Entre las esencias y enseñanzas mostradas desde siempre por la vida, aflora como un mazazo que solo es posible revertir la situación de desorden cuando, en vez de solicitar que la gente cumpla la ley, se proceda de manera resuelta contra aquellos que la quebrantan.
Aún en tiempos en que se viven circunstancias tan dramáticas como la batalla mundial contra la pandemia COVID-19, un mandato martiano nos acompaña y guía: elévate, pensando y trabajando. Hoy ese pedido adquiere especial relevancia cuando nos encontramos en medio del enfrentamiento a la temible por demás terrible enfermedad, que ha obligado a adoptar medidas restrictivas, aislamientos, suspensión o posposición de disímiles actividades, cuarentenas etc. La vida nos ha cambiado, nuestras rutinas de trabajo se modifican, sin quererlo intimamos más con nuestro hogar y la hora vivida es en extremo desafiante. Ante nosotros una disyuntiva, acoquinarnos en un rincón y dejar que el cielo se desplome o elevarnos, pensando y trabajando.
Hasta ayer, el mundo iba navegando perfectamente (dígase mejor, mediáticamente) bien, según los ideólogos del hombre para el mercado y no del mercado para el hombre. Con esa lectura redujeron al mínimo el gasto público, que para nosotros nunca es gasto, sino inversión, y recolocaron esos dineros donde mejor podían multiplicarlo para sus arcas personales.
Sus palabras retumbaron en las redes sociales. En mi perfil de Facebook las leí y compartí, y también escribí: «Que se recupere pronto, le deseo todo lo mejor del mundo». Mi comentario fue solo uno de los más de 6 000 que aparecen en el perfil del paciente 19 diagnosticado con la COVID-19 en Cuba.
Son tiempos difíciles, en los que el mundo todo enfrenta el mayor combate sanitario de la era moderna: la batalla contra el potente nuevo coronavirus SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad conocida como COVID-19.
Aunque absolutizar es casi siempre equivocarse —y a riesgo de ser tildado de chovinista— sospecho que ninguna otra nación del mundo está más y mejor informada que la nuestra en lo tocante a las acechanzas del nuevo coronavirus, ese enemigo invisible y ubicuo cuya repentina aparición ha provocado gran zozobra e intranquilidad en buena parte de la humanidad.
La noticia del comienzo en el país de la aplicación de los test o pruebas rápidas para detectar, en cuestión de apenas 15 minutos, la presencia de la COVID-19, genera mayor seguridad en la población. Pero los resultados obtenidos, la confianza en la capacidad previsora de nuestras autoridades y el alto nivel científico de los especialistas del sistema nacional de Salud Pública no solo deben aportarnos confianza, sino también movernos a cooperar con los esfuerzos que se despliegan —minuto a minuto— para evitar la propagación de la enfermedad.
No es momento para regocijarse por nada. El mundo está herido y nos duele. En todo caso debemos agradecer infinitamente a los médicos que en cualquier parte arriesgan su vida para aliviar el sufrimiento que esta pandemia está provocando.
Primero fue mi exvecina Carmen. Estaba preparando el almuerzo, confundió el pomo de vinagre con uno de hipoclorito y esparció el desinfectante sobre la ensalada. Peor aún: se la comió.