Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La enajenación anticubana de Miami

Autor:

Lázaro Fariñas

Tengo que decir que yo soy un cubano atípico. Vivo fuera de la Isla desde hace más de 60 años, por lo que conozco al Miami cubano —la ciudad donde vivo— desde que surgió, y me la sé de arriba a abajo. Aquí he pasado parte de mi adolescencia, toda mi juventud, mi madurez y ahora mi vejez, tiempo suficiente para ver evolucionar a los cubanos durante años. Así es que a mí no hay quien me haga un cuento de esto que algunos trasnochados se empeñan en llamar «el exilio», una entelequia que no existe ya, si es que en realidad algún día existió. Podría redactar infinidad de artículos sobre el tema; he escrito muchos, pero ese no es ahora el asunto.  

Se dice que si usted habla español y vive en Miami y es de origen latinoamericano y se quiere enajenar por completo, hay una solución mágica que de seguro lo complacerá inmediatamente en sus deseos. La fórmula no es ninguna medicina embotellada o en pomada para la piel. Consiste en algo nada complicado: es simplemente tener la oportunidad de poseer un receptor de radio o una pantalla de televisión.

Si usted tiene acceso a cualquiera de estos dos aparatos, califica para volverse loco en muy poco tiempo en esta ciudad. Al poseer esos equipos que son muy fáciles de conseguir en el mercado local puede caer en un estado de locura del que no lo puede curar ni la totalidad de los miembros de la Escuela de Siquiatría de Viena.

Por ejemplo, si usted le dedica ocho horas seguidas a oír y ver los programas en español que se transmiten diariamente en la ciudad de Miami, es muy fácil asegurarle una total enajenación de la realidad con solo unas semanas de tratamiento. Si lo hace por un tiempo largo y seguido, perderá la totalidad de su siquis interna y se convertirá en un ser absolutamente irracional.

El Miami anticubano desde hace mucho ha perdido todo el contacto con la realidad. Tanto es así que actúa directamente en contra de sus propios valores e intereses. Ha sido un proceso largo y angustioso, pero ha logrado en parte el objetivo que muchos desde las alturas concibieron.

Controlar a una gran parte de una comunidad para que apoye medidas que solo le perjudican es casi imposible de concebir, pero en Miami se ha logrado. Cuando usted ve que los viejitos cubanos que viven de lo que les brinda el Estado apoyan al Partido Republicano y lo defienden con vehemencia en esa radio y televisión locales, totalmente controlada por la extrema derecha, se queda atónito.

Los republicanos están a favor de cualquier medida radical en contra de medidas sociales que puedan ayudar a los más necesitados. ¿Cómo es posible que esos pobres infelices no solamente voten por el partido que va en contra de sus intereses personales,
sino que llamen a los programas de micrófonos abiertos de esta ciudad para delirantemente y en una forma totalmente irracional acusar de comunistas a cualquiera que no sea republicano? Aquí el Papa es comunista, Carter tiene carné rojo y John Kennedy fue miembro de la Internacional. Si esto no es enajenación total de la realidad, que venga Dios y lo diga.

Los tres representantes al Congreso de origen cubano que hay en el condado de Miami-Dade son los más favorecidos de este proceso de locura comunal. Son ellos los que han logrado, por medio de la manipulación y en contubernio con los medios locales, que este proceso se haya hecho realidad. Estos personajillos bien pudieran ser dignos de recibir el Premio Nobel de la Infamia. Los tres son incultos, apenas tienen materia gris en sus cerebros, apenas pueden sostener un debate civilizado, pero son lo que decimos los cubanos: unos bichos para la maldad.  Su única misión en el Congreso Federal es buscar la forma de hacerle daño a Cuba y a su pueblo, y para conseguir sus objetivos pactan con quien tengan que pactar. 

Los ancianos cubanos que viven en una plena locura y odio son su principal base electoral. Es a esos infelices que van dirigidas sus arengas y son tan miserables que, a sabiendas, los llevan a votar en contra de sus intereses. ¡Qué triste! ¿Verdad?

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