Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los peligros del «marabú»

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Un experimentado reportero, Alexis Rojas, me escribió desde Holguín para proporcionar ciertas recetas de cómo aniquilar el marabú, ese terrible arbusto con nombre deslumbrante que anula nuestras tierras. Y yo le agradezco que haya puesto en bandeja —más bien en el surco del debate— tema tan actual. Porque sus sabios consejos para combatir al bandido de la vegetación criolla, concitan otras asociaciones con las realidades del país, dignas de comentar.

Alexis alertaba, porque tras las críticas de Raúl acerca de la infectación del campo cubano con esa ociosa planta y otras malezas atribuibles a los hombres, la sociedad y la economía, ahora vienen a remolque, como carretas tras los bueyes, muchas diligencias febriles. Ahora se desatan los maratones de quienes pretenden extinguir súbitamente y por decreto, lo que antes no distinguían, o no querían ver, a paso presuroso por las carreteras y caminos de la Isla.

El «marabúlogo» de Alexis es pródigo en consideraciones técnicas útiles para los agrónomos y hombres de campo: Sintetiza la tríada que debe presidir la guerra definitiva contra el marabú o aroma (ojo con la palabra definitiva) en ir a la raíz del mal, con disciplina y sistematicidad.

Y catapultándome de la agricultura a la economía y la sociedad cubanas en general, cuando percibo tantos «marabúes» que entorpecen el avance y el progreso de nuestro socialismo y enconan malignidades, concluyo en que muchos de los problemas de nuestra amada Cuba y su noble proyecto social tienen que ser solucionados eliminando de raíz las causas estructurales y funcionales que los originan, y no buscando en el botiquín social y económico remedios, parches y curas emergentes.

Sin absolutizar, este observador y participante, con todos los compromisos que entraña el ser y el estar, percibe que muchas veces vamos a la zaga de las dinámicas de la realidad, copando aquí y allá, dislocándonos, yendo de un extremo a otro. Presiento que debemos definir a qué aspiramos, cuál es el socialismo que pretende Cuba en el mundo de hoy, atenazada como está por un bloqueo imperial peor que el marabú en persistencia y propagación, pero también cimentada en sus reservas internas.

Seguro estoy que la intuición histórica mayoritaria del cubano es salvar el socialismo, pero con las necesarias transformaciones que lo hagan más eficiente, sostenible y pleno, en la ancestral lidia que él tiene con ese viejo soberbio y astuto que es el capitalismo, ese camaján con agallas para siempre readaptarse. Para ello no bastan las buenas intenciones y las consignas, si no se cura de raíz lo que nos impide avanzar.

Sin pretender la verdad universal, y mucho menos creerme un analista ni dar lecciones a quienes tienen más visión estratégica y deben trabajar en los rumbos y escenarios futuros del país, este cubano pensante considera que el socialismo cubano está obligado con urgencia, sin otra alternativa, a demostrar su eficacia y eficiencia en el ámbito económico, como base sobre la que se reconstruyan los paradigmas sociales, morales, políticos e ideológicos de la sociedad.

Marxistas que somos, debemos resolver los acuciantes problemas del agro y la producción, y desatar las fuerzas productivas para poder curar el alma de la nación de las laceraciones que ha sufrido, pero que no la han infectado mortalmente. Hay mucha reserva moral y política en esta Cuba.

Desde la ventana donde me asomo a la compleja realidad, no titubearía en afirmar que uno de los retos trascendentales para el socialismo cubano hoy es realizar las transformaciones estructurales requeridas para rescatar la Ley de Distribución Socialista, aquello de: De cada quien según su capacidad, a cada cual según su trabajo. Lo más urgente es recuperar la figura del trabajo, y conferirle más potestades a la empresa y al sujeto económico, el ser humano, para que reconcilien los resultados de su labor con sus posibilidades de ingresos, bienestar y desarrollo, y el progreso del país. De ahí se deriva todo lo demás: con flexibilidad y sensatez, sin aventurerismo que comprometa nuestros destinos.

Eso es lealtad con el socialismo, un socialismo de siglo XXI en Cuba que debe revisar en el camino lo que debe ser cambiado, lo que es inviable e insostenible. Fortalecer ese socialismo no es aferrarse a experiencias del pasado ya superadas, sino, con los pies bien puestos en la tierra, y el corazón en la mano, mirar hacia el futuro. De lo contrario, la plaga de ciertos «marabúes» va a ir haciendo pasto en nuestra entrañable tierra.

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