Las dramáticas situaciones vinculadas al nacimiento y existencia de nuestra República en Armas, deben ser estudiadas con rigor y extraer lecciones de sus glorias y también de sus debilidades, y hacerlo con amor hacia los padres fundadores.
Resulta muy elocuente que Martí haya escogido, 23 años más tarde, el 10 de abril de 1892, para fundar oficialmente el Partido Revolucionario Cubano, organización política que era el alma de la Revolución. La idea de un partido para dirigir la revolución tiene profundas raíces en el pensamiento y la acción de José Martí y, como ha dicho Fidel, el Apóstol no organizó varios partidos, sino uno solo, el de la independencia. El partido como crisol para la unidad de todos los patriotas, el partido contra la anexión y antiimperialista, el partido para contribuir también a la independencia de Puerto Rico, el partido para fundar la república con todos y para el bien de todos. Y ese valioso legado político y ético de la nación cubana quedó ensamblado en nuestro socialismo con las ideas que representan Marx, Engels y Lenin.
Esta tradición jurídica y ética constituye un sello original de la cultura de la nación cubana, que Martí representa en su grado más alto y que Fidel heredó y enriqueció.
En nuestra cultura, la ética constituye el principio rector de la política y nos conduce a destacar el papel de la educación en el desarrollo y fortaleza de la civilización. Eso se traduce en la correspondencia entre el decir y el hacer, en la honestidad como norma de conducta ciudadana, en la toma de partido por los desposeídos no solo de Cuba sino a escala universal.
Martí, hombre profundamente ético decidió, sin tener preparación ni condiciones físicas para las acciones militares, encabezar la guerra necesaria, humanitaria y breve que él había organizado y convocado.
Tras firmar en Nueva York con Enrique Collazo y Mayía Rodríguez la orden de alzamiento en Cuba, el 30 de enero de 1895, parte para Santo Domingo a reunirse con Máximo Gómez a ultimar los preparativos del alzamiento que tendría lugar el 24 de febrero. Redacta y suscribe con Gómez el Manifiesto de Montecristi, el 25 de marzo, y tras complicadas gestiones para el traslado a las inmediaciones de las costas cubanas logra desembarcar, tres años después de haber fundado el Partido, el 11 de abril de 1895, junto con Gómez y un puñado de valientes por Playita de Cajobabo. Martí describe así, en el Diario de Campaña, lo sucedido aquel día:
11.—bote. Salimos a las 11. Pasamos rozando a Maisí, y vemos la farola. Yo en el puente. A las 7 1/2, oscuridad. Movimiento a bordo. Capitán conmovido. Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan de popa. Nos ceñimos los revólveres. Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras. La Playita (al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. (...)(1)
Así, el Apóstol pisa tierra cubana con la dicha grande de participar personalmente en la contienda por la independencia de su amada Cuba y como prueba irrefutable de su fidelidad a aquella sentencia suya: Hacer es la mejor manera de decir.
(1) José Martí. Diario De Cabo Haitiano a Dos Ríos. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. 1991, tomo 19, p. 215