Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ortografía caprichosa

Autor:

Julio Martínez Molina

Que entre el sentido de la vista y la correcta apropiación de una ortografía confiable existe una relación indisoluble, es un hecho irrefutable a estas alturas, a diferencia de décadas atrás, cuando la ortodoxia educativa establecía, sin variación, que solo sabiéndonos las reglas, encontraríamos la piedra filosofal para escribir bien.

Todo lo relacionado con el tema ha sido por lo general históricamente discutible. No más pensar que excelsos nombres del panteón literario latinoamericano han confesado que tuvieron malísima ortografía, lo que permite reflexionar sobre las sinuosidades del asunto.

Pero, ese hecho al margen, lo que sí parece estar claro hoy es que lo que la retina mira el cerebro casi siempre lo guarda; y de la lectura se establece un proceso cognoscitivo de memorización que ayuda al individuo tanto como todas las reglas del español sentadas en un pupitre a su lado.

Si el colega Alexis Schlachter tiene un programa nombrado Geografía caprichosa, otro profesional bien pudiera mantener un espacio bajo el título Ortografía caprichosa. Y así podría ayudar en su tarea de búsqueda de barrabasadas a Marcos, el conductor de Los amigos de Pepito.

Blanco de mofas recurrentes de los comediantes cubanos, los gazapos y entuertos lingüísticos se encuentran a montones, de cabo a rabo del archipiélago. De los yerros no se escapa institución alguna, sea su utilidad social, de índole gastronómica o incluso hasta cultural.

Un año con una columna semanal en este espacio no bastaría para consignar las barbaridades con que nos topamos a diario en paredes, postes, tablillas de sitios de expendio, mostradores y un sinnúmero de lugares que en última instancia plantean una interrogante de rigor: ¿Cómo es posible que en este país, el de mayor nivel de instrucción general de Latinoamérica, suceda algo semejante?

La respuesta quizá guarde relación con que tales tareas son encomendadas a quienes menos facultades tienen para cumplirlas. O sea, que de los anuncios no se encarga el más capacitado, pues ese está para mandarlos a hacer.

Ya en este mismo periódico, años atrás, se hizo un comentario crítico en torno a las películas que nos llegan subtituladas del exterior. Pero ahora el asunto rebasa estos productos «de letricas importadas». Téngase el trabajo de leer los créditos de algunos programas, para ver cuántos acentos desaparecen de su lugar, cuántas terminaciones inconclusas o letras tragadas descubrirá.

Es hora de que se examine con más detenimiento el tema dentro del medio. Tales errores no solo denotan ausencia de instrucción, sino falta de tacto para discernir que hay miles de ojitos que los están captando, y ven incoherencia entre lo que les enseñan en la escuela y lo que les muestra la televisión.

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