Gracias al desarrollo continuado de la cosmonáutica soviético-rusa (¿qué diría Yuri Gagarin?), Garriot ingresó hace unos días al parnaso de los privilegiados que han visto la Tierra desde las vastedades infinitas, «copérnicamente», desde que el héroe soviético transgrediera en 1961 la gravitación terrenal.
Ya con Garriot son seis los turistas —«billetudos» a escalas cósmicas, por supuesto— que se convoyan en los avanzados experimentos científicos en una plataforma orbital, desde que en el 2001 Dennis Tito saciara sus irrefrenables caprichos viajeros (¡Qué Atenas ni esfinge de Gizeh ni Londres! ¡A mí la Tierra me queda chiquita!).
Y a lo que ha sido un avance de la ciencia y la tecnología para explorar los enigmas del espacio, se ha ido incorporando la mercadotecnia, la gozadera y las lentejuelas de la notoriedad. Más polvo de estrellas de Hollywood que de los propios e ignotos astros.
Garriot descendió de la cápsula Soyuz en Kazajastán (¡cuántos kazajos con problemas para el viaje diario de la sobrevivencia!). Y allí estaba esperándolo su padre, Owen Garriot, ex astronauta de la NASA en los ‘70 (Oh, Tierra Viento y Fuego...) Richard tuvo descansadas y ligeras palabras, del clásico viajero con playera de palmeritas que retorna del Caribe en un lujoso crucero: «Me siento muy bien. La vuelta ha sido muy suave... Qué máquina tan magnífica... Esto ha sido una experiencia cumbre...». Y cuando su padre lo vio rozagante, y le preguntó cómo tenía tan buen aspecto, respondió: «Porque estoy fresco y listo para volver».
Sí, Garriot, el magnate de los videojuegos en Estados Unidos, tiene ínfulas de adelantado conquistador. Recientemente confesó que aspira a comprar un terreno en la Luna, una especie de conuquito sideral que le dé la primacía, como a un Diego Velázquez de la postmodernidad.
No es fortuito que Garriot junior pertenezca a la mesa directiva e inversionista de Space Adventures, la firma estadounidense que ha contratado vuelos con interés turístico a bordo de naves espaciales rusas.
Y todo eso se promueve en un mundo que ya semeja una granada desprendiendo su espoleta con la crisis financiera, las guerras, la matanza por el petróleo, los deshielos árticos y la hecatombe ecológica. Ahora andan estos elegidos con el sospechoso negocio del turismo cósmico, una ofensa para miles de millones que no pueden levantar su destino desde las catacumbas de la sobrevivencia.
Entre el 2009 y el 2011 deben comenzar regularmente los tour al cosmos. Y ya ágiles empresas están afilándose los dientes, desde las transportistas hasta las hoteleras-orbitales, con paquetes turísticos para extravagantes deseos. Ya los diseñadores de vestuario de Hollywood están haciendo pespuntes de imaginación, para abastecer a las expediciones de atractivos atuendos cósmicos.
Y para conmiseración con los terrenales atados a la Ley de Gravitación Universal de Isaac Newton, que nunca surcarán el espacio ni muchas esperanzas, la NASA ha ideado un consuelo de mercadotecnia: usted puede solicitar que su nombre y apellidos giren en la órbita terrestre, grabado en el microprocesador de un satélite llamado Gloria. Excelente oportunidad para grafitis cósmicos de esos ególatras fracasados que firman las paredes de urinarios y troncos de árboles.
Al final, uno sospecha siempre de los poderosos. Viendo como está el planeta —no hace falta ir al espacio para percibir su decadencia— se llega a pensar que todas estas elevaciones y distancias que empiezan a tomar... son coartadas para escapar y prevalecer cuando estalle la frágil burbuja de la Tierra. ¿No serán los elegidos en el espacio, mientras nosotros, con los zapatos enlodados de tanto sufrimiento, nos hundiremos solo con los sueños y la imaginación de Julio Verne?