No tienen prueba alguna, pero como hicieron hace diez años con Iraq, ya dieron su sentencia, que presentan como irrevocable: «El Gobierno sirio usó armas químicas». Se niegan a esperar los resultados de la comisión de expertos de la ONU que investiga en el terreno las acusaciones sobre el supuesto empleo de dicho armamento.
Funcionarios estadounidenses dicen que la autorización de Damasco a la pesquisa internacional llega «demasiado tarde», a pesar de que fue el propio ejecutivo sirio quien pidió en marzo pasado el concurso de Naciones Unidas para determinar la responsabilidad de ataques con gas sarín, de los cuales responsabilizaron a las bandas armadas. Los expertos arribaron a la nación levantina hace una semana, cinco meses después de dicha petición, y casualmente esos grupos, que buscan derrocar al presidente Bashar al-Assad, son quienes hablan de un incidente similar y culpan al Gobierno. Mientras, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia aúnan esfuerzos para una operación militar que podría comenzar dentro de dos semanas.
El interés puesto por Damasco en la investigación de la ONU hace presumir que el Gobierno no usó las armas químicas, por lo que, una vez más, las acusaciones estadounidenses podrían ser un farol para justificar una posición más dura contra la nación árabe. Si el republicano George W. Bush, jefe de la Casa Blanca hace diez años, hubiera actuado entonces con prudencia y aguardado por pruebas de que Sadam Hussein poseía armas químicas, no hubiese podido emprender su guerra contra ese país. Por tanto, esperar el veredicto de la comisión investigadora de la ONU en Siria podría desbaratar los planes bélicos contra Damasco, que por cierto vienen desde antes de la administración del demócrata Barack Obama.
A pesar de que Estados Unidos no puede hablar más que de presunciones —si tiene pruebas de que el Ejército Árabe Sirio empleó armas químicas, ¿por qué no las muestra?—, los movimientos de buques de guerra en el Mediterráneo, el despliegue de misiles cruceros, la disposición de aviones en distintas bases militares de la zona con la capacidad para bombardear fuera del alcance de la artillería antiaérea siria, y los constantes contactos militares con socios de la región como Jordania, Turquía, Arabia Saudita y Qatar, entre otros, evidencian la disposición a un ataque inminente que podría incluso adelantarse al plazo de dos semanas manejado por Washington, Londres y París, y comenzar el ataque este mismo jueves, según algunos reportes de medios estadounidenses.
En ello influyen las presiones de los sectores más conservadores y belicosos sobre Obama, que incentivan al jefe de la Casa Blanca a pasar por encima de una consulta al Congreso —como hicieron con las campañas de bombardeos contra Kosovo (1999) y Libia (2011)— y del propio Consejo de Seguridad de la ONU, al estilo de Iraq en 2003, cuando al no contar con el consenso para su invasión contra ese país, arremetió unilateralmente.
Hasta el momento, EE.UU. y sus aliados europeos y árabes no han tenido éxito en su cruzada contra Bashar al-Assad, y los grupos armados que hacen la guerra contra las fuerzas leales al mandatario sirio con financiamiento del exterior, operan en un escenario desfavorable desde el punto de vista militar. Por eso, en junio pasado, ante acusaciones similares sobre el uso de armas químicas, Washington abogó abiertamente por facilitarles pertrechos bélicos a estos grupos —ya lo venía haciendo en secreto a través de sus socios de la región. Pero el endurecimiento de la posición de EE.UU. contra Damasco no significó un cambio en el terreno militar; este sigue a favor del Ejército Árabe Sirio, que ha propinado duros golpes a sus enemigos, quienes abogan constantemente por la intervención de la OTAN para lograr el cambio de régimen en Damasco, como sucedió en Libia.
Por eso, ahora tampoco EE.UU. se reunió con Rusia en La Haya este miércoles, como acordaron ambas partes. El aplazamiento de Washington para la celebración de este encuentro, en vísperas de la fecha anunciada, y las posiciones de combate que está adoptando el Pentágono, dejan claro que la Casa Blanca da otro duro golpe a una salida política y negociada del conflicto sirio. Además, alienta a los grupos armados, para nada comprometidos con ese guión, a seguir optando por la fuerza y a esperar una intervención militar extranjera.
El ataque está listo. «Hemos desplazado los medios necesarios para cumplir con la opción que el Presidente desee tomar, estamos listos para actuar al instante», dijo el secretario de Defensa, Chuck Hagel, en una entrevista el lunes a la BBC.
Lo único que pareciera un escollo es la opinión pública del pueblo estadounidense. Según un sondeo de Reuters/Ipsos, alrededor del 60 por ciento de los estadounidenses considera que su Gobierno no debe inmiscuir a la nación en el conflicto sirio, mientras que solo el nueve por ciento está a favor de que Obama actúe.
Pero, ¿acaso eso importa?
La pregunta hoy ya no es si Obama dará la luz verde a una guerra multinacional contra Siria, sino cuándo la dará.