Recuerdo los tiempos en que un erróneo concepto de modernidad, junto con la codicia derivada de la especulación en torno al valor del suelo, causó la desaparición de valiosos monumentos arquitectónicos preservados en nuestras ciudades. A la Revolución se debió, en gran medida, la implantación de políticas orientadas al reconocimiento de la importancia de este legado y el diseño de acciones concretas para su rescate y restauración. Nuestros centros históricos cobraron nueva vida y se expandió la conciencia de su importancia.
Con el paso de los tiempos, generaciones sucesivas han seguido entregando construcciones que constituyen aportes indiscutibles a nuestra cultura, obras relevantes y conjuntos urbanos notables. Nosotros también lo hemos hecho. El patrimonio no subsiste en un ayer congelado. Es testimonio tangible del recorrido de la historia.
Durante algunos años trabajé en la Biblioteca Nacional, centro rector del patrimonio documental. Después de mucho tiempo de estancia penosa en el Castillo de la Fuerza, se acababa de trasladar al edificio que hoy ocupa en la Plaza de la Revolución. Como suele ocurrir en una mudanza de tales dimensiones, libros, periódicos, grabados, mapas antiguos descansaban en los almacenes carentes de registro y de organización. Cada exploración ofrecía un hallazgo feliz. Sin reparar en el calor y en el polvo, intelectuales de primer rango, como Juan Pérez de la Riva, Cintio Vitier y Fina García Marruz, subordinaban las tareas propias de su oficio para sumergirse en aquellos depósitos, al rescate de tesoros escondidos.
La posesión de un significativo patrimonio documental no es solo privilegio capitalino. Existe en todo el país, allí donde hubo periódicos de amplia o escasa circulación, donde escritores y artistas dejaron manuscritos, partituras, apuntes que testimonian su proceso creador, correspondencia reveladora de angustias personales y de redes de relaciones; allí donde hubo teatros y fueron quedando los textos de las obras representadas, allí donde se construyó y subsisten los planos originales, allí donde los registros notariales guardan el entramado secreto de la historia económica.
Aquí y allá, el transcurso de la Revolución también ha ido haciendo historia. Sustrato de los grandes acontecimientos, la marca de los cambios en el pensar y el hacer está en los numerosos documentos que hemos ido dejando, en la evolución de la prensa, en las revistas culturales y científicas, en publicaciones especializadas de organismos gubernamentales. Impresos en papel de pobre calidad, los periódicos de ayer subsisten en condiciones de suma fragilidad. Preservar y restaurar la enorme papelería acumulada es imprescindible, requerida de recursos y de la atención de expertos.
El desarrollo de nuevas técnicas acrecentó el ámbito de los registros patrimoniales. A su valor artístico intrínseco, la fotografía añade la capacidad de captar para la eternidad el paso de lo efímero. Sus imágenes recogen el modo de vestir y de comportarse en otro tiempo, la visión de los edificios hoy desaparecidos, la constancia de lo frívolo y de lo trágico, del batallar de las manifestaciones estudiantiles y de las grandes concentraciones masivas en nuestra Plaza de la Revolución. Más tarde llegó el cine, con desafíos renovadores en el campo del arte y de la comunicación y posibilidad sin precedentes de preservar la vida en movimiento. En el celuloide volvemos a encontrar los días de Girón y aquellos otros, también dramáticos, del ciclón Flora, que modificó, con su sacudida, la geografía del territorio oriental. Hecha al ritmo apretado de los acontecimientos, la obra de Santiago Álvarez ha entrado en la memoria del mundo.
La invención del disco ofreció otro modo de detener lo efímero. Nada sabemos de los areítos que, según los conquistadores, convocaban a los primitivos habitantes de la Isla. De ellos apenas han quedado las expresiones dejadas en algunas cuevas, la mención del bohío y del huracán, términos incorporados a nuestro vocabulario, y los nombres de algunos lugares que no pudieron ser suplantados por los nuevos ocupantes de Cuba. Ahora, en cambio, podemos escuchar las voces de la trova tradicional, de Rita Montaner, de Esther Borja, de Benny Moré. Las matrices originales de aquellas grabaciones forman parte de un patrimonio irrenunciable.
Pocos tienen el hábito de frecuentar nuestros museos de artes plásticas. Más tardías que la música y la literatura, la pintura y la escultura fueron creciendo a lo largo del siglo XIX con la influencia de la Academia San Alejandro. Así se estamparon retratos y paisajes, algunos de ellos realizados por la mano de visitantes extranjeros que también se incorporaron a nuestro legado patrimonial. La industria tabacalera estimuló el diseño de originales que acompañan a los puros destinados a un refinado mercado mundial. El gran salto hacia delante se produjo en la segunda década del siglo XX con la generación de la vanguardia que se apropió de un lenguaje contemporáneo para rastrear en lo profundo de la identidad nacional, incluidos los conflictos de orden social. Esa arrancada inicial ha mantenido una sostenida continuidad nutrida por quienes, desde el triunfo de la Revolución, egresaron de las escuelas de arte.
Como los paralelos y meridianos que trazan los husos horarios alrededor del planeta, los datos y las fechas establecen el referente indispensable para discernir la secuencia de los hechos y los rasgos básicos de su concatenación en el tiempo. Sin embargo, para entender las claves del pasado y del más reciente decursar de la Revolución, resulta indispensable rescatar el impalpable espíritu de la época, la atmósfera que animó la historia de las mentalidades. Las fuentes de ese conocimiento están en las páginas gastadas de los periódicos, en la expresión múltiple del testimonio y en la creación de quienes transitaron por esos tiempos. Esa realidad se descubre en el inmenso patrimonio heredado, nunca rescoldo piadosamente resguardado en almacenes, sino documento que adquiere vida renovada desde la perspectiva de la contemporaneidad. Ahí, en la búsqueda de los orígenes, se dibuja el perfil de lo que somos y de lo que tendremos que seguir edificando.