la muchacha dio unos rápidos pasos laterales para decirle con una sonrisa: «Recuerda el nuevo coronavirus».
Es la una de la madrugada y todavía resuenan fuerte sobre la mesa los golpes de las fichas del dominó. Desde mi ventana abierta, alcanzo a escuchar algunas frases que se cortan por la distancia, pero es notable la normalidad con que los socios «comparten», como habitualmente lo han hecho. #Pa fueraElEstrés podría ser su etiqueta en este momento en que se indica el distanciamiento social; pero la reunión en sí misma es una muestra de desentendimiento ante el riesgo que corremos todos.
«Sí, ya sé lo que van a decirme, que si estoy en la calle por gusto van a ponerme multas. ¿Y qué? Así tengo otro motivo para salir de la casa: pagarlas. ¡Yo sí no voy a estar encerrada! Si lo que te toca, te toca un día…».
Cuba vive momentos complejos, difíciles, como gran parte del mundo. La COVID-19 apaga miles de corazones en el planeta. Se paralizan países, y muchas personas sienten pánico ante las muertes cercanas y la posibilidad de perder sus vidas.