Me impresionó la esvástica tatuada en una de las manos de la mujer que, junto a su pareja, merendaba en una de las calles holguineras. Ella, joven y con varias semanas de embarazo. Pero a mí, ni su edad me parecía justificación para tamaño desliz, por llamar de algún modo a su dibujo epidérmico.
Estaba hecha a imagen y semejanza de las utilizadas en el apogeo del Tercer Reich, la esvástica girada a 45 grados, muy similar a la de los nazis, que ellos «inmortalizaron» en su infame bandera.
Es cierto que la también denominada cruz gamada es una reliquia de diversas civilizaciones, incluso reportada en el período paleolítico y varias veces antes de Cristo, mas no encontré explicación para que, en mi país, se les hiciera el juego a los neofascistas, o al desconocimiento, en última instancia.
Racismo, fascismo, asesinatos en masa, desapariciones, exterminio, crímenes… cuántos fenómenos se debieron a los horrores de la Alemania de Hitler y sus fanáticos. Millones de personas fueron marcadas y despojadas de sus bienes materiales, forzadas a dejar sus hogares y trabajar en campos de concentración, donde amanecer era un lujo y la vida moría en cámaras de gas. Millones de personas perecieron bajo bombardeos de la fuerza aérea germana o en miles de combates registrados en más de un continente.
Hasta experimentos horrorosos se llevaron a cabo, empleando a seres humanos como animales de laboratorio. La lista de atrocidades es tan extensa, que pareciera imposible que alguien pudiera estar ajeno a tales desmanes, a estas alturas. El holocausto, en carne viva, ocurrió entre 1939 y 1945.
Resulta inaudito que en pleno siglo XXI se pueda ser tan inconsciente, por calificarlo de alguna manera. Adoptada por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán como símbolo de la raza aria (señal inequívoca de supremacía) en la década de los 20, la esvástica es quizá el distintivo más conocido de una de las barbaries de mayor connotación en la historia, para no absolutizar, porque en Ruanda, Irak y Afganistán, por citar solo tres ejemplos, también la violencia se ha ido de la mano.
Nunca imaginé que en Cuba se tatuaran símbolos tan negativos, llegados a nuestros días embarrados de sangre y odio, cuyo rescate, en otras latitudes, deriva en hechos de violencia y adoración a la maldad. Quisiera pensar, lo repito, que aquella mujer no poseía ni la menor idea del pretérito triste de su cruz gamada. Ojalá haya sido gusto personal y estética, solamente, cosas de la juventud.
Son tiempos en que hay que tener mucho cuidado con esos descuidos, que en su momento dejaron huellas imborrables en la humanidad. Nunca seremos una sociedad donde las reminiscencias coqueteen con lo más oscuro y lúgubre, con la facilidad de hacer sufrir al otro, de discriminar por color de la piel, motivos religiosos, preferencias sexuales o defectos físicos.
Por lo menos quiero un presente y futuro en los cuales nada de esto perviva, aun cuando algunos quieran muros fronterizos y cárceles de máxima seguridad. Cómo se puede ser tan indolente y recrear una esvástica girada a 45 grados, cual miembro de las nefastas SS o de las Juventudes Hitlerianas. Cuidado, hay modas y modos. En la ignorancia está el peligro. Ya lo pasado, pasado… en este caso, sí tiene caso.