Adela y Cristina ya no son las mismas vecinas de antaño. Desde hace un tiempo, apenas se dirigen la palabra y cuando lo hacen, terminan «lanzándose» vocablos poco atractivos.
La declaración de guerra ocurrió cuando dos nuevos habitantes plantaron bandera en la placa de la vivienda de Adela.
Cristina, alarmada y molesta, se apegó a la ley e intentó hacerle ver a su par colindante que estaba cometiendo una violación, de acuerdo con el Decreto 272 del Consejo de Ministros, de 2001, sobre contravenciones en materia de ordenamiento territorial y de urbanismo.
Pero como dice una vieja canción, «el cuartico está igualito», y los pestilentes moradores de Adela siguen ahí. Tanto Cristina como una buena parte de los vecinos de la barriada espirituana sufren el mal olor, los chillidos a deshora y el temor gravitante de los múltiples daños que puede acarrear el hecho de convivir, a solo unos metros de sus domicilios, con los cerdos que Adela se empeña en tener en casa.
En Sancti Spíritus, como en el resto de las ciudades cubanas, la crianza de animales en entornos urbanos es un fenómeno que no se puede pasar por alto. Y aunque se sabe que ello significa una violación de lo establecido, hay tantas Adela como comentarios en torno a la prohibición de la tenencia de cerdos en los espacios concebidos preferentemente para la coexistencia de personas.
La medida, por supuesto, no llegó para borrar la fiel tradición de esa carne en la mesa cubana; ni para eliminar una de las formas de subsistencia económica legendaria de cientos de familias, ya que la mayoría de los cubanos la persigue en los mercados, aunque su precio suele resultar una pedrada para los bolsillos. Nació como necesidad para proteger a los seres humanos y sus entornos.
De acuerdo con estadísticas de la Comisión gubernamental que en el municipio espirituano es responsable de enfrentar las indisciplinas que afectan la situación higiénico-sanitaria desde el año 2014, fecha reconocida como inicio de la campaña para encarar la crianza de cerdos en las zonas urbanas, hasta la actualidad se han detectado más de 5 000 animales dentro del perímetro de la ciudad del Yayabo.
Aunque si se compara con la etapa anterior al inicio de las acciones que contrarrestan la ilegal actividad el número de animales es mucho menor, aún resulta frecuente su presencia en hogares citadinos, sobre todo en los consejos populares, más alejados del centro histórico.
Esa realidad quizá se deba a los bajos costos de las multas que se aplican, de acuerdo con el artículo 18 del referido Decreto 272, el cual estipula el pago entre cien y 300 pesos. En lo que va de año en la añeja villa espirituana más de 600 personas han sido multadas. Sin embargo, se sabe que no todas han desechado el hábito de la crianza.
Además de los «absurdos caprichos» que llevan a estas personas a incumplir con lo establecido, bajo la excusa de que no agreden a nadie y que con esos animales garantizan la comida de final de mes o el pago de alguna necesidad material, la complejidad del fenómeno transita por el inefectivo y poco sistemático enfrentamiento de quienes integran la Comisión gubernamental, que actúan según las denuncias y teniendo en cuenta las experiencias de los operarios en las diferentes áreas de salud.
Como debilidad de los equipos, no siempre, tras hacer la primera alerta a los criadores, regresan en el plazo estipulado de 72 horas para verificar si no existen y, de mantenerse, imponer la multa y ser testigos de que son erradicados. Esa mala práctica, junto a la complicidad de los vecinos, contribuye a la proliferación del animal en zonas sin condiciones.
Durante la primera etapa de la campaña, en la ciudad espirituana se obtuvieron mejores resultados, ya que se recorrieron minuciosamente todas las zonas que por su infraestructura facilitaban la cría porcina, al encontrarse más alejadas del centro de la urbe.
En 1982, con el Decreto número 110, recogido en la Gaceta Oficial de la República de Cuba, se estipuló que se deben tener animales a un kilómetro de áreas urbanas y suburbanas. Mas no fue hasta la llegada del período especial que se violó a todas luces con lo establecido.
Lamentablemente, aún hay personas con poca percepción de riesgo. Enfermedades gastrointestinales, propagación de moscas, roedores y, por ende, patologías letales, así como daños en las redes sanitarias al verter las heces del animal, figuran entre las nefastas consecuencias de la tenencia de cerdos en zonas no diseñadas para ellos.
El tema exige un trabajo más sostenido, tanto de la Comisión que nació para enfrentar la crianza del animal en las urbes, como de todas las personas involucradas. Y tienen que sumarse también las organizaciones y entidades de la comunidad. Se trata de una cruzada compartida, que nos corresponde a todos.
El hecho que tengamos que pagar en muchos lugares una libra de carne de cerdo a precios casi galácticos para la economía doméstica, no justifica que sacrifiquemos las condiciones higiénicas del lugar donde vivimos, el buen estado del ornato público y la salud ciudadana. Resulta una convivencia inadmisible.