Desde hace seis años el corazón de Cuba late con Fidel en Santiago, y contra toda lógica, el tiempo en vez de amainar su palpitar, lo engrandece.
Suman ya 2 191 días desde que las manos firmes y tiernas de Raúl, el hermano en la vida y las mil batallas, depositara, cual «tesoro con aroma de cedro», la urna con las cenizas del eterno Comandante en Jefe en las entrañas del gran monolito con forma de grano de maíz que es hoy su tribuna.
Fue al amanecer del 4 de diciembre de 2016, en una mañana en que el ruidoso Santiago calló de dolor; pero fiel a su ejemplo, enjugó una lágrima y se empinó orgulloso dispuesto a custodiar su luz. Desde entonces, una lápida de mármol verde y cinco letras grabadas en bronce: Fidel, ante las que nunca faltan las rosas en Santa Ifigenia, bastan para convocar, conmover y resguardar los sueños.
Aupado por el cariño de miles que no pudo envilecer la tristeza, había entrado la noche anterior a la ciudad que guarda sus pasos de niño; donde conoció el mar y se descubrió rebelde, prometedor; donde asaltó la alborada, conquistó la victoria y dejó las huellas de su andar de líder apegado a los humildes, ya convertido en savia, inspiración, camino.
Y así continúa, vive y late, más allá del calendario. Está en el combatiente, con el pecho poblado de medallas, que imponiéndose a los achaques y con sus nietos de la mano, visita una y otra vez la necrópolis, para enseñarles de un hombre que fue hazaña y pensamiento, al tiempo que se empeña en la preservación de la memoria histórica, que «es defender el futuro de la obra de Fidel».
Está en las nuevas rutinas con las que aquí se arropa su recuerdo, como el paso vibrante y agradecido de los miles, con los nuevos a la vanguardia, que en peregrinación desde la Plaza de la Revolución Antonio Maceo hasta el cementerio, reeditan cada 4 de diciembre el último tramo de las honras fúnebres; en las vigilias de cada 25 de noviembre y en la filosofía de trabajo del territorio, donde cada resultado que tribute al bienestar del pueblo deviene el mejor ramo de flores que ofrendarle.
Se prolonga en los cientos de cubanos, de todas las edades, que llegan desde cualquier rincón del Archipiélago para honrar su huella; en el desvelo de esos, privilegiados entre millones, que lo cuidan en la intimidad de Santa Ifigenia; en el investigador que descubre y amplifica entre quienes no compartieron su tiempo, esas múltiples facetas que nos lo devuelven estratega, dirigente, visionario y amante del conocimiento.
Recientes aún los días intensos en que nos tocó imponernos a una pandemia, Fidel es tangible como nunca, pues emergimos salvados no solo por ese fruto de su genialidad que es la biotecnología cubana, sino porque también nos preparó para imponernos unidos y con nuestros propios esfuerzos.
En seis años la Cuba a la que Fidel consagró su vida ha enfrentado vendavales de todo tipo y su obra se renueva mientras pugna contra la saña recrudecida del mismo enemigo, ese que él supo vencer como nadie. Justo ahí, desde la vanguardia, sigue comandando la resistencia cubana. «Ayúdanos, Fidel…», clama la abuela y agita la penca en medio de la oscuridad total; «Si Fidel estuviera…», enfatiza el vecino mientras ensaya un análisis sobre el estado de las termoeléctricas o la producción de alimentos.
La Universidad de Oriente, la academia llamada a impulsar desde el conocimiento el progreso de la región, encuentra las motivaciones para celebrar su cumpleaños en reflexiones del Líder hechas hace unos 60 años, que de tan actuales se vuelven puntales de los desafíos de hoy: «…Y es lógico que defendamos con pasión nuestro derecho a la vida y nuestro derecho a crear…», y sus argumentos devienen espadas de magnífico filo para el combate de la verdad de Cuba en redes sociales.
«La vida de Fidel está en el triunfo cotidiano de sus ideas, y ese constituye el mayor monumento a su existencia», expresaba hace muy poco un joven profesor universitario santiaguero desde estas páginas, y develaba así las claves de su sobrevida.
Más allá de la rutina de una efeméride, Fidel es presencia cotidiana, emoción, gesto, ícono que estremece y conmina, y el ejército de agradecidos que conquistó a fuerza de entrega, bondad y justicia, sabe que su vida está en sus manos, particularmente en este Santiago agradecido y orgulloso de escoltar su grandeza.