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AMLO, a un año de su triunfo electoral

Queda trecho para que se consume la Cuarta Transformación, pero México camina hacia ella

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Andrés Manuel López Obrador no ha defraudado al México profundo aunque, obviamente, esté aún al inicio de lo que él ha llamado la Cuarta Transformación.

Por eso, a un año de su toma de posesión son más los aplausos que las críticas; pero todavía tendrá que bregar para cambiar todo lo que se ha propuesto antes de que acabe el sexenio.

La rapidez y radicalidad con que ha puesto en vigor muchas de sus promesas de Gobierno, da cuenta de la firmeza de esos deseos, reconocida en las voces de las miles de personas que se reunieron el lunes en el Zócalo, en la capital, para escuchar su primer informe de rendición de cuenta. Fue una relatoría concisa porque estuvo exenta de retórica pero extensa, en correspondencia con lo que ha hecho.

«¡Sí se pudo!», corearon las personas cuando López Obrador inició el recuento.

Según él mismo afirmó, se han echado a andar 78 de los cien compromisos que adoptó al llegar a la presidencia y, por tanto, se siente optimista. Es bastante, sin contar el equilibrio que ha aportado a la región, la política juarista de respeto al derecho ajeno, que es su sino en materia exterior. 

No le faltan, desde luego, detractores, y hasta se han reportado algunas movilizaciones en contra de medidas como el cierre de la construcción del aeropuerto de Texcoco, como parte de su esfuerzo por un país austero.

Pero quienes lo respaldan siguen siendo más. Los sondeos más favorables a su gestión le adjudican una popularidad del 80 por ciento y, los menos, cifran ese respaldo en un 65 por ciento, lo que sigue siendo suficiente para proseguir su programa, y hasta estimulante.

Tales números exhiben que Obrador ha logrado aglutinar en su entorno a más mexicanos durante este año, pues ganó las elecciones con el 53 por ciento de los votos.

Lo más reciente del cumplimiento de su programa ha sido la salida a las calles de la recién estrenada Guardia Nacional para que en lo adelante se vele por el orden sin cometer excesos. Sus 70 000 miembros patrullan las calles mexicanas desde hace dos días. A ellos pidió honestidad y justeza.

Sus primeras medidas fueron contra la corrupción, cuando recién investido eliminó todos los gastos en asuntos fatuos y superfluos de los funcionarios públicos, empezando por el ejecutivo, a lo que sumó el cierre de oficinas que consideró innecesarias y la venta de aviones y helicópteros de uso exclusivo del ejecutivo.

Todavía le queda por hacer en esta esfera; sin embargo, AMLO aseguró en su discurso que este año termina de arrancarse «el régimen corrupto», y se acaban de sentar las bases para las transformaciones.

La lucha contra la corrupción era, precisamente, lo más urgente cuando llegó, toda vez que se ha propuesto paliar la pobreza con lo recaudado de la eliminación del flagelo.

Mas Andrés Manuel no se ha encomendado solo a ello. Sabe que eso solo, no resuelve.

Posiblemente sus pasos más importantes estén en las dos esferas cardinales para cualquier Gobierno. Una de ellas es, precisamente, la justicia social, en cuya búsqueda ha instaurado planes educativos y laborales especiales para los niños y jóvenes y ha duplicado la pensión a los jubilados, sin olvidar el desarrollo del relegado sur del país, donde instaura planes para revitalizar el campo y se ha propuesto un proyecto que ilusiona: el Tren Maya, que recorrerá las ruinas arqueológicas precolombinas de cinco estados del sudeste para potenciar no solo el turismo, sino también la economía.

Tiene, desde luego, asuntos a los que aún debe entrar con la manga al codo pues no se alcanzan por decreto, toda vez que son resultado del propio entorno socioeconómico y político en que ha vivido México por décadas.

Uno de ellos es la erradicación de la violencia, que él reconoce tiene semilla primigenia en aquella desigualdad, y se llegó a entronizar y ligar con capas corruptas de la misma institucionalidad, razón por la cual, la impunidad se ha enseñoreado.

El otro asunto pendiente y mencionado por él, es el acceso a la salud, que AMLO pretende sea universal y gratuita.

De nueva cuenta, aunque también estaba en su programa de Gobierno, le ha caído «del cielo» de Estados Unidos la urgencia de atender el problema de la migración ilegal, que ha convertido a su país en puente gracias al llamado «sueño americano» y la pobreza de Centroamérica mientras, en contraposición, Estados Unidos le pone cada vez más cerrojos a sus puertas.

Las presiones de Donald Trump, que amenazó el mes pasado con aumentar los aranceles a los productos mexicanos que entran a su mercado si la llegada de migrantes a su frontera sur no era detenida por México, forzó un acuerdo cuyos propósitos estaban ya en la agenda de AMLO… pero no con esta inminencia y la Espada de Damocles sobre su cabeza.

Sin embargo, la valoración del Presidente mexicano dos semanas después del acuerdo impuesto por el chantaje de Washington, es positiva, a pesar de que su país es el que ha tenido que desplegar la guardia en el territorio nacional para frenar a los indocumentados, y el que los atiende para que no queden —en tanto esperan una respuesta de EE. UU. a su solicitud de asilo—, desamparados.

En tal sentido, AMLO ha empezado a implementar su plan de ayuda a los países centroamericanos para que los ciudadanos de esas naciones no se vean empujados a emigrar. En ese propósito, México destina ya millones de dólares en respaldo a El Salvador.

Pero es un asunto que su país ha debido atender sin Estados Unidos: la Casa Blanca presidida por Trump, otra vez se desentiende.       

Ha dado muestras Obrador de su voluntad política de cumplir con un México al que ha prometido cambiar en solo seis años, pues ha dicho que no se va a reelegir.

Esperemos que ese tiempo sea suficiente.

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