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A un año de la catástrofe

Autor:

Juventud Rebelde

Cuando la nave de Cubana de Aviación aterrizó en el aeropuerto internacional de Islamabad, la capital de Paquistán, el 14 de octubre de 2005, los trabajadores de esa institución desconocían quiénes eran los hombres y las mujeres a quienes observaban desde tierra con un asombro inaudito. Había ocurrido una leve equivocación, y por ese lugar no eran esperados.

¿De dónde son?, ¿qué han venido a hacer?, ¿de cuán lejos vienen? Seguramente se formularon muchas de esas preguntas y otras, cuyas respuestas encontraron con el paso del tiempo.

Detrás de aquella ayuda solidaria a causa de un devastador terremoto —ocurrido en las primeras horas del sábado 8 de octubre, cuando miles de personas murieron en pocos minutos y otros cientos quedaron atrapados bajo los escombros— se encontraba la voluntad de un gobierno humano y sensible ante el dolor de otros.

Así la ayuda fue incrementándose, y lo que en esos primeros días hicieron 87 personas, llegó a multiplicarse hasta alcanzar la cifra de más de 2 000, entre personal médico y paramédico.

A un año de la catástrofe y de la llegada, cuando los cubanos comenzaron a descubrir una tierra noble y llena de encantos, retomar esos recuerdos es casi imprescindible.

Muchas veces las autoridades de Paquistán reconocieron que pasarían muchos años, ¡pero muchos! para que las presentes y futuras generaciones de paquistaníes olvidaran las páginas de heroísmo cotidiano que compatriotas nuestros dejaron para la historia en esta nación.

Sin embargo, hoy habría que sumar a esas palabras otras similares, pues transcurrirá mucho tiempo, ¡pero mucho tiempo! para que quienes trabajaron allí con sentimiento y pasión, con entrega y altruismo, olviden a ese pueblo de pastores, que vive en altísimas montañas, como magistralmente lo definiera Fidel.

Las inolvidables montañas de los Himalayas, las carreteras peligrosas, los deslaves, las breves sacudidas, el frío y el calor intenso, las tiendas de campaña convertidas en hospitales y en albergues para el descanso, la tierra semiárida, los ríos secos, los manzanos deshojados, y el inconfundible amarillo de la Cachemira paquistaní, serán imágenes jamás borradas para quienes tuvimos la dicha y el honor de llevar hasta lo más recóndito de ese norte la necesaria ayuda.

No quedarán tampoco en el olvido los rostros de esos niños amputados, que luego andaban y desandaban por sí solos gracias a nuestra colaboración médica, y a la inteligencia y dedicación del personal de rehabilitación, tanto de allá como de aquí, en Cuba.

No olvidaremos jamás la triste mirada de Shazia Bibi, la niña que prematuramente tuvo que convertirse en madre; la de Fara, la joven que después de una breve pero intensa estancia en Cuba atravesó casi todo el norte de Paquistán hasta llegar a su campo de refugiados llevando en sus manos una hermosa banderita cubana, y la satisfacción de poder caminar gracias a una prótesis.

No olvidaremos jamás los rostros agradecidos, las manos llenas de frutos secos en señal de retribución, las imágenes de niños, mujeres y hombres que lo perdieron todo, incluso a familias enteras, y para quienes los cubanos se convirtieron en «los enviados de Alá».

En todos y en cada uno de quienes vivimos esa experiencia maravillosa quedarán de por siempre las desgarradoras imágenes de Balakot —la llamada ciudad perdida, convertida luego del 8 de octubre en un amasijo de polvo, piedras y acero—; la lejanía del frío Jared, y del intrincado Ghanool, o lo misterioso de Kahuta, uno de los lugares más distantes de Islamabad, a tan solo cinco kilómetros de la India, pero hasta donde nuestro personal de salud llevó su sabiduría y sentido de lo humano.

No en balde, en la ceremonia de condecoración a médicos cubanos que presidió el general Pervez Musharraf, durante la XIV Cumbre de los No Alineados, quedó explícitamente reconocido el espíritu de compasión y preocupación mostrado en el momento del desastre. «Nosotros en Paquistán creemos que el gobierno y el pueblo de Cuba no se detuvieron a preguntar por quién doblan las campanas. Escucharon, y respondieron magníficamente».

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