El San Ernesto de La Higuera boliviana. Autor: Yoerky Sánchez Cuéllar Publicado: 11/11/2017 | 09:21 pm
Tomó en sus manos la guitarra y dijo: «Yo necesito cantar mi canción aquí». Entonces, hasta el pequeño lavadero donde hace 50 años cobardes asesinos tendieron el cuerpo del Che llegaron hombres y mujeres que entonaron, en una sola voz, Son los sueños todavía, el emblemático himno guevariano de Gerardo Alfonso.
En cada estrofa vibraba la confirmación absoluta de que el Comandante guerrillero no murió, permanece vivo (como no lo querían). Quienes lo pusieron en ese rincón, le cortaron las manos y cavilaron, incluso, exhibir su cabeza como trofeo de guerra, apenas podían imaginar que este nuevo libertador de América sería un eterno nacedor. Medio siglo después, desde el mismo hospital de Malta, en Vallegrande, el trovador recordaba que «el amor es eterno», porque «el dolor no ha matado la utopía».
Gerardo Alfonso interpreta Son los sueños todavía, en la lavandería del hospital de Malta
Como dardos de fe contra los traidores, en las paredes del sagrado sitio los escritos evocan la certeza de un Guevara victorioso, con el pecho lanzado a la esperanza. Viajeros de todas partes colocan una frase, un pensamiento, un recuerdo para el héroe, desde el lugar donde permaneció con los ojos abiertos en ráfaga de luz contra sus criminales captores. En lo más alto sobresale la poesía de Guillén, con los trazos del equipo de científicos que descubrió e identificó sus restos: «Y no porque te escondan, porque te disimulen bajo tierra/van a impedir que te encontremos».
Cuando las cuerdas de la guitarra parecían tensarse, mientras el cantor tomaba la inmensidad del Cono Sur para darle fuerzas a su voz, allí estaba nuevamente el doctor Jorge González, «Popy», quien dirigió aquella intensa búsqueda, para decirnos que hay que recordarlo sin lágrimas, porque él sigue luchando y su espíritu rencarna en cada ser humano que sienta en su mejilla el golpe dado a la mejilla del otro.
Ronal Hidalgo, el segundo secretario de la Juventud Comunista, tomó en sus manos un pincel y puso en la pared ¡Vivo, Che! El resto de la delegación también dejó su huella. Yo coloqué mi firma y, sin pedir permiso, las iniciales de varios amigos. En ese momento mi pensamiento fue para Fidel: también escribí su nombre.
Minutos después, en las afueras de la lavandería, encontramos a Susana Osinaga, la mujer que recibió el encargo, como enfermera de turno, de lavar el cuerpo exánime del guerrillero. Susana tenía entonces 34 años, no conocía a quien bañaba ni podía comprender la luz de aquellos ojos empecinadamente abiertos. Aún no le habían arrancado las dos manos. Buscó agua, jabón y toalla para limpiar su piel y le colocó un nuevo pijama.
Susana Osinaga, al enfermera que lavó el cuerpo del Che
Con el tiempo lo entendió todo y aquel acto marcó su vida. Al vernos, apenas pudo pronunciar palabras, pero con un abrazo supo reconocer las gracias.
A pocos metros, una feria de salud confirmaba que los sueños del Comandante de América resurgen convertidos en hermosas realidades. Profesionales de la Isla y de la hermana nación levantaban carpas para consultas médicas y ofrecían sus servicios de modo gratuito, en un gesto pleno de amor que los pacientes agradecían desde la humildad lugareña. Entre los presentes podía verse a la ministra boliviana de Salud, Ariana Campero, una joven graduada de la Escuela Latinoamericana de Medicina, idea de Fidel que expande salvación por el continente.
«Nuestro proceso de cambios, liderado por el presidente Evo Morales, es una continuidad de la lucha del Comandante Guevara», afirmaba la Ministra al inaugurar la Feria, un programa que abarcó cerca de 12 000 atenciones sanitarias en localidades por donde hace 50 años pasó la guerrilla.
La coordinadora nacional de la brigada médica cubana en Bolivia, la doctora Yoandra Muro, agregó que en esta ocasión se sumaba un centenar de colaboradores cubanos, de 26 especialidades. Seguían así el camino trazado por el joven Ernesto.
Catorce representantes de la salud cubana trabajan permanentemente en Señor de Malta. Uno de ellos, Rodney Reyes Ayala, de 38 años, considera un privilegio cumplir misión en estas tierras como enfermero intensivista. «Es un sueño realizado», dice, mientras su mirada se pierde en las alturas que rodean a esta provincia del departamento de Santa Cruz de la Sierra.
Después de recorrer el hospital llegamos hasta el sitio donde permanecieron sepultados por 30 años los cuerpos guerrilleros, en áreas cercanas a la vieja pista de aviación. Más de 80 versiones existían sobre el lugar donde ocurrieron los enterramientos. Durante mucho tiempo se especuló que el cadáver del Che había sido incinerado y las cenizas lanzadas desde un avión sobre las montañas. Otros afirmaban que estaban en un cuartel de la CIA en Estados Unidos o en una base militar de ese país en Panamá.
La derecha oligárquica hizo todo lo posible por evitar su hallazgo, y estuvo a punto de expulsar a quienes cumplían la misión de encontrar los restos. Incluso, enviaron a Bolivia al agente de la CIA Félix Rodríguez, uno de los asesinos, para que mostrara un lugar en dirección contraria al que tenían ubicado los científicos. Mientras más se acercaba el esperado momento, la presión se hacía más fuerte. Pero no pudieron impedirlo, y el 28 de junio de 1997 la noticia le daba la vuelta al mundo.
Allí existe hoy un pequeño museo. A su alrededor crecen árboles sembrados por los familiares del Che y por dignos visitantes. Una muestra más de que su ejemplo continúa forjando raíces.
Ícono de todos los tiempos
Desde todas las geografías, miles de personas arribaron a Vallegrande para las actividades de homenaje por el aniversario 50 de los sucesos de 1967. Invitados especiales, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, los hijos del guerrillero y dos de los sobrevivientes de la gesta en Bolivia: Harry Villegas, «Pombo» y Leonardo Tamayo, «Urbano». Además, se encontraba allí Ramiro Guevara, quien con solo 40 años es el hermano menor del Che.
Llegaron también hasta el lugar intelectuales, luchadores sociales, activistas de movimientos políticos, todos con un mensaje de lucha y unidad para la victoria de los pueblos del Río Grande a la Patagonia.
Según el historiador y periodista boliviano Carlos Soria, unir tantas voces fue posible porque «la figura del Che emerge como un emblema mundial, más allá de las fronteras de Cuba y de América Latina. Su imagen es enarbolada en diversas circunstancias, como parte de la respuesta del Tercer Mundo a los desmanes del poder imperialista, lo mismo que al interior de los conflictos sociales, en un mundo desestabilizado por la aplicación de políticas neoliberales».
Reunidos en torno a su figura, cerca de 200 comunicadores recordaron que el Guerrillero Heroico procuró siempre los medios para interactuar con el pueblo, porque otorgaba valor supremo a la información. Destacaron, además, su papel como fundador de la agencia de noticias Prensa Latina y reafirmaron la necesidad de desarrollar en el continente una comunicación contrahegemónica, basada en los pilares del pensamiento guevariano.
Atilio Borón, destacado politólogo argentino, expresó en uno de los talleres que al Che no se le puede ver como un ícono del pasado, sino como alguien que tiene mucho que decir en el presente y el futuro, mientras jóvenes de Venezuela llamaban al respeto de la soberanía de su país y expresaban su respaldo a la causa bolivariana y al presidente Nicolás Maduro, para ser coherentes con las ideas del precursor del hombre nuevo.
En los debates también se condenó el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba por casi 60 años y la ocupación del territorio ilegalmente usurpado en Guantánamo, así como la presencia de bases militares en la región, además de los intentos de criminalizar las protestas sociales en América Latina.
Al término de los encuentros, Antonio Santana, vicepresidente del Consejo de Iglesias de Cuba, aseveró que la mayor inspiración quedaba en la fe, vista como una fuerza y un compromiso con la vida, que cobran sentido en la visión humanista del héroe Comandante y en su lucha por un mundo mejor y más justo, un mundo que entre todos es posible construir.
Camino a La Higuera
8 de octubre, y también domingo, como en 1967. Antes de emprender camino a La Higuera, busqué lo que escribió el Che en la última página de su diario en Bolivia, el día 7:
«Se cumplieron 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente (…) El Ejército dio una rara información sobre la presencia de 250 hombres en Serrano para impedir el paso de los cercados en número de 37 dando la zona de nuestro refugio entre el río Acero y el Oro. La noticia parece diversionista».
El camino hasta La Higuera
El recorrido hasta el pequeño pueblo, ubicado a más de 2 000 pies de altura, y a 60 kilómetros de Vallegrande, demoró unas tres horas. Se llega allí por un terraplén escoltado de pronunciadas pendientes, en el que las peligrosas curvas se sucedían contantemente y el polvo iba cubriendo los cristales del auto hasta dificultar la apreciación del paisaje. No hay vegetación tupida, todo es terreno árido, una especie de zona desértica andina, sumida la mayor parte del año en un clima seco.
Pasamos por Pucará, la llamada «capital del cielo», cuyas casas de adobe y techos de teja, ofrecen un panorama de la arquitectura boliviana colonial. Continuamos viaje por el pedregoso sendero hasta que la imagen inmortalizada por Korda, antecedida de otros carteles con nombres de sitios vinculados con la ruta del Che, presagiaban los aires de La Higuera.
Minutos antes de llegar, una parada obligatoria: el monumento que recuerda a los combatientes de la vanguardia: Manuel Hernández Osorio, «Miguel»; Roberto Peredo Leigue, «Coco»; y Mario Gutiérrez Ardaya, «Julio», caídos el 26 de septiembre de 1967 en el valle del Batán.
Más adelante, una flecha indicaba —50 metros a la izquierda— la Quebrada «del Churo», como llaman los nativos al sitio donde el Comandante libró su último combate.
Un nuevo amanecer
¿Cómo pudieron resistir los combatientes, muchas veces descalzos, en estos inhóspitos lares?, —me preguntaba. ¿De dónde encontraban fuerzas para vencer el cansancio, el hambre, la geografía difícil y la persecución constante del ejército y los servicios especiales de la CIA? Solo de la fe en la victoria y el convencimiento de la justeza de la causa podían extraer tanta entereza.
Los más viejos habitantes de La Higuera, algunos de los cuales vieron a los heroicos hombres con sus uniformes harapientos y cubiertos de fango, dicen que esta no ha cambiado mucho desde entonces. Con menos de cien habitantes, la vida resulta igualmente tranquila, recogida, sin grandes conmociones. Solo desaparece el silencio cuando hay actos como el de este 8 de octubre, medio siglo después de los acontecimientos que colocaron al pequeño caserío en el mapa de la historia universal.
«Yo tenía unos diez años, y vivía cerca, en Pucará, cuando supimos la noticia. Los militares nos metían mucho miedo, prácticamente no nos dejaban hablar con nadie. Algunos pobladores vinieron a la escuelita, pero ya se habían llevado al Che», me dice Pedro Arteaga, un maestro de la zona.
A su lado, Justiniano, otro lugareño, afirma: «Yo vine a recordar los 50 años de la funesta masacre, pero él está vivo, muy vivo, son sus principios los que van a perdurar siempre».
Todo en La Higuera gira alrededor de su figura. En las paredes de la bodega, colgado de los techos de las casas de barro y paja, pintado en las piedras de las esquinas, solo hay un nombre: Che. En la explanada principal un monumento abraza al visitante. Es el San Ernesto venerado por quienes lo han convertido en perenne mito. «Cualquier cosa que le pidamos se cumple», comenta una señora, mientras observa el altar donde una cruz cristiana y una virgen comparten escenario con el busto de tres metros erigido en su honor. En el letrero que lo corona se resume el espíritu del caserío: «Tu ejemplo alumbra un nuevo amanecer».
Bien lo saben los profesionales cubanos que cumplen misión en el hospitalito aledaño: el médico granmense Yacel García y la enfermera Aniuska Pereira, proveniente del municipio matancero de Colón. Después de preguntar sobre cómo va Cuba tras el paso de Irma, los dos agradecieron profundamente el privilegio de cumplir el deber en el mismo sitio donde el Che se hizo gigante.
El médico YaceL García y la enfermera Aniuska Pereira, los dos representantes de la salud cubana en el sitio donde el Guerrillero Heroico se empinó a la inmortalidad
Aunque llevan poco tiempo en la zona han aprendido a conocer a su gente, la idiosincrasia de La Higuera, y a tratar enfermedades infecciosas como el chagas, muy recurrente aquí. En curar ponen todo su empeño. Y esa es, para ambos, la mejor forma de seguir el legado del médico legendario.
Una escuelita, un niño, un hombre nuevo
«Usted ha venido a matarme», le dijo el Che al sargento Mario Terán, quien apenas podía responder, temeroso de que con un movimiento rápido le quitara el arma. «¡Póngase sereno —le espetó— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!».
El asesino dio un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, y con los ojos cerrados lanzó la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas destrozadas. Entonces Terán disparó una vez más, cumpliendo órdenes del alto mando boliviano que actuaba al servicio de la CIA.
El episodio dejó a los vilipendiados de América y del mundo, los dispuestos a construir su propia historia, para siempre «consternados, rabiosos». Aunque hoy no es la misma escuelita donde lo asesinaron, pues aquella fue reconstruida y convertida en museo comunal, cuando se llega al espacio que recuerda esas últimas horas, uno sufre una eclosión de sentimientos, la angustia de no poder hacer nada; mas la convicción de que el héroe no fue vencido, salió de allí sembrando estrellas.
El Che, inspirador del futuro
Un niño fue la confirmación. Lo veía ansioso en medio del tumulto de banderas de distintos países que inundaban la calle principal. Correteaba de un lugar a otro, con la imagen del guerrillero en su camiseta. También en los brazos de sus padres. Quizá estuvo entre los que recibieron juguetes de regalo, como tradicionalmente se hace cada 8 de octubre con los pequeños de la localidad en el hospital donde laboran los médicos cubanos. Pero su mirada iba más allá, se acercaba a un arcoíris de sueños desde este sitio sin luz eléctrica ni señal telefónica, pero sí con mucho futuro por conquistar.
Hasta allí llegó el presidente Evo Morales para honrar al Che, luego de una caminata de dos kilómetros desde que descendió en su helicóptero. Saludó a Pombo y a Urbano, colocó una ofrenda floral y luego departió con otros miembros de la delegación cubana. También llevaba en su pulóver el rostro del guerrillero.
Evo encabezó una marcha de dos kilómetros hasta La Higuera, a 50 años del asesinato del Che. Foto: Telesur
«Gracias por seguir el ejemplo de Fidel y el Che Guevara», le dije, mientras nos preparaban una sopa de maní (manichada), el último plato que probó el héroe, brindado en la escuelita por una mujer de la zona, muestra fehaciente de que no murió en combate el día 8, sino que fue asesinado después de su captura.
Evo, quien desde allí transmitió un mensaje antimperialista a los jóvenes cubanos y especialmente a los universitarios, pidió a un poeta boliviano que declamara unos versos. Y a mí se me ocurrió después esta estrofa: Al ver en La Higuera a Evo/pienso en los sueños del Che/porque Evo encarna la fe/gloriosa del hombre nuevo.
Cuando ya nos despedíamos de las entrañas de La Higuera, encontré nuevamente a Gerardo Alfonso con su guitarra. Tomé unas piedrecitas que puse a buen resguardo para traerlas a Cuba. Miré el busto de San Ernesto, y antes de regresar al largo camino, con las montañas de fondo y una estrella en la gorra, canté Son los sueños todavía, la canción que aún se escucha en la lavandería de Vallegrande.