Al pasar por el lado de dos personas que sostenían una conversación escuché a una enfatizar que a un rico no, pero a un pobre 50 pesos le resolvían muchos problemas.
Aunque el título coincide con el nombre del programa que me acogió en Radio Taíno hace cinco años, este comentario no pretende rendir honores a su colectivo, empeñado en mejorar la calidad de vida de la audiencia desde un abordaje poco tradicional de los saberes sobre salud y espiritualidad.
En estos tiempos de internet, Facebook, Twitter, Instagram…, y con celulares, en los que se nos pide que debemos tener más comunicación y donde se nos aclara, además, que todo —o casi todo— es comunicación, deberíamos (cuando sea posible) prestarles una pequeña observancia a las fotos que algunos colocan en sus perfiles virtuales.
Afianzada en la Revolución Industrial con la invención de la máquina de vapor, la producción en serie y el consiguiente afán competitivo por garantizar el dominio del mercado mundial tuvieron sus efectos, a ritmo acelerado, sobre la vida de la sociedad. El hollín lo fue invadiendo todo. Las ciudades empezaron a crecer de manera acelerada. El proletariado se constituyó como clase social. El cambio vertiginoso repercutió en el auge de las ciencias sociales. La historia modificó su perspectiva, la economía devino referente indispensable, la sicología, la antropología y la sociología adquirieron autonomía. Esta última permeó con su influjo otras disciplinas.
En estos tiempos de internet, Facebook, Twitter, Instagram…, y con celulares, en los que se nos pide que debemos tener más comunicación y donde se nos aclara, además, que todo —o casi todo— es comunicación, deberíamos (cuando sea posible) prestarles una pequeña observancia a las fotos que algunos colocan en sus perfiles virtuales.
Actúan a cara limpia para revender mercancías en cualquier lugar y al precio que se les antoje, y lo peor es que muchísimos asumen que no incurren en ninguna ilegalidad.
Desde lejos calculas que cabes. Montas, das unos pasos —entre empujón y atropello— y te metes en un «huequito». Desde que subes te pegas a la pantalla del celular. Es tu forma de evadirte del tumulto de gente, de ignorar al muchacho que te empuja para sentarse antes de que le quites el asiento, y así poder sumirse en su propia pantalla. Es tu modo de entretenerte mientras el P-16 avanza lento por 23, camino a la vuelta de G.
No les voy a echar la culpa a estos tiempos en que los terrícolas nacen ya con el amor con fecha de caducidad. Es un signo de la modernidad. Es un daño que no pudo arreglársele a la gente de mi generación, la cual no acaba de comprender que el agradecimiento, la capacidad de ser agradecidos, no resulta una señal de «tornillo flojo», de error de fábrica.
Alguna vez hablé en la radio sobre el haikú. Y hoy retorno al tema para comentar un bolsilibro, es decir, un volumen de pequeño formato dedicado a esa estrofa mínima, sintética y concisa de la literatura japonesa. Tanto la selección como la introducción pertenecen a Esteban Llorach Ramos. El sello editorial corresponde a Gente Nueva.
Tras el espectáculo del mandatario Donald Trump en su discurso ante el Congreso sobre el Estado de la Unión, de hace pocas semanas, recordé aquel filme de 1940 dirigido y actuado por Charles Chaplin, titulado El gran dictador, una condena y sátira al fascismo y al nazismo hitleriano.