Ni Julian Assange ni Wikileaks pasarían inadvertidos en un recuento de los acontecimientos de los últimos diez años. El informático australiano se ha convertido en nombre recurrente pese a su compleja personalidad, que lo hace querido y odiado por igual: para algunos es paladín de la libre expresión, mientras otros lo consideran un hacker molesto que un día decidió publicarlo todo… o casi todo.
El artífice tras «una de las mayores filtraciones de información confidencial en la historia de EE. UU.», según clasifica el propio Pentágono, está ahora tras las rejas en Reino Unido, pero ya en Washington perfilan los carteles de Wanted, mientras Ecuador decide «lavarse las manos» tras siete años de asilo diplomático con lo que, paradójicamente, el actual Gobierno se las ha ensuciado más que nunca.
Para entender el caso Assange habría que remontarse a finales de 2009, cuando con la ayuda del exanalista militar Chelsea Manning (por aquel entonces Bradley), WikiLeaks hizo públicos 500 000 informes militares sobre las guerras de Irak y Afganistán; más de 250 000 cables diplomáticos estadounidenses; documentos relacionados con detenidos en la cárcel de la ilegal Base Naval de EE. UU. en el territorio ocupado de Guantánamo; videos de operaciones bélicas y fallos militares en territorios iraquíes y afganos, incluida la infame grabación conocida como Asesinato Colateral, que muestra el fusilamiento de un grupo de iraquíes civiles desde un helicóptero en Bagdad en 2007.
Prosiguió después un caso de búsqueda y captura internacional. En 2010 Suecia emitió una orden de detención europea por un supuesto caso de violencia sexual, en ese momento Assange fue detenido en Londres y puesto luego en libertad bajo fianza por la justicia británica.
En 2012, tras año y medio de esa medida, Reino Unido determinó que el periodista australiano había infringido las normas sobre libertad condicional y debía ser apresado. Assange pidió entonces asilo a Ecuador para evitar ser extraditado a Suecia, pues —denunció— si se entregaba a las autoridades suecas sería a su vez extraditado a EE. UU., donde podría enfrentar hasta la pena de muerte por las filtraciones del portal web.
Pero cuando el pasado jueves el Gobierno de Lenín Moreno lo entregó, se dispararon todas las alarmas. Ese mismo día, un juez británico lo consideró culpable de haber violado las condiciones de fianza, y en Suecia, donde la Fiscalía había archivado el caso en 2017, la abogada de la supuesta víctima, Elizabeth Massi Fritz, dijo que pedirán la reapertura del proceso, dado que uno de los delitos prescribe en 2020.
También el Departamento de Justicia estadounidense fue rápido en su accionar y pidió la extradición para juzgarlo por «conspiración para cometer intrusión informática». El equipo legal del programador «impugnará y luchará» contra la extradición a Estados Unidos, dijo a los periodistas su defensora británica, Jennifer Robison, y expresó además preocupación por su frágil estado de salud.
Por su parte, el redactor jefe de WikiLeaks, Kristinn Hrafnsson, aseguraba que Assange solo es culpable de «conspiración para cometer periodismo».
El exjuez español y coordinador de las defensas del australiano, Baltasar Garzón, aseguró que «las amenazas contra Julian Assange por razones políticas, la persecución desde Estados Unidos, están más vigentes que nunca».
¿Se cumplieron acaso lo que muchos consideraban las «paranoias» de Assange? No fueron pocos quienes lo tildaran de padecer «delirio de persecución» cuando hace unos meses dijo que desde Washington se gestaban en su contra cargos secretos o que dentro de la embajada era espiado desde hace un tiempo.
Lenín Moreno no dudó en tildarlo de «piedra en el zapato», ni en afirmar que como huésped ya era «insoportable», que había pirateado, por ejemplo, el internet de la sede diplomática luego de que le retiraron el acceso a la navegación. Pero probablemente, lo que le puede haber costado el asilo es la sospecha, casi confirmada por WikiLeaks, de que tienen en sus manos las pruebas de supuestas acciones fraudulentas y corruptas por parte del mandatario ecuatoriano.
El portal de filtraciones ha decidido difundir desde la captura de su fundador cientos de archivos que revelan información clasificada sobre Afganistán, Irán, Kenia, Siria, Kosovo, el FBI, la CIA, el ejército de Estados Unidos, entre otros; mientras el grupo de hackers Anonymous amenazó: «Liberen a Julian Assange o lo pagarán». La deep web y la dark web deben andar colapsadas, pero de momento solo quedan filtraciones inciertas hasta que se confirme el destino del programador que hizo públicos miles de documentos probatorios de lo que hasta entonces los implicados calificaban de especulaciones.