Mirtha Ibarra, Premio Nacional de Cine 2025. Autor: Roberto Díaz Martorell Publicado: 16/04/2025 | 09:10 pm
NUEVA GERONA, Isla de la Juventud.— «Había hecho mucho teatro y siempre lo consideré como una valiosa escuela», comenta Mirtha Ibarra, premio nacional de Cine 2025, mientras reflexiona sobre los inicios de su carrera en el séptimo arte y las razones que la llevaron a dedicarse por completo a esta profesión.
Para ella, el teatro es ese espacio formativo que puede llevar a grandes logros en la pantalla grande, aunque ambos medios sean muy distintos.
«En el teatro trabajas con un nivel de proyección mucho más fuerte; estás frente a un público amplio y debes llegar a todos. Recuerdo haber actuado en el Mella, que es una sala muy grande. Esa dimensión te exige darlo todo físicamente. Pero el cine es diferente: hasta un parpadeo puede transmitir emociones profundas».
Después de años en las tablas, Mirtha decidió apartarse. El principal motivo: su carácter efímero, los actores teatrales solo dejan recuerdos intangibles. «Toda persona quiere perdurar de alguna manera, ya sea en una escultura, un mueble o en algo que permanezca. El teatro, en cambio, no deja rastro tangible; solo unas fotos y los recuerdos que se van».
En contraposición, destaca el cine como un medio en el cual las interpretaciones trascienden generaciones. Recuerda con especial cariño La última cena, su primera película. Aunque se trataba de un papel pequeño —con apenas unas líneas—, ya presentaba algunas lecciones vitales sobre el lenguaje cinematográfico.
«Fue Tomás Gutiérrez Alea, Titón (1928-1996), quien me introdujo en el mundo del cine y me guio durante la filmación, enseñándome desde el trucaje hasta cómo se enfrentaban los contratiempos en los rodajes».
A partir de ahí comenzó una colaboración artística que marcaría su carrera y su vida. «Cuando me dijo que volveríamos a trabajar juntos con un personaje adecuado para mí, depositó en mí una confianza absoluta que terminó siendo fundamental para mi desarrollo artístico».
Avanzando en las memorias, Mirtha recuerda algunas dificultades y dudas iniciales al compaginar su relación matrimonial con Titón y la labor artística que compartían. Una anécdota resulta especialmente emotiva: «Había una escena en la que yo quería repetir la toma porque me sentía insegura. Él insistía en que estaba perfecta, pero fui incapaz de aceptarlo. Al llegar a casa me dijo claramente: tienes que confiar en mí; esto no puede deprimirte. Y tenía razón».
Posteriormente, aquella película fue galardonada con premios que le confirmaron que estaba en el lugar correcto para brillar. Desde ese instante nunca más dudó de los criterios de quien siempre consideró un maestro. Con el paso de los años, nuevas pasiones han surgido en su vida profesional, como la escritura. «Después de la muerte de Titón me animé a escribir más; él siempre me decía que tenía talento, pero era perezosa», confiesa sonriente.
Así nació Neurótica Anónima, una obra que posteriormente adaptó, junto al actor Jorge Perugorría. El proceso creativo se nutre también de su amor por la lectura. «A veces una palabra encontrada leyendo me inspira y me lleva a desarrollar ideas o evocar escenarios que quiero plasmar».
Una carrera sólida y llena de satisfacciones
Mirtha Ibarra ha sabido convertir cada experiencia, tanto dentro como fuera del set, en una fuente para crecer artística y personalmente. Su recorrido del teatro al cine deja claro cómo ambas disciplinas le permitieron construir una carrera sólida y llena de satisfacciones, mientras sigue explorando nuevos caminos creativos con una pasión inigualable por el arte.
A partir de aquella experiencia inicial, su carrera en el cine despegó. Trabajó en diversas producciones internacionales en Cuba, Venezuela y España, entre otros países, siempre buscando personajes desafiantes y opuestos a su propia personalidad.
La entrevistada explica que no tiene rituales específicos para conectar con sus personajes, estudia detalladamente el guion y, en algunas ocasiones, se basa en personas que conoce cuyos rasgos o comportamientos reflejan las características del personaje que debe interpretar.
También incorpora frases u observaciones cotidianas a sus actuaciones, como lo aprendió de Titón, quien anotaba expresiones o diálogos espontáneos que escuchaba en la calle para luego usarlos en sus películas. Esta práctica le ha permitido darles un toque auténtico y único a sus roles.
En su extensa trayectoria ha participado en series y películas icónicas como Mararía (1998), Cuarteto de La Habana (1999), Fresa y chocolate (1993); y, aunque algunos títulos parecen escapársele de la memoria en este momento, su pasión por actuar sigue intacta, alimentada por un constante interés en reinventarse y profundizar en el arte cinematográfico.
Sobre su relación con las películas en las que participa, revela que prefiere no verlas inmediatamente después de terminadas para evitar una actitud excesivamente crítica ante su actuación.
En cambio, opta por esperar para disfrutar plenamente del resultado final. Este enfoque también lo reflejó en Neurótica Anónima, una obra cinematográfica que terminó titulándose Sin miedo a la vida, en homenaje a Juan Carlos Tabío. La vivacidad del relato transmite además el profundo respeto que tiene por el cine como medio de expresión y su compromiso con los más altos estándares creativos en el ámbito artístico.
A nuestros jóvenes
¿Hay algún consejo que le daría a las nuevas generaciones de cineastas y actores?, preguntamos: «Primero, leer mucho. Siento que esta nueva generación, siendo honesta, necesita más cultura. Nosotros somos una generación muy bien formada: teníamos clases de ballet clásico, gimnasia, técnicas vocales, música para interpretar si era necesario en algún musical, y, sobre todo, fomentábamos la lectura.
«Recuerdo que hacíamos competencias de lectura. Aunque nos mandaban a dormir temprano, cuando todos estaban acostados encontrábamos un rincón en la casa para leer, actuar y recrear escenas. Era un ejercicio constante de creatividad e imaginación.
«Hoy no percibo eso, por ejemplo, me entristece ver cómo se ha degradado la música con letras vulgares y ofensivas, en especial hacia las mujeres. Nadie regula esto; nadie se detiene a reflexionar sobre el daño que causa esa visión reduccionista de la mujer como un mero objeto sexual. Algunos dicen que son otros tiempos, pero no creo que eso justifique perder el respeto por la cultura».
En ese sentido, la Premio Nacional de Cine 2025 reflexionó cómo el papel del cine en la sociedad cubana actual debe ser el de nutrir espiritualmente al espectador. «Eso mismo trato de reflejar en mi reciente película. Enriquecer culturalmente debe ser uno de los principales objetivos del séptimo arte.
«Sin embargo, debo decir que aquí, en Isla de la Juventud, y durante el Festival Internacional de Cine Isla Verde, he encontrado una luz de esperanza. He visto una preparación muy bonita en algunos niños, a quienes se inculca la música, pero una música diferente».
Sobre el Premio Nacional de Cine 2025, acotó: «Creo que simboliza el recono-
cimiento a toda una carrera llena de esfuerzo y dedicación. He recibido muchísimos premios a lo largo de mi trayectoria provenientes de varios países, pero este tiene un valor especial porque honra todo lo que he trabajado y aportado al cine.
«Me siento muy feliz por ello. Mirando hacia adelante, quiero seguir creando y enriquecer al público con mis proyectos. Actualmente estoy escribiendo una comedia y buscando nuevas formas para expresar todo lo que he aprendido a lo largo de los años.
«Llega un momento en la vida en que tienes tanta experiencia acumulada y, sin embargo, sientes a menudo que te marginan. Por eso, decidí volcarme a escribir guiones. Quiero continuar dejando mi huella. Además, al recibir el premio pensé en Tomás Gutiérrez Alea. Fue un referente inmenso para mí y un pilar fundamental del cine al que siempre admiraré profundamente», concluyó.
Mirtha ha sabido convertir cada experiencia en una fuente para crecer artística y personalmente. Foto: Tomada de Cubacine