Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otra niña de porcelana

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Nunca nadie había insistido por tantas vías para localizarme. Timbres y llamadas perdidas al móvil revelaban una insistencia inusual. Pasadas unas cuantas horas, y después de una «cacería» angustiosa, del otro lado de la línea telefónica una voz masculina se presentó casi desfallecida. Pensó que sería otro intento en vano.

Era Osvaldo Camejo Leiva, un guantanamero de 35 años, guardafronteras, vecino de Imías y padre de dos pequeñas: Rocío y Anabel. «Al fin doy con usted. Deben haberle dicho que llevo días llamándola para cumplir con una promesa hecha a mi niña», fue su carta de presentación, suficiente para estremecerme. 

¿Cómo podía yo, a tantos kilómetros de distancia, satisfacer un compromiso tan serio? No entendí nada en ese segundo, pero poco a poco fui entrando en un estado de ebullición, entre el goce y la tristeza, y mientras iba comprendiendo su interés, sentí un orgullo enorme por una profesión como esta. 

Osvaldo había leído con detenimiento el reportaje La niña de «porcelana», publicado por este diario el pasado 11 de enero bajo mi firma. Conocía muy bien los padecimientos de Melany Correa Hernández, la protagonista de la historia que ese material contaba. Como la madre de la niña espirituana de ocho años de edad aquejada de epidermólisis bullosa (EB), Osvaldo también conoce de cerca el rostro de la EB, una enfermedad de la piel poco común en el orbe. 

Desde hace seis años este joven guantanamero, que sabe lo que son las noches de insomnio y de desesperación, busca todas las alternativas para aliviar cada síntoma del padecimiento que provoca que su más pequeño tesoro, Anabel Camejo Paumier, tenga una vida con muchas fragilidades.

«Periodista, queremos que nos ayude a contactar a Naylet, la mamá de Melany, para intercambiar experiencias en el cuidado de esta enfermedad. Desde que Anabel vio el periódico no para de decir que tiene una primita en Sancti Spíritus», me dice, mientras prosigue el curso de una conversación atípica, que de un lado y del otro se interrumpe por muchas preguntas.

Ambos confirmamos que las dos niñas tienen mucho en común. Ninguna se ha podido abrir al mundo, y disfrutarlo como cualquier infante de su edad. Pero ellas atesoran, como complemento a esas ausencias que a veces nos llevan a encarnar grandes desafíos de vida, un universo lleno de afectos familiares.

Melany y Anabel, que llegaron al mundo en noviembre, lo que en años diferentes, tienen rutinas y costumbres muy parecidas. Las dos saben cómo curarse  las heridas y reventarse las ampollas que les provoca la enfermedad; También suelen permanecer por largo tiempo en el baño, bajo agua hervida para hidratar la piel, y están durante la mayor parte del día dentro de un cuarto climatizado, ajeno a juegos estrepitosos.

 Después de sortear varios obstáculos, ya los Camejo Paumier cuentan con un hogar en buenas condiciones, gracias a la ayuda del Gobierno. Y la vivienda de Anabel, como la de Melany, se convierte en aula cada día.

Al hablar conmigo por teléfono, Osvaldo Camejo Leiva estaba cumpliendo una promesa, según me dijo. Y, justamente, su mayor interés y su mejor promesa serán siempre buscar a toda costa cómo prodigarle felicidad a una hija que, aunque aquejada de una extraña enfermedad, no ha dejado de soñar y crecer desde las honduras más emotivas.

A fuerza de afectos, Anabel poco a poco ha roto las fronteras reales que el padecimiento le ha impuesto. Encuentra amigos y emparenta ahora su historia con la de otros niños que viven en circunstancias similares a las de ella.

Mientras tanto yo, luego del susto inicial ante la rara insistencia telefónica, ando feliz por sedimentar un enlace entre dos niñas que, aunque distantes y cuidadas como la porcelana, se aprestarán desde ahora a correr sus universos y a mostrarle al mundo cómo se pueden superar en conjunto las fragilidades de la vida, cuando los cariños imperan y la buena voluntad ronda.

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